Después de Bruselas

Empiezo con el salmo 121: “Alzo mis ojos a los montes, ¿de dónde vendrá mi auxilio?”.

Grecia es rescatada, los bancos son rescatados, el euro sobrevive. Pero ¿qué pasará en el 2012? Al menos eso es lo que parecía tras el acuerdo de Bruselas. Pero no duró ni una semana. Ni sus más cercanos colaboradores saben porqué Papandreu decidió convocar un referéndum. Todo lo que sabemos es lo que dijo un ministro alemán: los griegos inventaron el término democracia pero también la palabra caos. Y todo el mundo se pregunta cómo sobrevivirá Europa los próximos dos meses.

Se ha suscitado una cuestión no exenta de interés. El día siguiente a la reunión maratoniana en Bruselas las bolsas en EE.UU. y Europa registraron notables subidas, tendencia que se prolongó en Nueva York el viernes pero no así en Europa. Y todo ello pese a las dudas de numerosos expertos, probablemente la mayoría, sobre las decisiones del maratoniano encuentro. Hay que reconocer también que el optimismo estadounidense guardaba más relación con el curso de los acontecimientos en el país: el optimismo del consumidor en EE.UU. ha aumentado en octubre y otros datos estadísticos han sido también positivos.

Angela Merkel gozó de popularidad a su regreso a Berlín, pero Sarkozy no tanto. Este último ha recomendado a sus compatriotas que se comporten como los alemanes: que trabajen y ahorren más –Berlusconi dijo a Italia que a él personalmente nunca le ha importado mucho el euro–, aunque esto no solucionará los problemas de Italia. Los mercados no creen en el programa de reformas de Italia; hay una gran evasión de capital de Italia a Suiza y Alemania. A The Economist no le satisfizo la reunión de Bruselas. Preguntó a 700 expertos si no había llegado la hora de un gran salto hacia delante en dirección a una Europa unida. El 75% respondió afirmativamente. Pero la respuesta de la opinión pública en Alemania, Francia y Gran Bretaña no es en absoluto positiva.

¿De dónde vendrá la salvación si Italia se ve sumida en un grave apuro? Puede pedir dinero prestado, aunque en la actualidad no en muy buenas condiciones… Por lo demás, el plan de reformas de Berlusconi no ha inspirado confianza hasta la fecha. ¿Acudirá Alemania en su auxilio? No es probable; desde luego no hay ganas y, aunque las hubiera, Alemania por sí sola no podría resolver la papeleta.

¿China, tal vez? Klaus Regling, presidente del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (European System of Financial Supervisors, ESFS) se ha esforzado en persuadir a los chinos para que ayuden a Europa en su desdicha y contribuyan al rescate ofreciéndoles eurobonos.

A los chinos les interesa apuntalar Europa, uno de sus mejores clientes. Sin embargo, pedirían la luna tanto en el plano político (que no se criticara más a China) como financiero y, desde luego, no es seguro en absoluto que se prestaran a la labor de modo solícito. El PNB europeo se eleva a más de doce billones de dólares y el chino es menos de la mitad. China, pese a su crecimiento espectacular, es un país que envejece de tal forma que será difícil que mantenga tal crecimiento; ¿por qué, pues, los relativamente pobres habrían de ayudar a los ricos?

El Banco Central Europeo tiene nuevo presidente en la persona de Mario Draghi, que salvó a Italia de la bancarrota en los años noventa: ¿salvará ahora también a Europa? Draghi intenta ganarse la confianza de los mercados, lo que puede representar un duro reto. Los mercados no han mostrado mucha habilidad en los últimos años y han sufrido los efectos de ataques de pánico y síndromes similares. La regulación de los mercados no ha funcionado adecuadamente y no se han comportado de forma responsable. Claro que cabe preguntar: ¿les compete comportarse con responsabilidad?

Algunos expertos han razonado que aunque durante las últimas décadas se han ido publicando miles de estudios sobre la integración europea, han visto la luz muy pocos sobre la desintegración europea. Tal vez ha llegado la hora de retirarse de una moneda común europea. Sólo son verdaderamente soberanos los países que acuñan su propia moneda y soportan las consecuencias. EE.UU. y Gran Bretaña pueden hacerlo pero no les acaba de ir bien. El euro fue una buena idea, pero le afectan las circunstancias en que vio la luz, la ausencia de control por parte de un gobierno central.

Todo se reduce a una cuestión política, no económica o financiera: la de si Europa quiere avanzar hacia una integración mucho mayor –lo que significa la creación de unos Estados Unidos de Europa con un gobierno central– o prefiere volver a una unión aduanera tal vez al estilo de la Liga Hanseática, cuya actividad se prolongó de los siglos XIII a XVII y que se asentó sobre el comercio, la mutua colaboración y cierta normativa común aunque no un ejército ni una política exterior comunes.

Podría adoptarse alguna de las dos vías, pero una combinación de ambas –unas gotas más de integración y unas gotas más de actividad empresarial– no resultaría seguramente muy halagüeña, como ha acostumbrado a suceder.

Durante mucho tiempo pensé que una crisis ayudaría a Europa a decidirse; como dijo Jean Monnet, las crisis han sido los grandes factores de cohesión a lo largo de la historia. Pero hasta ahora no ha sido el caso en lo relativo a esta cuestión. Tal vez sea menester más de una crisis.

Walter Laqueur. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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