Desigualdad con cada clic

El Papa Francisco advirtió en noviembre que “las ideologías que defienden la autonomía absoluta del mercado” están impulsando al crecimiento rápido de la desigualdad. ¿Está el Papa Francisco en lo correcto?

En un sentido, Francisco estuvo claramente errado: en muchos casos, la desigualdad entre los países está disminuyendo. El hogar chino promedio, por ejemplo, ahora está alcanzado al hogar estadounidense promedio (aunque todavía tiene un largo camino por recorrer).

Pero tales ejemplos no niegan la importancia del aumento de la desigualdad dentro de los países. Tanto China como Estados Unidos son sociedades dramáticamente desiguales – y se están tornando aún en más desiguales.

En los EE.UU., las estadísticas son sorprendentes en ambos extremos de la distribución del ingreso. La cuarta parte inferior de los hogares estadounidenses casi no ha recibido ningún aumento en su ingreso real (ajustado a la inflación) durante los últimos 25 años. Ellos ya no están compartiendo los frutos del crecimiento de su país. El 1% de los estadounidenses, sin embargo, han visto que sus ingresos reales casi se han triplicado durante este período, y su participación en el ingreso nacional ha alcanzado el 20%, una cifra que no se veía desde la década de 1920.

En muchos países emergentes, el rápido crecimiento económico ha elevado el nivel de vida para casi todas las personas, en al menos un cierto grado, pero la proporción de los ricos y de los ultra ricos está aumentando dramáticamente. Una vez que estos países se acerquen a los niveles de ingreso promedio de las economías desarrolladas, y sus crecimientos se desaceleren a las tasas típicas de los países ricos, su futuro puede lucir como el de los Estados Unidos de hoy en día.

La globalización explica algo del estancamiento de ingresos en el cuarto inferior en EE.UU. y en otras economías desarrolladas. La competencia de los trabajadores chinos con salarios más bajos ha reducido los salarios en Estados Unidos. Pero el cambio tecnológico puede ser un factor más fundamental – y un factor que conlleva consecuencias para todos los países.

El cambio tecnológico es la esencia del crecimiento económico. Nos volvemos más ricos debido a que encontremos la forma de mantener o aumentar la producción con menos empleados, y debido a que la innovación crea nuevos productos y servicios. Las nuevas tecnologías exitosas siempre causan pérdidas de puestos de trabajo en algunos sectores, que son compensadas por nuevos puestos de trabajo en otros sectores. Por ejemplo, los tractores destruyeron millones de empleos agrícolas, pero los fabricantes de tractores, camiones y automóviles crearon millones de nuevos empleos.

Sin embargo, las nuevas tecnologías vienen en formas sutilmente diferentes, con consecuencias económicas que son intrínsecamente diferentes. Las nuevas tecnologías en la actualidad pueden tener efectos distributivos mucho más preocupantes que aquellas de la era electromecánica.

Imagine que hace 30 años, alguien hubiese descubierto un conjunto de palabras mágicas que nos hubiese permitido hablar con cualquier amigo en cualquier parte del mundo – “abracadabra Juan” y hubiésemos podido hablar con Juan, dondequiera que él estuviera. Si se hubiesen registrado los derechos de propiedad intelectual de tal invento, el inventor se hubiese convertido en la persona más rica del mundo, y sus abogados y aquellos que hubiesen actuado como sus proveedores de bienes y servicios de lujo también se hubiesen enriquecido bastante. Pero, más allá de eso, no se hubiesen creado nuevos empleos.

Las tecnologías de la información y las comunicaciones no son una magia sin costo; pero están más cerca de este concepto de lo que estuvieron las innovaciones en la era de la electromecánica. El costo del hardware de computación se desploma con el tiempo de acuerdo con la ley de Moore del implacable aumento de la potencia de procesamiento. Y, una vez que un software ha sido desarrollado, el costo marginal de copiarlo es prácticamente cero.

Los beneficios que recibe el consumidor de estas tecnologías son grandes en relación a su precio: el costo de cada computadora, tableta o teléfono inteligente del modelo más reciente del año es trivial en comparación al costo de un nuevo automóvil en el año 1950. Pero, el número de puestos de trabajo creados es también trivial.

En 1979, General Motors empleaba a 850.000 trabajadores. Hoy en día, Microsoft emplea a 100.000 personas en todo el mundo, Google emplea a 50.000, y Facebook emplea solamente a 5.000. Estas son meras gotas en el océano del mercado laboral mundial, que reemplazan muy pocos de los puestos de trabajo que la tecnología de la información ha dejado cesantes debido a la automatización.

Pero el aumento del desempleo no es inevitable. No hay límite en el número de empleos de servicios que podemos crear en el comercio minorista, los restaurantes y servicios de comida para llevar, hoteles, y una enorme variedad de servicios personales. Wal-Mart, por ejemplo, emplea a dos millones de personas, y la Oficina de Estadísticas Laborales de EE.UU. predice que se crearán más de un millón de empleos adicionales en el sector de esparcimiento y hospitalidad de Estados Unidos en la próxima década.

Pero los salarios que los mercados establecerán para estos puestos de trabajo pueden resultar en aún mayor desigualdad. Y no hay ninguna razón para creer que la respuesta genérica que dan los políticos al problema – “se debe aumentar las habilidades de la fuerza laboral” – vaya a compensar esta tendencia. Sin embargo muchas personas aprenden habilidades superiores en el ámbito de tecnologías de la información, pero Facebook nunca necesitará más que meramente unos pocos miles de empleados. Y el acceso a empleos bien pagados es probable que sea determinado no por el nivel absoluto de habilidades, sino por la habilidad relativa en un mundo donde el ganador se lo lleva todo.

Sin embargo, por lo menos los productos y servicios relacionados a las tecnologías de la información son muy baratos, por lo que incluso los relativamente pobres puedan comprarlos. Eso podría hacer que las sociedades muy desiguales sean más estables, compensando parcialmente la inestabilidad que muchos temen. En su reciente libro Average is Over (Lo promedio pasó de moda), el economista Tyler Cowen realiza afirmaciones deliberadamente provocativas sobre que si bien las tecnologías van a producir una desigualdad extrema, los perdedores relativos estarán saciados por los juegos de computadora y el entretenimiento vía Internet, y estarán provistos con los elementos básicos para llevar una vida mínimamente aceptable, por lo que estas personas serán demasiado dóciles por lo que no se rebelarían.

Cowen podría estar en lo cierto: puede que los pobres no se rebelen. Pero la desigualdad extrema todavía nos debe preocupar. Más allá de un cierto punto, la desigualdad de resultados impulsa, de manera inevitable, una mayor desigualdad de oportunidades; y la desigualdad extrema ya sea de resultados o de oportunidades pueden socavar la idea de que todos debemos ser iguales como ciudadanos, si bien no lo somos en el nivel de la vida material.

Por lo tanto, el Papa Francisco estaba en lo cierto: a pesar del éxito indiscutible del capitalismo como un sistema que genera crecimiento económico, no podemos confiar en las fuerzas del mercado por sí solas para generar resultados sociales deseables. Todas las nuevas tecnologías crean oportunidades, pero los mercados libres distribuirán los frutos de algunas nuevas tecnologías en maneras dramáticamente desiguales. Compensar tales resultados hoy será un reto de más grande de lo que fue en el pasado.

Adair Turner is Senior Fellow at the Institute for New Economic Thinking and former Chairman of the United Kingdom's Financial Services Authority. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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