Después de septiembre

Varias semanas después del enfrentamiento Abas-Netanyahu en la ONU, el tsunami sigue sin llegar. De hecho, los discursos de ambos fueron en realidad postales mandadas a casa. Ninguno intentó entender al otro. Abas habló para los miles de palestinos que se habían reunido en las plazas para ver su discurso en pantallas gigantes, y Netanyahu habló para la derecha que le votó. Ninguno fue preciso en su discurso: Abas eludió mencionar el vínculo histórico del pueblo judío con esa tierra, y Netanyahu presentó la retirada unilateral de Israel de la franja de Gaza en tiempo de Sharon como fruto de un acuerdo con Abas, quien habría roto dicho acuerdo lanzando cohetes contra poblaciones israelíes. Es cierto que un nexo histórico en sí no otorga derechos políticos, pero no es lógico tampoco ignorarlo; es cierto que la retirada unilateral de Gaza y la evacuación de los asentamientos de colonos que había en la franja tuvieron precisamente una respuesta violenta por parte palestina, pero no se puede decir que Abas ignorando el hecho en esa época lo que hiciera fuese romper un “acuerdo”.

Ahora, tras esos dos discursos, parece que ha llegado una especie de tregua: los palestinos no se han manifestado masivamente y la vida en Cisjordania se sigue desarrollando igual que antes del discurso de Abas. Israel, en cambio, está pagando un precio más caro: Turquía se va alejando cada vez más y Erdogan, su primer ministro, está siendo muy duro con Israel. El embajador israelí en Turquía fue expulsado y la representación diplomática que ha quedado es de muy bajo nivel; por otro lado, incluso el agregado turco sobre asuntos económicos que había en Israel fue llamado a volver a Turquía. El embajador israelí en Egipto tuvo que ser evacuado con su personal después de que una multitud de egipcios entrara por la fuerza en la Embajada israelí en El Cairo. Con Jordania las relaciones son cada vez más frías; de hecho, Jordania lleva año y medio sin mandar un embajador a Israel. Por tanto, sí que ha habido un tsunami político, si bien no entre Israel y los palestinos, sino entre Israel y el mundo árabe y musulmán.

Los palestinos se hallan inmersos en un plan para formar parte de organismos internacionales, a pesar de no haber logrado ser aceptados como país miembro en la ONU. Hace poco la comisión de la Unesco recomendó que Palestina fuera miembro de pleno derecho en dicha institución; anteriormente, la Comisión Europea había aceptado a Palestina como observador fijo, con el mismo estatus que Israel, y es lógico deducir que cada vez más organismos internacionales sigan estos pasos. Y es muy improbable que Israel consiga frenar o frustrar estos reconocimientos en el ámbito internacional. ¿Acaso este éxito político de Palestina implica perder el apoyo económico de EE.UU.? Aún no se sabe. De momento, el Congreso norteamericano está retrasando una ayuda de 200 millones de dólares destinada a la Autoridad Nacional Palestina, pero parece más bien un mero retraso y no tanto una consecuencia de la decisión de parar la ayuda. Por otra parte, el Gobierno israelí no ha anulado la entrega de dinero por impuestos de aduanas que le debe a la Autoridad Palestina según establece el acuerdo de París firmado en 1994.

¿Y el proceso de paz? Simplemente, no existe desde hace dos años y medio, y da la sensación de que es algo que muchos ya dan por sentado. La resolución del Cuarteto el 23 de septiembre supone un gran éxito para los cuatro miembros que lo componen, pero constituye un auténtico fracaso en el intento de lograr avanzar, siquiera un poco, en el proceso de paz. Para Netanyahu, la gran ventaja de este acuerdo es que establece que las negociaciones empezarán sin condiciones previas. Pero cuando uno lo lee con detenimiento se da cuenta de que se basa en la Hoja de Ruta que el Cuarteto propuso hace nueve años, según la cual Israel debía parar la construcción de asentamientos más allá de las fronteras de 1967 y debía evacuar aquellas colonias construidas desde marzo del 2001. Por tanto, estamos hablando de papel mojado.

El Gobierno israelí ha aceptado la resolución suponiendo quizás que los palestinos la rechazarían y que lo harían de una forma que no perjudicase aún más su relación con EE.UU. En todo caso, lo curioso es que no se plantee en serio una propuesta de acuerdo mucho más simple y eficaz que suponga el cese de la construcción de viviendas en Cisjordania y la negociación para el establecimiento de un Estado palestino con unas fronteras temporales según esa misma Hoja de Ruta. Por ahora, esta parece la única manera de salir del laberinto en el que estamos, de hacer que el Consejo de Seguridad de la ONU deje un debate estéril sobre el reconocimiento del Estado palestino y se centre en lograr que se establezca ese Estado, lo convierta de inmediato en miembro de la ONU y, a partir de entonces, se negocie un acuerdo de paz israelo-palestino, un acuerdo ya entre dos países reconocidos por la ONU. Por el momento, una propuesta distinta a esta sería un mero juego de palabras que satisfaría a una parte o a otra por algún tiempo, pero que no resolvería el auténtico problema.

Yossi Beilin, ex ministro de Justicia israelí, arquitecto del proceso de paz de Oslo.

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