Diálogos con el poder constituyente

Entre los pasajes más estremecedores y genuinamente hebraicos de las Escrituras figuran los diálogos que con Yahvé mantienen los profetas, y también el Santo Job, por decirlo a la española. Son momentos de alta tensión espiritual y de una intimidad con la divinidad que ningún heleno tuvo nunca con Júpiter tonante. «Tú llevas la razón, Yahvé, cuando discuto contigo», reconoce el profeta Jeremías, y aun así se atreve a suscitar uno de los aspectos del problema eterno del mal: «¿Por qué tienen suerte los malos y son felices todos los felones?». La respuesta divina invita a medir las propias capacidades antes de forcejear con el misterio: «Si te agotas corriendo con los de a pie, ¿cómo competirás con los de a caballo? Y si en tierra abierta no te sentiste seguro ¿qué harás en los bosques del Jordán?».

Si del mundo espiritual del Sinaí nos trasladamos a las ásperas sierras de la política española, lo más próximo a una conversación con el Creador quizá sea un diálogo con el poder constituyente. En efecto, nada más elevado y misterioso en la teoría del Estado que la doctrina del poder constituyente. Sabido es que uno de los grandes politólogos del siglo XX estableció la comparación del poder constituyente con la «potentia Dei absoluta» de la teología medieval, es decir, con la libertad omnímoda de Dios en los momentos anteriores a la creación para concebir y disponer cómo habría de ser el universo. En cambio, el simple poder de revisión constitucional se aparentaría con la «potentia Dei ordinata», la potestad divina en el marco del mundo por ella creado.

Diálogos con el poder constituyenteDe este modo, si a un político español le sobrevienen inquietudes constituyentes, debería estar preparado para un diálogo con esa deidad tutelar de la Constitución que es el poder constituyente y tener lista alguna respuesta para preguntas como las siguientes: ¿No se ha podido renovar la composición del Consejo General del Poder Judicial ni la del Tribunal Constitucional, y me llamas para que abra el Arca de la Alianza y revise su contenido? ¿Pretendes sentarte a debatir conmigo sobre las líneas maestras de una nueva Carta Magna y tienes la casa sin barrer? En suma: Si te agotas corriendo con los de a pie, ¿cómo competirás con los de a caballo…?

Pero hay más, mucho más, y precisamente son los caballos los que nos llevan a la próxima idea. Como saben muy bien quienes frecuentan los hipódromos, para que pueda empezar una carrera, los caballos tienen que estar preparados y alineados de una forma muy especial. Así ocurre con las fuerzas sociales que han de participar en un proceso constituyente, si se quiere que termine con éxito. Procesos constituyentes hechos a trancas y barrancas para imponer una constitución de partido hubo varios en la España del siglo XIX, pero de ellos salieron textos escasamente respetados y de corta vigencia. No parece posible que nadie en la España actual quiera seguir ese camino, ni lo permitiría tampoco el régimen de mayorías que la Constitución de 1978 -nuestra única y verdadera Constitución- prevé para su reforma.

Toda Constitución requiere una organización de las fuerzas sociales en torno a una serie de valores y de fines comunes y compartidos. Con frecuencia, un gran evento histórico es el resorte que moviliza a las fuerzas sociales para organizarse, buscar el consenso básico que las une y dotar a su país de una nueva Constitución. Así ocurrió en España con la Transición, o en Francia, Italia y Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Son momentos en que un poderoso vector histórico embarca a todo un país en un viaje del que sólo algunos sectores marginales deciden excluirse. Únicamente entonces aparece de verdad en escena el poder constituyente.

Cuestión distinta es la del ejercicio del poder de revisión constitucional. Para reformar la Constitución no es necesario que aparezca la Historia para suspender por un tiempo los antagonismos que se dan en el seno de toda sociedad. Pero incluso una reforma parcial de la Constitución requiere un consenso sólido de las principales fuerzas políticas. Ocurre que para conseguir ese consenso hay que partir de una situación previa propicia, y la situación actual está muy lejos de serlo. La resistencia de los materiales con los que se construyó la Constitución de 1978 se está poniendo a prueba como nunca desde su promulgación. Se diría que el terreno político español se ha cubierto de maleza y hay mucho que desbrozar antes de proceder a esa siembra que es una reforma de la Constitución. En el orden general, han entrado en el Parlamento nuevas fuerzas para las que la lealtad al espíritu de la Constitución de 1978 no constituye una prioridad. En el orden territorial, ¿qué sentido tiene hablar de una reforma de la Constitución española con movimientos políticos cuya principal aspiración es quedar al margen del ámbito de vigencia de cualquier Constitución española?

Ciertamente, eso no quiere decir que estemos condenados a la parálisis política. Pero primero hay que preparar el camino. Hay que recuperar la convivencia, y la concordia civil, e incluso, en la medida en que lo permitan las vicisitudes de la pandemia, también la alegría de vivir. Los usos de la nostalgia en política son limitados, pero estoy convencido de que, con todos sus defectos, el cuarto de siglo largo posterior a las elecciones de junio de 1977 se recordará a no mucho tardar como una auténtica «belle époque» de la vida en España. Estando bien, como estábamos, ¿por qué hemos buscado el mal? Pero en todo caso, antes de invocar al poder constituyente, hagamos los deberes y midamos nuestras fuerzas, no sea que cuando comparezcamos ante él nos diga, quizá con la voz solemne que utilizaba Adolfo Suárez en sus inolvidables mensajes televisivos, aquello que Yahvé le dijo a Job al comienzo de un gran diálogo bíblico: «¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra?».

Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín es jurista.

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