Desfile militar y ecos cervantinos

El desfile militar que el 12 de octubre se celebra en los paseos madrileños de Recoletos y el Prado suscita actitudes encontradas. Frente al entusiasmo de los que abarrotan estos lugares y se aprestan ante el televisor para, con su presencia directa o indirecta, honrar a las Fuerzas Armadas, se yergue la hostilidad de los que lo consideran un derroche propio de otros tiempos políticos e históricos. Todo ello bajo la mirada fría de los indiferentes, que, me parece, son los que predominan.

No debería ser así. Sería un síntoma de buena salud política de la sociedad que prevalecieran los que entienden el desfile como un acto de respeto y reconocimiento hacia nuestras Fuerzas Armadas por las funciones que desarrollan dentro del vigente marco constitucional, y por constituir cada vez más un importante instrumento de la política internacional de un Estado democrático como el español de la Constitución de 1978 que pretende ser alguien en el concierto de los países influyentes.

Desfile militar y ecos cervantinosSea como sea, es innegable que los ecos del desfile y la ebullición creada alcanzan tal intensidad que llegan hasta el barrio de las letras donde Cervantes ocupó varios alojamientos en las últimas etapas de su vida. Muy pocos de los que se apiñan en las vallas y tribunas y se acomodan para ver el desfile por la televisión son conocedores de lo mucho que la pluma del alcalaíno refuerza las razones que, al margen de la espectacularidad y el colorido, abonan estar allí para homenajear a nuestros ejércitos.

Cervantes desde 1570 a 1575 tuvo una intensa vida militar en la que fue reconocido como soldado aventajado y acabó obteniendo de Juan de Austria y el duque de Sessa cartas de recomendación para que se le otorgara la patente de capitán de los tercios. Después de perder su brazo izquierdo a bordo de La Marquesa y de pasar un tiempo en el hospital de Messina, no le abandonó el entusiasmo castrense y tomó parte en otros episodios bélicos como los de Corfú, Novarino, Túnez y la Goleta.

Superadas muchas vicisitudes de su azacaneada vida –cautiverio en Argel, desvelos infructuosos por colocarse debidamente en los aledaños de la corte, proveedor de la Armada Invencible, recaudador de alcabalas y tercias–, se sume cerca de donde desfilan nuestras Fuerzas Armadas en el sueño creador que dará como fruto inicial la primera parte del Quijote, que ve la luz en diciembre de 1604.

Los capítulos XXXVII y XXXVIII de esta primera entrega rezuman sobrevaloración y respeto del oficio de las armas que pueden resultar chocantes con la suerte que le deparó su carrera militar. Perdió un brazo; sufrió penalidades; su hermano Rodrigo, ya alférez de una compañía de los tercios, murió en 1590 en Flandes; su patente de capitán se diluyó en el Mediterráneo y le perjudicó, ya que por ella fue considerado «hombre grave» o principal, y aumentó la cantidad reclamada por su rescate.

Pero nada de esto empañó el lustre y reconocimiento cervantino al oficio de las armas.

La fuerza apasionada con que lo hace inclina a pensar que Cervantes creía verdaderamente en los valores del oficio militar. Pero contribuyó a ello otro factor importante. En un hábil escorzo irónico tan propio de él, realza el oficio castrense contraponiéndolo al de las letras, entendido por tal no el literario, sino el de los juristas, más bien rábulas, y burócratas que tanto proliferaban alrededor de Felipe II. Con estos Cervantes tenía muchas cuentas pendientes, y puede ser que las saldara en parte realzando el oficio de las armas con respecto al de las letras.

Bien claro se plasma esto en el Quijote. Es capital para ello la razón del bien al que las armas han de prestarse: «El fin de la guerra es la paz y que en esto hace ventaja al fin de las letras». Juega igualmente su papel que la actividad militar no se limite a lo físico, pues entraña un notable componente intelectual: «Si no –explica don Quijote– véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los designios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones en quien no tiene parte alguna el cuerpo». No es desdeñable el trabajo exigido para ser un buen militar: «Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vaguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a estas adherentes, que en parte ya las tengo referidas, mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada pique de perder la vida». Se alude también al sacrificio y las apreturas de la vida militar cuando don Quijote apostilla que «aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio… porque está atenido a la miseria de su paga».

La musicalidad, la sustancia y la ironía de las manifestaciones cervantinas son restallantes. Pero también lo es su actualidad, una muestra más de la vitalidad del texto del genio de nuestras letras.

En plena concordancia con lo que Cervantes postula, es función primordial de las armas en nuestros días el mantenimiento de la paz; si no, paseemos la mirada sobre las numerosas misiones de nuestras fuerzas armadas en muchos lugares del mundo. La preparación intelectual del militar actual es muy elevada; si no, échese un vistazo a las exigencias de esta naturaleza de las que los militares españoles hacen gala en las operaciones que desarrollan más allá de nuestras fronteras. Por fin, sin llegar a los extremos de «la miseria de su paga, que viene tarde o nunca», las retribuciones militares suelen ser menguadas, y con frecuencia inferiores a las que perciben los del cervantino oficio de las letras.

Sin embargo, en algo sustancial difiere el tratamiento que Cervantes otorga al oficio de las armas con respecto a lo que, como señalaba al principio, tiende a predominar actualmente en algunos sectores de la sociedad española, que, anclados en el pasado y en la irrealidad, no acaban de reconocer la importancia de nuestras Fuerzas Armadas y son contrarios a que se exteriorice este reconocimiento. Consciente de ello, mi imaginación vuela hasta pensar que Cervantes tomaría su vigorosa pluma para defender el desfile madrileño como muestra del homenaje que merece para él el oficio de las armas, hoy nuestras Fuerzas Armadas.

Luis María Cazorla Prieto es académico de número de la Real Jurisprudencia y Legislación.

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