Deseos electorales y realidad

Por Horacio Vázquez-Rial (ABC, 03/05/04):

AL parecer, si nos atenemos a lo que sostienen unos cuantos notables socialistas y parasocialistas, las razones por las que el PSOE ganó las elecciones del 14 de marzo son de índole variada, pero todas ellas compartidas por el electorado. Un electorado hasta cierto punto imaginario, que no les dio la mayoría absoluta, aunque ellos hablen hoy como si la tuvieran, y que en cambio otorgó cerca de diez millones de votos al PP, desmintiendo aquello del noventaytantos por ciento de la población tras las pancartas del «no a la guerra», proporción decididamente imaginaria.

¿Comparte el electorado socialista la idea de que el atentado del día 11 se debió a la participación española en las tareas de reconstrucción de Irak, ya que no en la guerra misma, tan breve como librada en exclusiva por el ejército americano? Tal vez, mientras no se pregunten por las consecuencias que se deducen de una retirada que tiene como excusa una masacre terrorista. ¿Acaso, y aplicando la misma regla de tres, convendría que España se retirara del País Vasco para que ETA dejara de matar? Y no se apresure mi esforzado lector a responderme que España se puede retirar de Irak pero no se puede retirar de España: recuerde que para muchos, de Ibarretxe a Maragall, pasando por Otegi y Carod, el País Vasco no es España, de manera que, para ellos, la pirueta lógica que une una circunstancia con otra, no es tal. Con lo cual, la pregunta debería formularse en otros términos: ¿comparte el electorado socialista la idea de que aceptar el plan del presidente autónomo vasco es un buen camino para que los etarras se llamen a cuarteles de invierno?

Evito entrar aquí en el sombrío detalle de las relaciones de ETA con el terrorismo islámico, aunque no olvido lo que el 12 de marzo pasado, a las 24 horas de los sucesos de Atocha, recordaba Magdi Allam a los lectores de Corriere della Sera: que «en el centenar de combatientes extranjeros, en su mayoría musulmanes, que llegaron a Irak en la víspera del ataque americano del 20 de marzo de 2003, había también unos ochenta militantes vascos de la ETA», entre ellos Álvaro Gorka Vidal y Badillo Izkur.

¿Comparte el electorado socialista en su totalidad la adecuación de una política económica que comienza con el anuncio de unos años de déficit, a cargo del señor Blanco? Tal vez, si no se le recuerda que asumir tal política implica autorizar el déficit alemán y el francés. Es más que probable, eso sí, que la idea cuele, en la medida en que se la presente envuelta en la imprescindible porción de antiamericanismo. De lo que se trata, según el nuevo presidente del Gobierno español, es de volver a Europa, después de un período de persistencia en el error de cultivar la amistad de los Estados Unidos, y de volver «con humildad». Y no olvidemos que Europa significa, en ese contexto, el eje francoalemán. Reformulemos, pues, la pregunta: ¿comparte el electorado socialista el propósito de retornar a la época de la desindustrialización forzada, ya sin tan siquiera la excusa de la reconversión y con el traslado de empresas a los países del Este por delante?

¿Comparte el electorado socialista la noción, el deseo o el propósito de una España secundaria? En un artículo reciente, Juan Luis Cebrián parece atribuir en exclusiva a José María Aznar «la idea de una España trascendente y profunda, universal y única, como corresponde a uno de los países más importantes de la Tierra». Yo no me atrevería a descartar de plano la posibilidad de que España ocupe un lugar relevante en el presente, puesto que lo ha ocupado durante siglos, pero soy consciente de que ello depende tanto del esfuerzo interior en todos los órdenes, en primer término el económico, como de las alianzas de Estado.

¿Era propósito del electorado socialista, al cabo de dos legislaturas, tras el paso de Borrell y Almunia por la secretaría general, propiciar la restauración del felipismo? Cabe dudarlo, aunque, como ha apuntado en estas páginas Jaime Campmany, la presencia en el gobierno de Fernández de la Vega, Solbes y Pérez Rubalcaba así lo demuestra, certificando que no ha habido la menor renovación en el aparato socialista y que lo que viene es más de lo mismo. Con la diferencia de que una buena porción de las cosas que se dijeron y se actuaron en el pasado se ven ahora con mayor claridad; por ejemplo, qué significaba, en los tiempos del referéndum convocado para decidir el ingreso de España en la OTAN, aquello de «reforzar el pilar europeo» de la organización atlántica, con una URSS aún viva: no se trataba de consolidar el pacto, sino de incrementar el peso del eje francoalemán frente al de los Estados Unidos. Tan sencillo, y tan difícil de interpretar antes de que José María Aznar intentara una política exterior independiente, a la que ahora, según se anuncia pomposamente, se le dará «un giro copernicano», con lo que se quiere decir que volvemos al principio, pero peor, porque es de temer que ese retroceso, además de privilegiar el papel periférico de España en la UE -sobre todo en lo tocante al texto de la Constitución europea, con lo que el cambio de política se convertirá en cambio de sistema-, reforzará lo que se ha dado en llamar «tradicionales lazos de amistad» con el mundo árabe, es decir, con las dictaduras oscurantistas del universo islámico, lazos que no fueron tan tradicionales entre 711 y 1921 -desde Musa y Tarik hasta Annual, pasando por Lepanto-. Miguel Ángel Moratinos en Exteriores y la sustitución de Jorge Dezcallar en el CNI hablan bien a las claras de ese aspecto de la cuestión, que en general escapa a la mayoría del electorado, socialista o no, alelado por una prensa que llama al jeque Yasín «líder espiritual» de Hamás -como si Josu Ternera fuera a ser proclamado mañana mismo líder espiritual de ETA- y que ha exaltado la catástrofe del 11 de marzo eludiendo en lo posible las comparaciones con la de Nueva York e ignorando capciosamente la tragedia cotidiana de Israel.

¿Comparte el electorado socialista en su conjunto el proyecto desvertebrador del tripartito catalán, el nacionalismo vasco en general y el presidente de la Junta de Andalucía, que también lo es del PSOE, aunque esto no se tenga presente? Porque a la reforma del Estatuto catalán y al plan Ibarretxe hay que sumarle el proyecto de reforma del Estatuto andaluz de Manuel Chaves: las tres cosas implican la reforma de una Constitución que ha mostrado la flexibilidad que permite a España tener hoy una estructura autonómica en que cada parte posee más competencias que las partes correspondientes en muchos Estados de carácter federal.

Tengo para mí que no, que los votantes del PSOE no tenían esos proyectos en mente en el momento de depositar su papeleta. Pero eso es lo que hay: reducción del papel de España en el mundo y en la UE, tendencia a algo más que la desvertebración, déficit anunciado, felipismo francoalemán desindustrializador. Y que Dios nos libre del hundimiento de otro petrolero, porque si alguien votó creyendo que Zapatero tendría soluciones mejores para un caso así, se equivoca: no tiene ninguna, salvo rezar para que no ocurra.