Diarios que son instituciones

El espacio público, desde el siglo XX, no es patrimonio exclusivo del Estado. Instituciones de la sociedad civil asumieron ese rol, en un tejido de relaciones que pasó a ser parte esencial de la arquitectura democrática. Es el caso de los sindicatos obreros o las corporaciones profesionales, que también vivieron su patología y -con los regímenes fascistas- no sólo ocuparon el espacio público sino que lo usurparon de quienes son sus más auténticos representantes, los electos por el pueblo.

El diálogo político no transcurre sólo en el Parlamento. Suele nacer en los diarios, aunque luego se traslade al ámbito político, o -por medio de la televisión- alcance difusiones masivas. Esos diarios de opinión resuenan más que los debates parlamentarios y orientan a una televisión que, por sus propias características, es más efímera. Sus imágenes se desvanecen rápidamente y desde que existe el zaping tampoco hay un público leal, como el que poseen los periódicos. No hay expansión sin la televisión, pero tampoco hay un planteamiento sólido de nada sin la letra escrita, que permanece, como ya lo decían los romanos: "verba volant scripta manent". Esos periódicos suelen alcanzar, con el correr de los años, el carácter de verdaderas instituciones, instancias fundamentales de la vida cultural, social y política, sin las cuales es difícil entender lo que ocurre en un país.

En Argentina, cuna de un gran periodismo, en su tiempo La Prensa y La Nación fueron esas columnas, y cuando aquélla fue derrumbada por el peronismo, apareció Clarín (en 1945), que se transformó, en poco tiempo, en un gran diario de noticias, popular, atractivo y a la vez de peso en la opinión. Con La Nación -fundada por Bartolomé Mitre en 1870- se han repartido desde hace más de medio siglo el favor de la ciudadanía y marcan el pulso de la vida argentina, en toda su diversidad y riqueza. En sus páginas no sólo se viven las permanentes tormentas de su vida política, sino los avances de su ciencia, la riqueza de sus artistas, el empuje de sus productores, hasta la creatividad de su moda y diseño.

En lo político, cada uno ha seguido su derrotero. Sólidamente liberal La Nación, zizagueantemente desarrollista Clarín, entre ambos está el debate. Razón por la cual ha sido motivo de real preocupación el increíble episodio, hace pocas semanas, de una invasión de 200 funcionarios impositivos que irrumpieron abruptamente en la administración de Clarín. Se sabe que sostiene un pulso con el Gobierno y que vivieron en paz durante el Gobierno Kirchner hasta que el conflicto del campo los enfrentó. El matrimonio gobernante aspiraba a que la televisión de Clarín silenciara una verdadera revolución cívica que vivía el país. Algo periodísticamente impensable, claro, pero que le ha costado una actitud de asedio gubernamental. La invasión de los inspectores terminó en tragicomedia, porque nadie se hizo responsable, pero la amenaza flota en el aire. El tema es grave. Clarín no es sólo de sus dueños, también es de los cientos de miles de lectores que disfrutamos de las caricaturas de Sábat, de las columnas de Van der Koy o de su magnífico suplemento cultural.

Ese episodio ha sido continuado con agresiones de otra naturaleza. Una ley deja a los medios de radioteledifusión en manos del Gobierno, al punto de establecer que todos los permisos de canales de televisión son por dos años, lo que hace imposible invertir en tiempos como los que vivimos. A ello se sumó un ataque a un periodista de La Nación, Carlos Pagni, a quien se le acusó de "conspirar" contra el Gobierno, en un montaje de televisión difundido por el canal oficial. Se adelantó una fuerte operación de presión sobre Papelprensa, la empresa que fabrica la materia prima de los diarios, mientras que, en una arbitrariedad populista, por decreto se anuló el contrato que otorgaba a Clarín la trasmisión del fútbol, para asumirla el Estado que hoy ofrece gratuitamente el espectáculo en canales abiertos. Para completar el panorama, el sindicalismo afín al Gobierno ha estado impidiendo la circulación de Clarín y La Nación, en una medida gremial que se levanta y se reactiva, manteniendo un clima de acoso. Esto ocurría mientras estaba reunida la Sociedad Interamericana de Prensa, con 500 directores y empresarios periodísticos, que no podían creer lo que veían.

Infelizmente no se trata tampoco de un hecho aislado en nuestra América. El cierre de Radio Caracas Televisión, en Venezuela, fue algo tremendo, porque también era un gran espacio de libertad. Por cierto, todos los medios tienen igual derecho a la libertad. Pero sólo algunos alcanzan ese carácter del que hablamos y merecen especial consideración. ¿Quién discutiría que La Vanguardia, desde 1881, además de un diario, es una institución en Cataluña? ¿Quién duda que el propio Abc, por más conservador y monárquico que se le quiera, es el representante, desde 1905, de un sector de España? Por cierto, nadie de buena fe podría cuestionar que, a partir de aquel 4 de mayo de 1976, en que EL PAÍS dijo "no es eso" a las propuestas del régimen franquista, este diario se erigió en una referencia ineludible de la vida nacional.

Verdad es que los diarios ya no son lo que en sus orígenes. Integran, normalmente, organizaciones más vastas, que deben cuidar intereses a veces cuantiosos. Eso no les aleja -sin embargo- de su valor referencial en una vida democrática que, sin esos celosos guardianes, pierde lo mejor de sí.

Julio María Sanguinetti, ex presidente de la República de Uruguay.