Deshielos históricos

El primer testimonio del avistamiento de la costa del continente Antártico corresponde a un español, Gabriel de Castilla, en 1603, hecho por el que la Base Antártica Española del Ejército de Tierra situada en la Isla Decepción, en las Shetland del Sur, y que tiene como finalidad proporcionar apoyo logístico a la investigación científica y realizar proyectos de investigación y experimentación de interés nacional e internacional, ha recibido, con toda justicia, su nombre.

Esta circunstancia, unida a la constancia de la presencia de la navegación española en aguas antárticas hasta el final de la dominación española en América meridional, puede servir de precedente y prueba a la hora de reivindicar la estrecha relación de ese continente con España.

Desde principios del siglo XVII, los buques españoles venían bordeando el continente americano por el que conocemos ahora como Paso de Drake, entre el Cabo de Hornos y la Antártida, la temible y conocida región de los vientos variables del Sur, con preferencia a los pasos magallánicos.

Esta ruta interoceánica era conocida y practicada en un sentido y en otro, como también eran conocidos y afrontados los peligros de esta región temible por sus borrascas y fuertes vientos variables del Sur, que obligaban, en todo caso, a esperar a la primavera austral antártica para remontar la costa americana hasta El Callao en el Pacífico o hasta Río de la Plata, constituidos como destino final o como puerto de etapa hacia Cádiz.

El 2 de septiembre de 1819 desaparecía de la vista y del catalejo de su buque acompañante, la fragata mercante Primorosa Mariana, durante una tormenta y en una posición constatada como perteneciente a aguas antárticas, el navío de guerra español San Telmo, seriamente dañados sus elementos fundamentales: la pala del timón y la arboladura y empujado por corrientes y vientos contrarios que le lanzaban fatalmente hacia la costa norte de la isla Livingston, aunque sin problemas de estanqueidad que hubiesen podido acabar con su hundimiento. Formaba parte de una expedición militar destinada a apoyar con tropas y barcos al acosado virrey peruano, Pezuela, en plena ofensiva naval y terrestre por parte de los independentistas.

Tras meses de incertidumbre, el 27 de diciembre de ese mismo año y ante la ausencia de nuevas noticias, el San Telmo y sus 644 tripulantes fueron dados de baja en las listas de la Armada, deduciéndose el naufragio sin pensarse en otra posible suerte, y las viudas y huérfanos de los considerados oficialmente como «naufragados», pasaron a cobrar las pensiones de su condición de tales en acción de guerra y a disfrutar los goces del Montepío.

Las fuentes españolas sobre este accidente de mar no se extienden mucho más, salvo a ciertas «diligencias practicadas al intento» que bien pudieron haber consistido en el envío de unidades a la zona. Sin embargo, existía otro tipo de información a la que los historiadores españoles no habían tenido acceso y que explicaba de modo diferente el fin del navío de línea. Se trata de los posibles hallazgos de las expediciones de William Smith, destinadas a la toma de posesión de la región antártica en nombre del rey Jorge III de Gran Bretaña, con un doble objetivo científico-geográfico y económico, cifrado este último en el establecimiento de bases para la caza de ballenas y de focas.

El desembarco de este equipo explorador tuvo lugar en noviembre de 1819, es decir, con suficiente posterioridad a la desaparición del San Telmo. Se produjo en las inmediaciones de las actualmente conocidas como Half Moon Beach y Cape Shirreff, en la isla Livingstone, del archipiélago de las Shetland del Sur, a 62 grados y 27 minutos S y 60 grados y 47 minutos O, actuales. El día 19 de dicho mes se produjo el hallazgo de unos restos navales y de unos testimonios de supervivencia humana que se atribuyeron por este mismo equipo al navío español y a su dotación.

Ésta había logrado montar un campamento en tierra y mantenerse durante cierto tiempo con los víveres embarcados y las focas capturadas, hasta que las terribles circunstancias ambientales la fueron mermando hasta su extinción.

Reconocida mundialmente la condición descubridora y civilizadora por parte de Smith y de la Gran Bretaña, este hallazgo testimonial permaneció prácticamente oculto hasta la publicación por parte de James Weddell de su propia campaña al Polo Sur, llevada a cabo entre 1822 y 1824, que recogía las experiencias y la interpretación del entorno del pionero inglés, dándoles la máxima credibilidad dadas las circunstancias.

En conclusión, el navío de línea de 74 cañones San Telmo varó o encalló de forma presumiblemente violenta en tierras antárticas a principios de septiembre de 1819 y, por lo tanto, con anterioridad a la toma de posesión por parte de la Gran Bretaña y a cualquier otro desembarco conocido.

La dotación pudo sobrevivir algún tiempo, gracias a la pesca, la caza y la ropa de abrigo que, por previsión de su mando superior, habían embarcado en Cádiz. Lo que añade a su condición descubridora la de haber sido el primer asentamiento humano y en número considerable, que duró mientras pudieron subsistir. Al no poder ser rescatados pereció por lo tanto en el lugar, siendo inhumados muchos de sus componentes de acuerdo con la tradición cristiana y los usos militares de la época, lo que convierte a este emplazamiento en cementerio histórico y religioso, merecedor de testimonio y de todo respeto, reconociendo en estas víctimas a los primeros muertos en la Antártida de que se tenga noticia.

Celebramos desde estas líneas y con toda efusión que se vaya a aprovechar la próxima Reunión Consultiva del Tratado Antártico, del que España es firmante, para solicitar la consideración de Monumento Histórico para los restos que puedan quedar en tierras antárticas del San Telmo, así como la reserva del pecio y de la zona donde se produjera el naufragio, caso de hallarse. La conmemoración del II Centenario de este evento lo hace especialmente oportuno, pudiendo, además, dar pie a que España reivindicase un nuevo papel pionero en la historia, al tratarse de la primera nave que, con toda probabilidad racional, visitara tierra antártica.

Hugo O´Donnell y Duque de Estrada es Numerario de la Academia de la Historia.

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