Después de Boris Johnson, Reino Unido debe empezar desde cero en sus relaciones con la UE

Las relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea necesitan desesperadamente comenzar de nuevo. De momento, lo único que atraviesa la espesa niebla del canal de La Mancha son los relámpagos de mutua irritación. No obstante, la guerra de Ucrania ha creado un contexto geopolítico en el que restaurar las relaciones es más necesario que nunca para Europa y, por otra parte, la defenestración del primer ministro británico Boris Johnson ofrece una oportunidad política a Gran Bretaña.

Desde que el Gobierno de Johnson intentó violar el derecho internacional por el Protocolo de Irlanda del Norte, ha sido casi imposible imaginar que se pudiera restablecer la confianza entre la UE y el último ocupante del 10 de Downing Street. Casi todos los europeos, como la mayoría de los británicos, tenían ya desde hacía mucho tiempo una opinión formada sobre él.

Por desgracia, el discurso que pronunció el líder laborista, sir Keir Starmer, en el Centre for European Reform de Londres esta misma semana no propuso ninguna idea audaz para la colaboración que necesitamos entre las dos orillas del Canal. Con una prioridad clara, que es recuperar a los laboristas que votaron por la salida de la UE y abandonaron a los tories en las elecciones de 2019, su mensaje fue: “Hay que hacer que el Brexit funcione”.

O sea, que lo único malo del Brexit —parece casi decir de forma implícita— es que el Gobierno de Johnson no ha sabido hacerlo funcionar. Después de decir que el Partido Laborista no quiere que el Reino Unido vuelva a entrar en la UE, el mercado único ni la unión aduanera, Starmer presentó una serie de sugerencias sensatas pero modestas, empezando por la necesidad de resolver los problemas relacionados con el Protocolo de Irlanda del Norte mediante una negociación constructiva. Su discurso estaba dirigido exclusivamente a los británicos. No hubo casi nada que pudiera interesar a los europeos continentales.

Al otro lado del Canal, nadie habla ya del Brexit. Como he descubierto cuando fui hace poco a Alemania, Bélgica y Francia, la indiferencia solo deja de serlo para transformarse en irritación. La única propuesta nueva importante es la que ha hecho el presidente francés, Emmanuel Macron, una “Comunidad Política Europea” más amplia, en la que estarían países candidatos y futuros candidatos a la UE, como Ucrania, Moldavia, Macedonia del Norte y Albania, junto a países que no son miembros de la Unión como Noruega, Suiza y Reino Unido.

Una invitación de Francia a lo que a muchos les parecerá una merienda de primos no va a ayudar precisamente a reforzar el frágil amor propio del Reino Unido tras el Brexit. Si esta nueva Comunidad se materializase, el Gobierno británico debería formar parte de ella, pero ese no será el factor estratégico fundamental que mejore la relación entre las dos orillas del Canal.

¿Cuál será? Un primer paso crucial era que el Partido Conservador se deshiciera del desacreditado Johnson. Si el problema del Protocolo de Irlanda del Norte no se ha resuelto para cuando se marche Johnson, el primer ministro que le suceda deberá recordar un sabio consejo de Jean Monnet: si tienes un problema que no consigues resolver, amplía el contexto. Impulsar una agenda más general para reiniciar la relación entre el Reino Unido y la UE facilitará la posibilidad de acuerdos en aspectos concretos del legado del Brexit.

El discurso de Starmer señaló un área importante de cooperación: volver a incluir la investigación académica y científica de Gran Bretaña en el programa Horizonte de la UE; reincorporarse al programa de intercambio de estudiantes Erasmus; facilitar a artistas, deportistas y otros profesionales la posibilidad de trabajar en ambas partes; en resumen, tratar de contrarrestar el preocupante deterioro de los vínculos personales entre el Reino Unido y la UE. Pero además hay otros grandes ámbitos en los que el sucesor de Johnson deberá fijarse: la cooperación sistemática con la UE en política exterior y de seguridad, defensa, inteligencia, medio ambiente, energía, política digital, IA, tecnología financiera y biotecnología. Gran Bretaña tiene mucho que añadir a la fortaleza de Europa en estos campos. Las amenazas de la Rusia de Vladímir Putin, el cambio climático y tal vez otro virus que salte de continente en continente obligan a Europa a desarrollar al máximo ese poder.

Como estos no son más que unos pasos graduales, hay que integrarlos en un relato más amplio. La política de la última década, incluida la que desembocó en el referéndum sobre el Brexit, nos recuerda que un relato convincente es tan importante como lo que los tecnócratas llaman realidad. Es más, un buen relato ayuda a crear una realidad política. La marcha de Johnson ofrece la oportunidad de elaborar un relato nuevo.

Ya no se trata del Brexit. Ni, por ahora, de volver a entrar en la UE. Es posible que los británicos, en el transcurso de esta década, acaben siendo partidarios de volver a la unión aduanera o al mercado único, pero los dos principales partidos políticos no están todavía, ni mucho menos, cerca de esa postura.

Por consiguiente, hay que hablar de una nueva relación entre el Reino Unido y la UE. No se puede mantener una relación si no se respeta al socio y menos aún si a duras penas se reconoce su existencia. Desde una perspectiva psicológica, es evidente que los que votaron en favor del Brexit les cuesta reconocer que la UE es, en palabras del clásico libro de humor 1066 and All That, una buena cosa (si es buena, ¿por qué acabamos de marcharnos de ella?).

Sin embargo, desde la lógica, es perfectamente posible expresar respeto por una UE sin Reino Unido. Sobre todo, porque Reino Unido no ha abandonado el proyecto general emprendido tras 1945 de conseguir una Europa entera y libre; no hay más que ver el apoyo incondicional que ha ofrecido a Ucrania.

En resumen, existe un buen relato sobre la posible nueva relación entre las dos orillas del Canal. Solo hace falta alguien que lo cuente.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador sénior en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford y autor de La linterna mágica.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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