Deutschland über alles

El ministro de Asuntos Exteriores alemán, Guido Westerwelle –líder de los liberales y socio del Gobierno de coalición de Angela Merkel–, ha expresado su rechazo a que se conceda la licencia bancaria al Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) –el fondo de rescate permanente– y a que el Banco Central Europeo reanude la compra de bonos soberanos de países con problemas de financiación como España e Italia, a lo que se opone “de forma categórica”. “El Gobierno alemán –explica– no puede pactar una responsabilidad conjunta para la deuda europea”, ya que –recuerda– “otorgar al MEDE una licencia bancaria es incompatible con la Constitución alemana”. Asimismo –aclara que, por si había alguna duda–, la razón profunda de ambas negativas se halla en el hecho de que, como representante alemán, él debe ejercer como “guardián de los intereses alemanes”. No imagina –insiste– que el Bundestag pueda respaldar una política que ampare “una responsabilidad conjunta ilimitada para Alemania”. Y alerta, por fin, del peligro de “un exceso de solidaridad en Europa”.

Hasta aquí, una síntesis de la posición alemana, por boca de un representante autorizado: su ministro de Asuntos Exteriores. Veamos ahora cuales son las razones y los efectos de esta postura. En cuanto a las razones, resulta muy útil para fijarlas un artículo publicado recientemente en el Financial Times por Otmar Issing –antiguo miembro de los consejos del Bundesbank y del Banco Central Europeo–, bajo este título inefable: “La unión política de Europa es una idea digna de sátira”. Dice en él que cualquier transferencia de los contribuyentes alemanes para compartir o abaratar la deuda de otros países europeos supondría una flagrante violación del esencial principio democrático de no taxation without representation (no hay impuestos sin representación). Y añade que, habida cuenta de que la unión monetaria puede sobrevivir sin una unión política que la vertebre, incluso la unión bancaria le parece imprudente y “expropiatoria”, ya que funcionaría de hecho como un mecanismo de solidaridad con los países en dificultades. Su conclusión es inevitable: para afrontar casos como los de España e Italia sólo cabe “ayuda financiera basada en una estricta condicionalidad y a tipos de interés que no socaven la voluntad de hacer reformas”. Más claro, agua.

Y, por lo que respecta a los efectos, leo también en la prensa que un informe de la rama alemana de la consultora MacKinsey dice que la moneda única generó en el 2010 unos beneficios de 330.000 millones de euros, gracias a la reducción del coste de las transacciones y al impulso de la inversión y el consumo. De estos beneficios, más de la mitad –165.0000 millones– fueron a parar a Alemania; un país que pagará de aquí a fin de año 3.345 millones de euros de intereses por unos vencimientos de 82.301 millones, mientras que España pagará 12.725 millones por unos vencimientos de 74.015 millones, lo que –como ha reconocido hasta el propio Draghi– “es inaceptable”.

Nada que objetar. Todos somos hijos de nuestros propios actos: las personas y los pueblos. Pero ello no nos exime de reflexionar sobre nuestra situación sin una mala palabra, sin un mal gesto y sin una mala actitud. Pero con voluntad de acertar en el diagnóstico y –lo que es más difícil– atinar en el tratamiento. Este es mi punto de vista:

1. Los padres fundadores de la Unión Europea pensaron que una progresiva unión económica desembocaría necesariamente en una unión política. Erraron.

2. La unión política se alcanzará, si algún día llega, mediante una progresiva federalización de Europa. Esta federalización pasará, como en cualquier comunidad –o sociedad– con vocación de futuro, por el establecimiento de un sistema institucional democrático cuyas decisiones sean vinculantes para todos los miembros, y por la implantación de un sistema de responsabilidad solidaria –de todos y para todos– por un determinado tipo de deudas, sujetas –eso sí– a cuantos controles previos a ser contraídas se quieran.

3. Es evidente que Alemania no concibe su papel en la Unión Europea como la del primus inter pares (el primero entre iguales) dispuesto a liderar este proceso de federalización. O quiere y no sabe, o sabe y no quiere, o ni quiere ni sabe.

4. Alemania intentó por dos veces, en el último siglo, conseguir la hegemonía continental europea por la fuerza de las armas, siendo derrotada en ambas ocasiones por los anglosajones; y parece estar a punto de alcanzarla ahora, a la tercera, por la vía de la asfixia económica impuesta a los países del sur y pese a las zancadillas anglosajonas.

5. No va a haber, a medio plazo, ni el menor atisbo de unión política europea. Europa no será más que un mercado con una moneda única –si esta subsiste– controlado por Alemania. Sostener por ello, a estas alturas, que “la solución es Europa” quizá no sea más que una manifestación de frivolidad, de pereza mental o de falta de coraje.

6. ¿Nos interesa esta Europa? Sinceramente, no lo sé. ¿No valdría la pena recuperar la decisión plena de nuestro destino? ¿No tendríamos, por lo menos, que pensarlo?

Juan-José López Burniol, notario.

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