Desdibujando a Picasso

Desdibujando a Picasso

Cuando al lendakari José Antonio Aguirre le ofrecieron el Guernica después de la Exposición de París de 1937, respondió con una pregunta: “¿Para qué quiero yo esa birria de cuadro?”. “Paparruchas” era la palabra que salía de los labios del periodista Ballesteros de Martos para calificar los cuadros cubistas de Picasso.

“Esa birria de cuadro”, esa “paparrucha”, le costó a una República enferma de guerra civil ciento cincuenta mil francos (nada quiso rebajar el artista a pesar de su pátina comunista). Sus primeros años en París amanecía el siglo XX: llevaba un sombrero de alas anchas que cubría el pelo largo; mientras pintaba con la derecha, sostenía un candil de aceite con la izquierda. Pasó de comer la salchicha robada por un perro a vivir en hoteles de lujo y apartamentos burgueses con nurse, chófer y cocinera.

Durante una sesión de la legislatura de 1979, el diputado socialista Carlos Navarrete, génesis del pensamiento evanescente que hoy cautiva, dijo en el Congreso: “El eucaliptus es un árbol de derechas porque solo produce beneficios al empresario”. Siguiendo esta línea de ver raíces ideológicas en los árboles, escribo que el roble de Guernica también era un árbol de derechas, pues en él todos los lendakaris desde Aguirre hasta Ibarretxe juraron el cargo “Ante Dios humillados”, junto a una Biblia en eusquera y un crucifijo. El periodista José Díaz Herrera, tras investigar en papeles desclasificados, desveló que los dirigentes del PNV, abusando de una República enferma de guerra civil, quisieron construir un país independiente. El propio Aguirre, en el Berlín de 1941, intentaría convencer a los nazis de la creación de un protectorado vasco. Tan inmoral fue Picasso haciendo negocio con el sufrimiento republicano, como Aguirre buscando acuerdos con aquellos que habían asesinado a tantos vascos.

Al nacer Picasso, creían que estaba muerto; hasta que su tío Salvador le lanzó el humo de un puro y empezó a llorar. El bebé se hizo niño y su madre le dijo: “Si te haces soldado, serás general; si te haces monje, terminarás como el papa”. El niño, como diría Eugenio d’Ors, llegó a la decrepitud de la infancia -la adolescencia- y fue admitido en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona: “Me hice pintor y ahora soy Picasso”. Cambió el primer apellido por el segundo atraído por la doble s de origen italiano. Hitler, que también quiso ser un gran artista, no pudo entrar en la Academia de Arte de Viena; la frustración lo transformó en dictador, escudado por las SS -pasó de pintar fachadas a derribarlas-. ¿Pintaba mejor Hitler que Picasso?

A lo largo del XIX, la fotografía acabaría con la dictadura que el realismo había impuesto en la pintura durante siglos. La foto más antigua es la que tomó un químico francés en 1827: el patio de su casa. La imagen parece cubierta de bruma, como si el mundo, después de una existencia milenaria solamente iluminada por los cuadros, despertara en un estado de duermevela para acabar mostrando el auténtico rostro del pasado. Aún recuerdo el impacto que me causó ver a Constance, la viuda de Mozart, en una fotografía de 1840. Hasta ese momento, todo lo relacionado con el genio austriaco formaba parte de mi imaginación: la visita a la Capilla Sixtina, el encuentro con Beethoven… Ver a Constance con casi ochenta años fue como levantarle la falda a la magia.

Picasso también había estado en el Vaticano, estudiando la obra de Miguel Ángel: lo imagino muy pequeño -no azul, ni rosa, sino gris-, herido una y otra vez por pinceladas divinas.

“La fotografía ha llegado en el momento preciso para liberar a la pintura de toda literatura, de la anécdota e incluso del tema”, parecía justificarse el malagueño. El problema es que proyecta una imaginación grotesca, de cartón piedra, en la mayoría de las telas.

¿Por qué, pues, Picasso ha volado tan alto? Álvaro Mutis, en un artículo publicado en México, señala que Apollinaire fue quien difundió su pintura en Francia, aunque solo recibió a cambio ingratitud. ¿Detrás de cuántos grandes supuestos artistas hay verdaderos padrinos? Billy Wilder, que aparte de ser el mejor guionista de cine era coleccionista de cuadros, cuenta en sus memorias que, a finales de los 80, el mercado de las subastas se derrumbó: “Los precios bajan, menos para Botero. La mafia de la droga y Colombia, con lógico orgullo, quieren conseguir cada Botero que sale al mercado”. (Wilder llegó a vender por cinco millones de dólares un Picasso).

¿Y el Guernica? Carlos Saura, que está preparando una película sobre la creación del cuadro, afirma que es un cartelón publicitario contra la guerra, lo cual explica que la calidad sea ínfima. Por este motivo, el Guernica fue rechazado durante años, incluso en el propio pabellón español de la Exposición de París.

Poco a poco, se iría imponiendo el mundo de lo políticamente correcto, las consignas, el pensamiento infantiloide… potenciando cualquier delirio esnob simplemente por ser moderno (d’Ors define a Picasso como “el primer pintor moderno”). Se iría imponiendo el arte populista, terreno abonado para el “cartelón publicitario” de un artista que, sin ningún rubor, era capaz de dibujar palomas de la paz al mismo tiempo que retrataba a Stalin y recibía el premio Lenin. Solo se revestía de dignidad para no pisar tierra española hasta que muriera el caudillo.

Stalin retocaba fotografías para que sus enemigos no formasen parte de la historia; a los artistas que no le hacían retratos les enviaba a los campos de trabajo siberianos. En el París de 1928 se instaló el primer fotomatón europeo; Picasso, Dalí, Buñuel… buscaron inspiración en él.

En 1959, un chaval llamado Robert Allen Zimmerman fue despedido del local donde actuaba porque su voz ahuyentaba a los clientes. Cuando ya era conocido como Bob Dylan se unió al pacifismo para tener más público. En uno de sus versos advertía: “No critiquéis aquello que no podéis entender”, pero podía haberle respondido el mismo Picasso, quien, cuando todo el mundo andaba buscando símbolos en el Guernica, dijo que el toro es un toro y el caballo un caballo. Así de sencillo. (Del mismo modo que el pintor andaluz se vanagloriaba de haber hecho las mejores falsificaciones de Picasso, de Dylan se dice que su voz es peor que la de cualquiera de sus imitadores).

El roble de Guernica, que sobrevivió al bombardeo de saturación de la Legión Cóndor, no pudo con un hongo que atacó su “sistema circulatorio” ni con la ola de calor del verano de hace catorce años. En los miles de cuadros que pintó Picasso apenas hay árboles, aunque su última morada fue un caserón rodeado de cipreses y olivos en el sur de Francia. Era el artista más rico del mundo: “Me gusta vivir pobre… pero con mucho dinero”.

El escritor argentino Álvaro Yunque escribió un cuento titulado La obra maestra: “El mono cogió un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y, cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:

—¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.

Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque él era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello solo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos animales lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela”.

En el pico de la sierra, grita José Antonio Aguirre “¡Birria!”, grita Ballesteros de Martos “¡Paparruchas!”, grita el poeta Jaime Sabartés “¡Chafarrinones!”, pero nadie les oye.

José Blasco del Álamo es periodista y escritor.

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