Diada a la báltica

La Diada del pasado año fue clamorosa y, aunque dispuso de una organización activa, también fue especialmente espontánea. Al margen del número de manifestantes de aquel Onze de Setembre, la manifestación marcó un hito histórico. El evento, no obstante, se interpretó con estrechez ideológica. Los catalanes que acudieron a la convocatoria mostraron, sin duda, un alto grado de insatisfacción con el statu quo de Catalunya en el Estado. Sin embargo, la reivindicación no era unívoca. Abundó la independentista que marcaba la pauta con la reclamación de un Estado propio en Europa. Pero convergieron otros malestares que no se supieron discriminar lo que condujo a que el Govern adoptase decisiones equivocadas, apartadas de la transversalidad política e ideológica –incluso identitaria– que aquella expresión ciudadana deseaba manifestar.

Las elecciones del 25 de noviembre posterior demostraron que aquella energía no estaba plenamente al servicio de una causa secesionista o soberanista, sino, además, al de otros propósitos reformistas. En palabras distintas y como ha recordado esta misma semana Duran Lleida, “se puede servir a Catalunya desde todas las trincheras ideológicas”. No parece que así lo piensen en amplios sectores de CDC y, desde luego, en ninguno de ERC. Mucho menos, en la ANC que este año se ha enfrentado al reto de organizar una nueva Diada –la de 2013– tratando de que su significación y repercusión sea superior a la del pasado año.

La opción por una Diada a la báltica comprime el Onze de Setembre a una reivindicación exclusivamente independentista. Porque trata de remedar la cadena humana que entre millón y medio y dos millones (sobre un total de siete) de ciudadanos de Estonia, Lituania y Letonia formaron el 23 de agosto de 1989 reclamando la soberanía plena de las tres repúblicas tras haberla perdido por la ocupación soviética. La fecha elegida no lo era al azar: ese día se cumplía el cincuentenario del pacto entre nazis y soviéticos (Molotov-Ribbentrop) que dejaba a estas naciones bajo el paraguas de Moscú. La cadena báltica, fue un éxito y alcanzó la extraordinaria extensión de 600 kilómetros partiendo de Vilna llegando a Tallin, pasando por Riga.

Hoy, las tres repúblicas del Báltico forman parte de la Unión Europea (desde el 2004) y han reconstruido su identidad tras décadas de sometimiento al poder soviético. Hace apenas cuatro años visité Tallin (Estonia) y percibí que del poder de Moscú sólo queda un profundo recelo de los naturales estonios hacia Rusia y un gran afán de reforzar sus vinculaciones con Finlandia y los estados nórdicos a cuya comunidad sienten pertenecer, no sólo por alejarse de su traumática historia con el gigante ruso, sino también por cautela hacia la cercanía y crecimiento de aquel inmenso país, que se concibe como hegemónico y amenazante. La ocupación de la URSS sigue pesando como una losa.

El independentismo suele requerir de referencias. En los últimos meses los secesionistas catalanes han manejado varias. Desde luego, Quebec y Escocia, también Valonia, y los más radicales han llegado a solidarizarse con Gibraltar y el supuesto derecho de autodeterminación de sus tres decenas de miles de ciudadanos. La Diada del 2013 introduce en ese cóctel de referencias –desigual y contradictorio– la Vía Báltica, aunque importe poco –o nada– que el solapamiento entre Estonia, Lituania y Letonia con la situación de Catalunya resulte inexistente. Porque lo que se quiere es un Onze de Setembre independentista, sin matices. Por eso he escrito en estas mismas páginas que este proceso soberanista se está llevando por delante el catalanismo integrador y plural y la cohesión de la convivencia en Catalunya. La cadena humana que propone la ANC –secundada entusiásticamente por CDC y ERC, aunque Mas se guarde la baza de asistir o de no hacerlo– requiere inscripción, es decir, adhesión nominativa; localización en la cadena según la disponibilidad que exista en el espacio territorial que se solicite y, por lo tanto, empatía completa con los objetivos que defiende la Assemblea Nacional Catalana.

Es obvio que se está alterando, y contaminando, el nivel freático de la idiosincrasia de los catalanes con una formas que recuerdan cada vez más al abertzalismo del País Vasco que se muestra tosco, brusco y sectario, excluyente y, a la postre, desagrega voluntades en cada una de las causas que apadrina. Esta Diada báltica 2013 será un éxito. Pero lo será a costa de dejar en el camino valores comunes y cohesiones logradas con enorme esfuerzo y trabajo y que han sido emblemáticos en la convivencia catalana. Hay supuestos éxitos que se asientan en fracasos. No merecen la pena.

José Antonio Zarzalejos

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