Día de la Ciberhispanidad

En el episodio de Babel, la humanidad toda, concentrada en Senaar, desafía a Dios. Los humanos se dicen: "Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra". Yavé constata los avances de la obra y concluye: "Todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros". Lo hace. Y remata dispersándolos. Cesa la erección del proyecto que llegaría hasta el cielo.

La secuencia desempoderante implica la confusión lingüística y la dispersión. Lo más importante, claro, es lo primero: de poco vale ser vecinos si no hay intercomprensión que vehicule intercambios de talla. Pero Yavé remata con la dispersión geográfica: no se entenderán y se hallarán alejados.

Babel debería ser objeto de análisis por parte de cualquier hispanohablante para entender hasta qué punto nuestra comunidad podría pasar de su irrelevancia actual a una nueva plenitud. Si damos por bueno como generador de poder el trinomio lengua común+gran escala+espacio común, veremos que la lozanía es posible.

La lengua común permanece en lo esencial de lo que fue el Imperio y con un porcentaje de hablantes muy superior al que poseía durante la administración monárquica en América. En efecto, ha pasado de un 30% entonces a más del 90%. Y la inmensa mayoría la posee como lengua materna. Ello genera una muy fuerte lealtad lingüística: implica no solo comunicación, sino también afecto, identidad, pertenencia. Lo anterior, unido al crecimiento demográfico de la población y a la difusión del español por los medios, da como saldo firmeza y gran escala: el español inicia el siglo XXI con 500 millones de hablantes.

Hemos mantenido la lengua, poseemos una inmensa escala... pero nos hallamos dispersos en más de 20 unidades jurídico-políticas que hacen valer sus fronteras: trabas para los intercambios que, fluidificados por la lengua y optimizados por la escala, podrían rendir magníficos frutos. Es magra la cosecha actual. Pero hace poco ha surgido un factor que todo lo está cambiando: el ciberespacio.

Estamos en un mundo en mutación: el espacio físico ya no aísla tanto. Consecuentemente, los Estados tampoco. En efecto, el ciberespacio, saltando toda frontera física, posibilita intercambios de escritos, sonidos e imágenes a una escala sin precedentes y en tiempo real. Es la nueva plaza pública, la nueva oficina, el nuevo centro comercial. En este contexto, las megalenguas llevan mucha ventaja. Dadas sus inmensas escalas, se da en ellas una multitud de intercambios que genera una diversidad cultural real, es decir, una variedad inédita de datos, debates, productos, contactos, vivencias, campañas, espectáculos y oportunidades que permite que cada individuo encuentre lo que está buscando. Y, también, dadas sus inmensas escalas, es posible desde ellas tomar iniciativas colectivas de alto impacto político. Esto constituye un potencial enorme para el universo hispanohablante: de hallar causas comunes, podremos incidir en procesos globales como nunca. Pero no hemos descubierto la ciberhispanidad política.

En el plano virtual somos la tercera potencia. El 7,9% de los usuarios de Internet se comunica en español: enorme escala. Un 70% de quienes viven en los países hispanohablantes tiene acceso a Internet: puertas abiertas a la ciberplaza. En redes sociales el español es la segunda lengua más utilizada: uso efectivo y masivo. Desde este poderoso punto panhispánico virtual podemos unir voces para pesar en procesos globales.

Hasta ahora nuestra cultura ha sobrevivido en archipiélago. Ello nos ha mantenido en la subordinación. Hoy podría ser una condena a muerte. Los tiempos históricos se han acelerado en virtud de las nuevas tecnologías, el eje del poder se traslada a Asia, surgen fuerzas poderosas de nuevos contornos -nebulosas ideológicas, mafias, fundamentalismos, redes terroristas- que se conciertan... y nosotros pretendemos sobrevivir en canoas a un temporal oceánico. El tener la talla adecuada es hoy un imperativo. Esa talla ya la poseemos en el ciberespacio, mas no en el espacio físico. A fin de lograrla también en este, aprovechemos la ciberplaza: exijamos desde ella ante nuestras actuales unidades políticas libertad plena para que podamos realizar entre nosotros todo tipo de intercambios sin aduanas. Los intercambios libres fluidificados por la lengua común en espacios inmensos virtuales y físicos son claves para salir de una peligrosa irrelevancia.

Los pueblos de lengua española han sido embridados. Y se han dejado embridar. Se hallan hoy en una dinámica centrífuga. Para ejecutarla opera una convergencia de poderes interesados en mantenernos enanos y de microidentidades locales que reclaman micro-Estados. Pero estos no tienen la más mínima oportunidad de subsistencia autónoma en un universo de colosos: solo la inserción en comunidades mayores afines posibilita la supervivencia de las pequeñas o medianas. Además, estos micro-Estados de identidad exacerbada apenas pueden ofrecer a los individuos un estrechísimo horizonte: solo las grandes escalas son proveedoras de una real diversidad en la que cada persona encuentra su específica vocación.

Los hispanohablantes somos un neto cuerpo histórico-cultural que debe hallar coordenadas políticas. Nuestra tarea más urgente es dar con una dinámica centrípeta que nos permita cohesionarnos para pesar adecuadamente en el mundo a fin de preservar nuestra especificidad y hacer causa común con Occidente -del cual somos parte- para que no sucumban los valores universales de libertad y dignidad humana.

La maldición de Babel no ha dado al traste con nosotros: nuestra lengua, desde todos sus acentos, facilita nuestra comunicación sin trabas. Convergemos, además, gracias a ella, en un punto: el ciberespacio hispanohablante. Sumando ambos factores, parafraseando el episodio bíblico, podemos decir: nada nos impedirá que llevemos a cabo todo lo que nos propongamos. En español, juntos, desde la dimensión virtual, propongámonos incidir en el universo físico ante las instancias de poder de toda índole en procesos que nos cohesionen.

Carlos Leáñez Aristimuño es profesor. Su investigación y cursos interrelacionan Hispanoamérica, lenguas y globalización.

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