Desde la Historia para la Historia

En estos días ha tenido lugar un trascendente acto cultural, con amplio eco en el mundo académico e intelectual, esa esfera del espíritu en la que la verdad es reina. En El Escorial, en las salas Capitulares y bajo la mirada del San Mauricio de El Greco, presidiendo Su Majestad el Rey y con un público del mayor nivel en muchos aspectos, se entregaba el Premio Órdenes Españolas al historiador inglés John Elliott.

En su primera edición, todo han sido sumandos. El Premio Órdenes Españolas consta de cuatro columnas sobre las que se asienta y que anuncian la excelencia con la que se ha concebido.

La primera es el Rey de Castilla y Aragón, gran maestre de las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, que exaltó la iniciativa, felicitó al galardonado y expuso que instituciones medievales como son las cuatro órdenes han sabido actualizarse hasta instituir este premio, que impulsa una ciencia que, más que nunca, es necesario y obligatorio conocer hoy.

La segunda, claro está, son las órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa, quienes desde la alta atalaya de su fundación en el siglo XII y con la ejecutoria de su sangre derramada en Alarcos, que mudó al rojo el negro de su cruz distintiva; que fueron fundamentales en las conquistas de Trujillo, Cuenca, Córdoba, Sevilla y Granada, por las que ahora leemos el Evangelio y no el Corán; cuyos caballeros han teñido la Historia con sus nombres, como Hernán Cortés, el Gran Capitán, Velázquez o Jovellanos, instituciones que con la autoridad que les concede su trayectoria recomiendan a la sociedad actual que reflexione sobre el pasado para no equivocar el presente.

La tercera es el propio jurado, que certifica el dicho de que los premios se prestigian por quienes los reciben, por supuesto, y también por el jurado que los decide. El Premio Órdenes Españolas está compuesto por miembros de varias reales academias, y entre ellos las personas que componen la Junta de Gobierno de la de la Historia, su directora, Carmen Iglesias, condesa de Gisbert; el secretario Feliciano Barrios y el censor Hugo O’Donnell, duque de Tetuán, además de Luis Ribot.

La cuarta columna son los patrocinadores: la fundación Talgo, instituida por la empresa que lleva la tecnología española por el mundo entero; el grupo Siro, una de las cabezas de la industria alimentaria, que ha restaurado desde los cimientos hasta la veleta las ruinas de monasterio castellano de San Pelayo en tierras palentinas y que da trabajo a más de setecientos discapacitados; y la fundación Villar-Mir, adalid en obras públicas y que convirtió quiebras en solvencias. La generosidad de todas ellos ha hecho posible que el Premio esté dotado con 60.000 euros y sea uno de los de mayor cuantía que existen.

El galardón Premio de las Órdenes Españolas es singular porque enaltece la obra de investigación de un historiador a lo largo de toda su vida. No se trata de un estudio determinado, sino como, proclaman sus estatutos, de «distinguir al investigador de Historia, de cualquier parte del mundo, cuyo trabajo de investigación histórica haya alcanzado general reconocimiento por la importancia de sus estudios, el rigor de su documentación, y el alcance de sus conclusiones».

Constituye una distinción que no existía en parte ninguna y explica que treinta universidades e institutos, entre las que se cuentan la Sorbonne, Heidelberg, Oxford, Harvard y numerosas hispanoamericanas, hayan presentado las candidaturas de veinticuatro historiadores que conforman una élite de este mundo.

Es también de subrayar que no depende de la Administración; vive de la iniciativa privada que lo alimenta y del impulso regio que es la síntesis e imagen de la Nación.

Dentro de esa pléyade, el premiado ha sido John H. Elliott, referente en la investigación histórica, que ha centrado sus estudios en el XVII español y cuyos libros sobre el Conde Duque de Olivares y el Imperio han ofrecido una visión completa y novedosa de esa época. En su discurso expuso muchas e interesantes ideas sobre interpretaciones torcidas y sobre la necesidad de la verdad, que remataba diciendo: «Hace falta historia bien hecha contra los mitos malintencionados y oportunistas».

Para rúbrica del brillante acto, la medalla que recibió el historiador inglés estaba fundida en plata por la Real Fábrica de la Moneda y llevaba la marca de la ceca de Madrid, otros cuatrocientos años que añadir al evento, por si le faltaba el peso del tiempo.

Marqués de Laserna, correspondiente de la Real Academia de la Historia.

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