Después de Fukushima

Fukushima no ha dicho nada que no supiéramos. La tragedia ha hecho realidad lo que nunca había dejado de ser posible. Lo poco probable puede ocurrir. Estamos asustados, pero me temo que no somos más sabios. Europa tiene miedo, nada más. Por eso todos propenden a hacer lo que hace la mayoría, que a veces es la suma de quienes no saben lo que debería hacerse.

El atentado del 11-M inclinó la balanza electoral española en el 2004 tal como el accidente de Fukushima ha inclinado ahora la alemana. Quienes ya preferíamos las opciones ganadoras cuando aún todo hacía prever que serían las perdedoras debemos admitir que muchos votos cambiaron a última hora a causa de aquellas sacudidas. Las indiscutibles legitimidades resultantes no necesariamente tienen respuestas, solo la confianza de unas mayorías volátiles. ¿Qué hacer con el medio millar de centrales nucleares operativas o en construcción que hay en el mundo? La pregunta sigue abierta.

Los irreductibles entusiasmos de los pro y los anti se basan en demasiados prejuicios. Añaden confusión a un asunto de por sí confuso. Tras Fukushima, negar los peligros de las nucleares es grotesco; ignorar que hay 400 funcionando sin problemas significativos, también. Los efectos del accidente de Fukushima sobre la población y el ambiente están por ver. Minimizarlos es tan irresponsable como calificarlos de apocalípticos. El tema es demasiado importante para dejarlo en manos de administradores de apriorismos.

Vale la pena correr según qué riesgos. A mi entender, no es el caso de la energía nuclear. El riesgo es bajo, pero el peligro es alto. Quiero decir que son operadas con estándares de seguridad muy elevados, pero si el accidente llega el desastre es enorme. La radiación desatada puede ser devastadora; la catástrofe económica, también. Conviene considerar este último aspecto, porque el gran argumento a favor de la energía nuclear es la cantidad y el escaso costo de los kilovatios producidos. No es exacto. El kilovatio nuclear solo es barato cuando no internaliza los costos constructivos y deconstructivos, el confinamiento de los residuos, la gestión del riesgo y la libre competencia (las nucleares funcionan al 100% de potencia y cierran el paso a los demás productores eléctricos, que han de repercutir costes sobre prestaciones muy por debajo de su potencia instalada). El rigor contable es la primera regla del sostenibilismo, no se olvide.

En España, durante el mes de marzo se generaron 4.730 GWh (gigavatios hora) eólicos, un 21% del total eléctrico. Las ocho nucleares existentes cubrieron solo un 19% de la demanda. Los ciclos combinados de gas, funcionando a un 40% o menos de su potencia -porque en el mix entran primero las renovables (lógico: su combustible es gratis) y también las nucleares (sin otra lógica que su lentísima capacidad para entrar o salir)-, cubrieron un 17,2%. En conjunto, las renovables, hidráulica incluida, produjeron un 42,2% de la electricidad consumida. Sobre una potencia instalada total de más de 100.000 MW (megavatios) y una demanda punta de 45.000 MW, los ocho grupos nucleares españoles ofrecen 7.300 MW.

En España, pues, podría prescindirse de ellos (con elevados costes de amortización prematura, desde luego). En Francia, de manera inmediata, no: producen casi un 70% del mix eléctrico. En Alemania, tras el cierre cautelar de las siete centrales nucleares más antiguas (de las 17 que hay), subirán las emisiones de CO2 emitido a la atmósfera, porque aumentará la producción termoeléctrica de carbón. Las nucleares casi no emiten CO2 en fase de operación, aunque según los cálculos de Benjamin Sovacool, de la Universidad Nacional de Singapur, en la totalidad de su ciclo (desarrollo, construcción, operación y deconstrucción) vienen a emitir unos 66 gramos por kWh (kilovatio hora); la aerogeneración conlleva emisiones de 10 gramos por kWh (las centrales a gas, fuel o petróleo emiten muchísimo más, por supuesto).

No estamos ante un ejercicio de estilo, tenemos medio millar de centrales nucleares. Emiten poco CO2, la generación eléctrica de muchos países depende de ellas en buena medida, constituyen un peligro, su kWh sale mucho más caro de lo que quiere admitirse y no tenemos capacidad para sustituirlas de la noche a la mañana. ¿Seguimos así o damos media vuelta? Sin un plan a medio y largo plazo, la situación en 20 años será aún más problemática. Un plan que, además de la generación, considere el consumo: sin gestión de la demanda, el problema acabará en conflicto. Pero es más fácil culpabilizar a las centrales generadoras que a la voracidad del consumo, claro.

Si se quiere replantear el parque nuclear y, más aún, si se quiere mantener la demanda de energía primaria a niveles abordables, hay que enfriar primero el consumo. Eficiencia, ahorro y suficiencia: un trinomio virtuoso que no reduciría el servicio final, solo depuraría el festival de consumo ineficiente y derrochador. Resulta más sencillo ser antinuclear mesiánico o desarrollista deslumbrante, eso sí. Pero no soluciona el problema. Si no gestionamos la demanda a la baja, vendrán más Fukushimas. Casi seguro.

Por Ramon Folch, socioecólogo y director general de ERF.

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