Desvelos

Nuestra sociedad debe hablar de inmigración con claridad. Debemos hablar de la política migratoria; de qué modelo tenemos y de qué modelo queremos, de cómo gestionar los flujos migratorios y de qué criterios aplicar para ello. Pero también debemos hablar de la convivencia en una sociedad definitivamente plural, que lo es por las sucesivas oleadas migratorias; pero no solo, ya que muchos elementos de lo que llamamos genéricamente globalización inciden en ello. Y también debe hablarse de los temores y angustias que esta nueva sociedad genera. No deben esconderse bajo un velo, sino que, al contrario, han de emerger y han de poder dirimirse en los espacios de diálogo que conforman nuestra sociedad democrática. Así podremos distinguir entre los miedos difusos y el miedo racional que obedece a amenazas reales. Los primeros hay que disiparlos; el segundo hay que abordarlo con autoridad.

Una sociedad plural no es una sociedad sin ley ni una sociedad que permite prescripciones superiores a la misma. La gestión de la diversidad requiere confiar en nuestras instituciones y nuestras leyes, que protegen valores básicos de nuestra sociedad como la dignidad humana, la libertad y la igualdad, y defenderlas. La gran mayoría de los problemas a los que nos enfrentamos tienen solución en el marco jurídico actual. Solo cuando un conflicto tiene realmente entidad y carácter nuevo y se constata que no puede ser reconducido a nuestras instituciones jurídicas para resolverlo hay que poner en marcha los mecanismos de nuestra sociedad democrática para promover leyes, necesariamente de carácter general, que lo afronten. Pero eso será después de aplicar la ley en toda su amplitud y con la fuerza necesaria contra aquellos que pretendan subvertirla. Hacer leyes-proclama puede resultar muy tentador y es sin duda más sencillo que ejercer la autoridad para aplicar las normas. Pero elevar el tono con debates y normas que no tienen como objeto abordar los miedos que generan los problemas reales no nos ayudará a reconocerlos ni a abordarlos, sino que, al contrario, creará nuevos problemas.

En este país no hay burka, un velo integral de origen preislámico que tiene sus orígenes en las tribus pastún de Afganistán y Pakistán y que hicieron desgraciadamente famoso los talibanes. Muchas de las imágenes que acompañan estos días el debate sobre el burka proceden de otros países o, para mayor confusión, son de mujeres que se cubren el pelo con hiyab, un pañuelo de cabeza que deja, obviamente, el rostro al descubierto. En nuestro país hay mujeres, pocas, que utilizan un velo integral. Este es impropio de las comunidades musulmanas que viven en España, y aparece fomentado por líderes religiosos procedentes de un islam radicalizado que reproduce un conflicto que vive hoy parte del mundo musulmán. Contra este fenómeno debemos luchar, con las comunidades musulmanas, en defensa de nuestro modelo de sociedad democrática.

Como decíamos, las leyes vigentes defienden la libertad, la igualdad entre hombres y mujeres y el orden público. Hay que ejercer la autoridad pública, denunciar los ataques a la libertad individual y a la igualdad, y hacer respetar con contundencia, desde las distintas administraciones, las normas generales que ordenan la convivencia. Hay que denunciar a quien someta a una mujer; hay que exigir conocer la identidad de quien recoge a los niños en la escuela; hay que garantizar que los servicios públicos identifiquen a las personas a quienes atienden, sea para trámites administrativos o en la consulta médica. Debemos hacerlo sin miedo, defender nuestras normas y nuestras instituciones, y seguir en la senda que nos ha permitido durante estos años un proceso de integración apreciable, que nos ha mantenido lejos de las duras situaciones que viven algunos países vecinos. Debe ser nuestro modo de desterrar los velos. Una senda trazada por las diferentes administraciones públicas que no hubiera sido posible sin la actitud constructiva de la mayoría de la ciudadanía de este país.

Al contrario, como ha sucedido a lo largo y ancho de Europa, desde la Holanda de los años 90 a la Francia de Sarkozy, quien desde la cosa pública —no solo política— se empeñe en dirigirse al miedo de sus conciudadanos desenfocando los problemas reales y proponiendo supuestas soluciones fáciles a problemas complejos podrá adquirir notoriedad y réditos a corto plazo, pero le pasará por encima la fuerza del miedo crecido, y lejos de bandearlos, situará en el centro del debate a quienes desde distintos lados menosprecian nuestros valores y la sociedad democrática.

Recuperar la medida de las cosas debe ser el objetivo básico de todos los que sí queremos continuar formando parte de esta sociedad democrática y plural. Hay que hablar con claridad de aquello que preocupa, hay que ejercer la autoridad allí donde se requiera, y hay que aportar soluciones reales para constituirnos en una sociedad mejor. De hecho, la preocupación de los ciudadanos es esta.

Anna Terrón, secretaria de Estado de Emigración e Inmigración.