Desde el deseo de concordia

Llevo días debatiendo interiormente si escribir o no sobre el desafío independentista de Cataluña, porque las cotas de irracionalidad a que hemos llegado y la amalgama de ideología, emotividad, hechos reales, medias verdades y falsedades completas son tan espesas que hacen difícil la mesura y la reflexión constructiva. Porque, además, quiero ayudar y no entorpecer.

Ante el desasosiego intergeneracional y ubicuo, hay poco alivio, algo ha dado la inequívoca intervención del Rey y la masiva expresión pública de cientos de miles de silenciosos/silenciados. A los que se han ido pertrechando con una psicología de resistencia separatista, probablemente les gusta que la ansiedad y la depresión cundan, como también el conflicto callejero. Pero al final la desolación colectiva es un peligroso caldo de cultivo para la violencia y un potente surtidor de odio. Si llegan a romperse los diques, ¿tienen un plan para detener la riada?

Con razón los obispos invitan a la oración: mantener el deseo de justicia y fraternidad, sin equidistancias imposibles, necesita del auxilio divino. Los periodistas oyen hablar de oración y en seguida piensan que se esquiva el problema. Les aseguro que no: es paz ante la tribulación y luz ante el despropósito. Pero junto a oración necesitamos orientación. Bastante gente me la ha pedido y me siento obligado como profesor de Moral que soy, como creyente y como ciudadano comprometido con mi país.

En esta encrucijada que vive España, en la que tememos que se pueda derrumbar buena parte de lo que durante cuarenta años hemos ido tejiendo con el esfuerzo de muchos, me atrevo a recordar los cuatro principios que el Papa Francisco en

Evangelii gaudium ofrece para «orientar el desarrollo de la convivencia social y la construcción de un pueblo donde las diferencias se armonizan en un proyecto común» (EG, 221). Son principios para el discernimiento personal y comunitario, que tomados en serio permiten analizar con objetividad la situación y esclarecerla mediante la luz del Evangelio, para actuar según las enseñanzas sociales de la Iglesia. Están en sintonía con los seis puntos de la Declaración que el 27/9 emitió la Conferencia Episcopal y que conviene leer obviando los comentarios de los que querrían un estilo más expeditivo, impropio de los pastores. Sirven también casi como «examen de conciencia» no solo para reconocer lo que hemos hecho mal, sino para tomar distancia frente al magma emocional/ideológico y evitar pasos irreversibles. A lo mejor alguien al leerlos recapacita. 1

«El tiempo es superior al espacio» desafía la tentación de querer controlar espacios con el poder, cuando surgen dificultades (las de la crisis, las de la corrupción o las del encaje constitucional). Tener un Estado propio aparece como la fórmula mágica de control para los separatistas, los de siempre y los conversos. La ficción lleva a imaginar una Cataluña-tierra de promisión, disminuyendo obstáculos y aniquilando la memoria de los bienes comunes de siglos de andadura compartida con los otros pueblos de España. Memoria de mucha vida con luces y sombras (como les pasa a las familias), pero que nos han hecho ser quienes somos, también a los hermanos catalanes. Si están tan orgullosos de su identidad, algo tendrá que ver con que han sido durante siglos parte de España y algo habrán recibido de los otros pueblos de la península. Ver la historia como un listado de agravios que nos han hecho los demás es una burda falsificación que ofende a la inteligencia y dañan al corazón. Es triste, falso y, además, poco evangélico. 2

«La realidad es más importante que la idea»: Me causa especial desazón la cantidad de mentiras que se están contando; las interpretaciones que retuercen hasta el absurdo las cosas; la falta de rectitud de intención de los líderes que interpretan un papel, como gran «performance» urbi

e orbi. La representación podrá ser brillante pero pasará factura, porque sin verdad no hay justicia. Se han hecho cosas mal respecto de Cataluña y deberemos subsanar errores, pero la locura de hoy es una increíble desconexión no con el Estado español, sino con la realidad. Y se convierte vertiginosamente en enfermedad moral compartida: profesores retando en clase a hijos de guardias civiles o reparto manirroto de etiquetas de «fascista» a quien disiente de la «causa». 3

«La unidad prevalece sobre el conflicto». Cuando se les pregunta a los líderes políticos secesionistas si está habiendo ruptura y sufrimiento en el seno de las familias, dicen que tensiones sí, pero no fracturas. Otra falsedad, pues sé positivamente que hasta se han roto matrimonios. El Rey habla de «fractura social» y no exagera. Las heridas van a ser tremendas, y no me refiero precisamente a las del día de la accidentada votación. El Papa considera que «no puede ser cristiano el que solo piensa en construir muros y no puentes»; el que trabaja porque una parte de la gente sea anulada en su sentir y pensar por los que han visto la «tierra prometida» falta gravemente al respeto a la libertad. El desempeño del ministerio de la reconciliación va a ser imprescindible, pero será imposible hasta restaurar el marco de derechos y libertades. 4

«El todo es superior a la parte», aunque alguna de las partes pueda tener la ensoñación de que estaría mucho mejor por su cuenta. Aquí lo malo es que no se pueden hacer experimentos, como el del hijo pródigo pidiendo la herencia y huyendo de la casa paterna… No dejo de pensar en la fatal contradicción que hay en que buena parte de la burguesía catalana se haya «liado» –contra natura– con los anticapitalistas nihilistas y antisistema. O en la ceguera de creer que la UE puede vivir sin el Reino Unido pero no sin Cataluña. La política del bien común exige el respeto del pluralismo social en el conjunto de sus derivadas, y por eso son indispensables la ley y las instituciones básicas del Estado, que hacen posible la libertad y la diversidad. Es lo que el Concilio Vaticano II llamó «orden público justo» como parcela del bien común que depende del Estado para maximizar la libertad de personas y comunidades. Lo que la Conferencia Episcopal expresa certeramente como «confianza en las instituciones, en el respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado en la Constitución». Un pueblo compacto en su sentir y su pensar solamente es posible en un Estado totalitario que ejerza el control sobre toda la sociedad. El que el independentismo está favoreciendo en su viaje hacia el abismo. Creerán que después ya recuperarán la democracia liberal y el Estado social y democrático de derecho, pero la historia enseña que una vez perdidos solo se recuperan con muchas lágrimas.

Los principios-marco son del Papa Francisco; las aplicaciones al caso son responsabilidad solo mía. Ahora bien, he estudiado muy a fondo su pensamiento sobre la política y la cultura del encuentro, y estoy en condiciones de decir que lo que he escrito está en sintonía con su mensaje y con la Doctrina Social de la Iglesia, a la que he dedicado décadas de estudio y docencia.

Mi deseo profundo es la concordia, como confío que el de la mayor parte de la gente, pero sinceramente no la concibo sin verdad, justicia y derecho.

Julio L. Martínez, rector de la Universidad Pontificia de Comillas ICAI-ICADE.

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