Día de Santiago, día de Galicia

Don Ramón Otero Pedrayo, el gran patriarca de las letras gallegas, dejó escrito, en su memorable «Guía de Galicia», que ésta es «tierra occidental y marítima, borde del antiguo mundo frente al mundo ignoto, centro creador de la conciencia medieval, gracias al sepulcro de Santiago y los caminos espirituales suscitados por él, país de profundas tradiciones». Otro gran gallego, Ramón Piñeiro, referente moral y político del galleguismo en los últimos años de la Dictadura, en la transición, y durante la puesta en marcha de nuestra autonomía política, compartía con D. Ramón (en Galicia, cuando se habla de D. Ramón, sólo puede ser para referirse a Otero Pedrayo) su devoción por Compostela. Una devoción que, como dejó escrito Piñeiro, hundía sus raíces en «el doble significado, religioso y cultural, del santuario apostólico y, al mismo tiempo de factor histórico-cultural de integración de Galicia en Europa». Un factor que hizo al mismísimo Goethe reconocer que «Europa comenzó en el Camino de Santiago».

Amantes de las tradiciones, los gallegos y gallegas, tanto los que residimos en nuestra tierra como los hijos de la emigración, hemos celebrado el Día de Galicia en su doble significado religioso (festividad del Apóstol Santiago) y cultural durante siglos: desde los tiempos en que las crónicas dan cuenta del descubrimiento del Sepulcro, a finales del siglo IX; y formalmente desde que en 1646 las Cortes de León y Castilla, presididas por Felipe IV, instauraron la Ofrenda Regia al Apóstol. Una Ofrenda que Su Majestad el Rey ha tenido la generosidad, que públicamente agradecemos, de delegarme en el presente año.

Así, cuando a finales del siglo XIX diversos pueblos europeos comienzan a «inventarse tradiciones», por recurrir a la expresión de Hobsbawn, que entre nosotros suele utilizar el historiador y presidente del Consello de la Cultura Gallega, Ramón Villares, el regionalismo gallego, en vez de construir «nuevas religiones civiles alternativas», se limita a incorporarse a las tradiciones preexistentes. Las «Irmandades da Fala» proclaman el 25 de julio de 1920 como primer «Día de Galicia», con lo que la fecha comienza también a ser reivindicativa en lo político, y a celebrarse, según los pendulazos de la historia constitucional española, en público o en privado. Así, la reivindicación política se circunscribe, en los años 60, a una Misa ante los restos de Rosalía de Castro en el Panteón de Gallegos Ilustres; y en la transición los nuevos movimientos nacionalistas de izquierdas comienzan a convocar manifestaciones en el «Día da Patria Galega», que desembocan, también, junto al Sepulcro.

Ciertamente, Galicia es hoy lo que es, y los gallegos somos lo que somos, gracias al esfuerzo de todos los que nos precedieron. Fueron muchos los hombres y mujeres que trabajaron en el pasado por lo que ya es una realidad: una Galicia autónoma en una España unida y abierta a Europa y al mundo. Los gallegos y las gallegas, como obstinadamente demuestran todas las encuestas realizadas a lo largo de los últimos 28 años, valoran positivamente, de forma muy mayoritaria, nuestro vigente marco autonómico, derivado de la Constitución de 1978. Un Estatuto que, con independencia de su posible reforma, necesaria y constitucional, nos permite identificarnos con la expresión que mejor resume la posición compartida por la inmensa mayoría: el galleguismo; una ideología que lejos de considerar incompatibles y excluyentes los sentimientos de pertenencia a las comunidades políticas gallega, española y europea, las considera igualmente propias y básicamente complementarias. Una complementariedad identitaria que se extiende a todos los órdenes y usos sociales, empezando por el idioma: el gallego es nuestra propia lengua, y precisamente por ser la mejor expresión de nuestro genio creativo, se merece un especial respeto y protección, como muy acertadamente establece la Constitución en su artículo 3º; pero sin que ello vaya en detrimento del conocimiento y uso en Galicia de nuestra otra lengua, el castellano, que por ser la común de todos los españoles también es nuestra y propia; ni en menoscabo del aprendizaje de al menos otro idioma europeo, como el inglés, que se ha convertido en la lengua franca contemporánea.

En el orden político, son otras las preocupaciones que los gallegos compartimos. Acaba de ser aprobado un nuevo sistema de financiación de las CCAA que, de entrada, ha convertido el que hasta ahora era un sistema de nivelación total (por el que todos los recursos de las CCAA de régimen común se redistribuían entre todas las CCAA) por un sistema de nivelación parcial (que limita la aportación de cada CCAA al sistema). Un cambio de filosofía en cuestión tan central para el buen funcionamiento del Estado de las Autonomías, originado por el nuevo Estatuto catalán, que con independencia de sus resultados concretos en términos de recursos para cada CA (y para Galicia no parecen ser buenos, al soslayarse circunstancias que, como la dispersión poblacional o la emigración, encarecen la prestación de un mismo servicio público respecto de otros territorios), merecía, por tanto, haber sido consensuado con todas las Comunidades Autónomas.

Nuestras principales preocupaciones no difieren, en definitiva, de las de los demás españoles. Sobre todas, la crisis económica, que está llevando a la desesperación a muchas familias, que ven como ninguno de sus miembros puede mantener o acceder a un puesto de trabajo. La Xunta de Galicia se ha puesto a trabajar con el objetivo fundamental de luchar contra la crisis, primero, y hacerlo en el marco de un plan estratégico que permita, después, la incorporación en condiciones competitivas de la economía gallega a la globalizada economía mundial. Hemos presentado, incluso antes de que se cumplieran nuestros primeros 100 días de gobierno, un plan de austeridad que supone una reducción del gasto público no productivo en 144 millones de euros, y que se visualiza en la supresión de tres consellerías y en la supresión de más de un 40% de los altos cargos en relación con el anterior gobierno bipartito. Ello nos ha permitido (junto con una reprogramación del 11% del irreal presupuesto aprobado en 2008) elaborar un plan de choque para la economía gallega de 1.224 millones, del que estamos solicitando valoraciones y aportaciones a los representantes sociales, y que prioriza el fomento del empleo y de la productividad de nuestro tejido productivo, y la adopción de medidas de apoyo a las familias y a las pequeñas y medianas empresas, que son las que más padecen las consecuencias de la crisis.

Una crisis que esperamos superar, como siempre, con mucho trabajo y con la ayuda del Apóstol, bien tangible en el Año Santo 2010. Un año en el que Galicia acogerá agarimosamente a todos aquellos que quieran, como don Ramón, pasear por las calles de Compostela entre «estudiantes procedentes de toda Galicia, campesinos de la Mahía, enfermos que buscan la salud corporal, peregrinos que persiguen la salud espiritual, y turistas que procuran la emoción estética de la Quintana, del Obradoiro, del Pórtico, del Sar, y de la ciudad en su conjunto», para sentirse, a la vez, «en el corazón de Galicia y en uno de los lugares en los que se alentó la creación de Europa».

Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia.