Por Bernabé Dalmau, viceprior de Montserrat (EL PERIÓDICO, 01/11/05):
Si la astrología tuviera carta de naturaleza en el cristianismo, habría que atribuir una singularidad histórica a 1985 comparable a la estrella de los Reyes Magos: la aparición dentro del microcosmos de la Iglesia en Catalunya de la pastoral colectiva de los obispos titulada Arrels cristianes de Catalunya. En su tiempo, alguien dijo que no tenía mérito alguno escribir lo que se escribió, cuando el Gobierno autónomo nacionalista llevaba más de un lustro en el poder. Lo cierto es que al documento se le hicieron oídos sordos en casa y sobre todo fuera de casa. El malogrado prelado ausonense Ramon Masnou pasó su larga vejez intentando hacer comprender el contenido del escrito a los colegas ibéricos, infructuosamente, claro está. Pasados 20 años, al texto ya se le suele considerar el más relevante escrito colectivo tarraconense del siglo pasado. Incluso en ningún otro momento se ha podido escribir algo más diáfano sobre el tema. Cada uno de los integrantes de la nueva generación episcopal catalana lo ha citado al tomar posesión y es referencia cuando hay que dar alguna idea sobre el tema Iglesia y Catalunya. Vamos, una especie de manual o vademécum de actualidad supratemporal. También lo resulta en el momento que vivimos. Que el proceso de aprobación del Estatut provocaría un revoltijo a nivel político era cosa de prever. Que alguna emisora de titularidad episcopal tomara cartas en el asunto siempre en la línea de meter cizaña, ya forma parte de su discurso habitual. Pero la alarma se enciende cuando la provocación a la crispación excede los límites de un partido político para implicar alguna pluma arzobispal vecina. Si nunca ha sido fácil ser al mismo tiempo fiel a la Iglesia y a Catalunya --la memoria de Carrasco i Formiguera resplandece con aureola martirial--, el momento actual exige un suplemento de oxigenación. Y nada mejor que desempolvar el manual. No sea que alguien intente hacer pasar por doctrina social de la Iglesia lo que no deja de ser una discutible opción política partidista. Una previa clave de lectura, sin duda, la ofrecen las Arrels cuando tratan del nacionalismo catalán. Los obispos se curan en salud con previsión profética: "Creemos deber nuestro pastoral ayudar a clarificar el tema de la identidad nacional catalana, que tanta polémica y tanto apasionamiento suscita en algunos ambientes, a menudo a causa de la terminología". Bingo. Ya lo señala el metropolitano del Turia: "Causa estupor comprobar cómo se pretende camuflar el independentismo radical bajo juegos de palabras". Francamente, los prelados del Ter, del Francolí y del Llobregat son menos mal pensados y van más calzados en filología. Y en muchas otras cosas, como por ejemplo la doctrina de Juan Pablo II sobre la cultura como factor identitario de una nación. Pero sigamos adelante.
TRES afirmaciones merecen atención. La primera es simple y taxativa: "Como obispos de la Iglesia en Catalunya, encarnada en este pueblo, damos fe de la realidad nacional de Catalunya, modelada a lo largo de 1.000 años de historia, y también reclamamos para ella la aplicación de la doctrina del magisterio eclesial: los derechos y los valores culturales de las minorías étnicas dentro de un Estado, de los pueblos y de las naciones o nacionalidades deben ser respetados e incluso promovidos por los estados". No es un dogma. Más bien un susurro, con 20 años de anticipación, del artículo primero que ahora constitucionalmente ha sido aprobado por la inmensa mayoría del Parlament y es presentado a debate, también con toda legalidad, en las Cortes. Pero lo sorprendente es que el texto colectivo episcopal se queda corto: los catalanes no somos una simple minoría étnica como lo pueden ser los ucranianos de Guissona, sino la ciudadanía como realidad de hecho. Segundo apunte: "La conciencia de ser una realidad nacional previa, que confluye con otras para la formación de un Estado, es lo que da sentido nacional a nuestro país y hace que la autonomía y las instituciones propias que con ella han vuelto sean vividas no como una moda política, sino como respuesta a unas aspiraciones históricas, profundas e irrenunciables". Nada más ni nada menos alejado del fantasma sececionista de quien confunde nación con Estado y "aspiraciones históricas, profundas e irrenunciables" con "operaciones que conducen a la desmembración de España y a la falta de solidaridad entre los españoles". Y la tercera afirmación es una petición: "Quisiéramos que fueran, principalmente, nuestros hermanos católicos de los demás pueblos de España los primeros en comprender y acoger dichas aspiraciones". Ahí estriba lo más difícil y lo más doloroso para los que quieran mantenerse fieles a Catalunya y a la Iglesia. Tal dificultad motivó que, 10 años más tarde, el Concilio catalán, con palabras similares, tuviera que reiterar el mismo deseo.
AL FINAL, y presumiendo la buena fe de todos los que dentro y fuera de Catalunya comparten la misma comunión eclesial, deberán pensar si no es cuestión de falta de cultura democrática. Porque se da la coincidencia de que gran parte de los católicos que achacan a los catalanes falta de sentido constitucional son los mismos que no votaron la Constitución española porque, como decía el cardenal Marcelo González, "no tiene el nombre de Dios en su preámbulo". Si fuera así, sabría mal que los que, con los obispos catalanes, dan fe de que Catalunya es una nación, no pudieran compartir con muchos hermanos españoles la construcción de una sociedad sin crispaciones ni ceremonias de confusión.