Díaz salva la cara y Rajoy la pierde

La vencedora de las elecciones en Andalucía ha sido Susana Díaz, pero se ha quedado como estaba antes de convocar anticipadamente estos comicios. Con un inconveniente añadido: que Izquierda Unida ha sufrido una derrota monumental porque ha perdido más de la mitad de los 12 escaños que tenía y se ha quedado en cinco, insuficientes para sumarlos a los del PSOE y obtener con ello una cómoda mayoría absoluta para gobernar. Con este resultado la presidenta de la Junta ha perdido la opción que tuvo en la anterior legislatura de apoyarse en ese partido para obtener la estabilidad por la que clamaba y que, aparentemente, fue lo que le hizo convocar nuevas elecciones. Es decir, Díaz ha perdido 120.000 votos y salvado los muebles por los pelos pero se enfrenta a un paisaje parlamentario mucho más complicado que el que tenía. Se queda a ocho escaños de la mayoría absoluta, claramente por debajo del resultado que consiguió el PP en las elecciones de 2012, con 50 escaños. Ese partido no alcanzó entonces el poder porque el PSOE pactó con Izquierda Unida y se alzó con el gobierno andaluz. Y ahora Susana Díaz puede conservarlo únicamente porque frente a ella no existe en la oposición ninguna posibilidad de pactos entre fuerzas que son ideológicamente incompatibles como el PP y Podemos o el PP e Izquierda Unida.

Antes de ocuparnos de la gigantesca catástrofe sufrida por el Partido Popular hay que poner la atención a las dos formaciones emergentes, que han conseguido unos resultados muy notables. Podemos, un partido salido de la nada, se ha alzado con la friolera de 15 escaños y ha dado un vuelco formidable al paisaje político andaluz y, andando el tiempo, probablemente también al nacional. Con estos resultados, que registran de manera contundente el nivel supremo de hartazgo de los electores hacia el comportamiento de los partidos tradicionales, lo primero que hay que anotar es que, de mantenerse esta tendencia en las sucesivas elecciones, el panorama político español puede sufrir una sacudida formidable que deje fuera de combate no sólo a las grandes formaciones que han gobernado España durante casi 40 años sino inutilizados también los logros de política económica que el actual Gobierno ha obtenido a lo largo de la última legislatura. Porque lo que ocurrió ayer en Andalucía es el anuncio más serio de lo que espera al país entero.

Por lo que se refiere a Ciudadanos ha logrado nueve escaños partiendo, como Podemos, de menos que de la nada -porque hace tan solo tres meses que anunciaron que se presentaban en toda España- y conviene anotar su éxito en los mismos términos que los del partido de Pablo Iglesias, esto es, en clave nacional. Estas dos formaciones han venido y se van a quedar en el panorama político español en los próximos años y el terreno andaluz será el laboratorio en el que ambas velarán sus armas y ejercitarán y demostrarán por primera vez su capacidad en la participación en las tareas de gobierno.

Descartado un pacto PP-PSOE para gobernar la Junta, porque con estos resultados Susana Díaz no tiene ninguna necesidad de recurrir a una fórmula que ya descartó de plano durante la campaña electoral, quedan por considerar dos posibilidades de pacto. El del PSOE con Podemos, algo que la propia presidenta descartó también repetidamente en campaña. Pero nada es imposible en política y la aritmética parlamentaria que acaba de salir de las urnas lo permite. Lo que ocurre es que ese pacto tendría consecuencias negativas inmediatas sobre las dos formaciones. Es muy posible que el votante de Podemos en el resto de España no estuviera nada conforme con que sus líderes se apresuraran a firmar acuerdos con una de las representantes más conspicuas de esta casta corrupta a la que ellos han venido a expulsar de la política. Pero a quien afectaría de lleno ese pacto hipotético sería al PSOE en el resto de España. No porque muchos de sus votantes situados más a la izquierda no estuvieran conformes con él, que sí lo estarían, sino porque el sector electoral situado en el centro izquierda rechazaría una alianza semejante y negaría el voto a Pedro Sánchez en las generales. De modo que lo que podría proporcionar a Susana Díaz la estabilidad soñada por ella, siempre supuestamente, acabaría dejando en la indigencia electoral a Sánchez. Eso sin contar la clase de gestión que se podría llevar a cabo en la comunidad andaluza con un gobierno formado al alimón por socialistas y podemistas. Un partido éste, hay que recordarlo, al que no se le conoce un programa de gobierno digno de tal nombre, sino una letanía de ataques, denuncias y reproches que han encontrado un evidente eco entre la población pero que son instrumentos del todo inútiles para conducir la gobernación de una comunidad. Porque éste es un elemento que debe ser muy tenido en cuenta: es una incógnita total lo que puedan hacer los miembros de Podemos cuando tengan acceso a un gobierno o tengan la posibilidad de influir decisivamente en él. Las declaraciones de sus líderes han variado tanto a lo largo de los últimos meses que es imposible tener una referencia sólida de sus auténticas intenciones. Lo más probable es que los diputados de la formación de Pablo Iglesias vayan a aprovechar esta ocasión de oro que le han proporcionado los ciudadanos para crecer electoralmente en toda España. Pero es obligado repetir que es una absoluta incógnita el comportamiento que adopte esta nueva formación, cuyos diputados se estrenan no sólo en el escaño sino también en la política. De esta manera, lo que ha sucedido en Andalucía se convierte en un auténtico experimento, una probeta para los perspectivas nacionales.

Susana Díaz tiene también la opción de intentar un pacto de gobierno, o de legislatura, con el partido de Albert Rivera pero eso dependerá de lo que quiera arriesgar esta joven formación que sabe que se está jugando sus posibilidades futuras en este tablero andaluz. Todo está abierto ahora mismo, y ésta es la fórmula más razonable pero es probable que Ciudadanos prefiera mantenerse en la reserva para no comprometerse con nadie por lo menos hasta que se celebren las generales. Albert Rivera repitió ayer su condición para cualquier pacto: que Díaz expulse de sus escaños a los imputados en el Supremo Chaves y Griñán, cosa que ella aún no ha hecho. Con lo cual lo más seguro es que Díaz tenga que optar por gobernar en minoría, cosa que este año puede hacer sin grandes problemas porque ya tiene aprobados los presupuestos. Otra cosa será lo que suceda el año que viene, en que se le complicarán mucho las cosas. La que queda descartada desde este momento es esa tan manejada historia de una posible batalla dentro del PSOE entre Sánchez y Díaz por hacerse con el liderazgo del partido en la candidatura para las próximas generales. Visto lo visto en Andalucía, si ya antes resultaba poco probable, ahora ha perdido todo el sentido.

POR LO que se refiere al Partido Popular, la caída ha sido brutal. Ha pasado de tener 50 escaños a quedarse con 33. Ha perdido la friolera de 17 escaños y medio millón de votos, que no se han ido a Podemos, no nos vayamos a hacer trampas a nosotros mismos. La catástrofe es de tal envergadura que no cabe achacarla al mejor o peor acierto en elegir al candidato. Los hechos superan con mucho esa dimensión. Estos resultados hay que adjudicárselos directamente a Mariano Rajoy que, además, ha participado intensísimamente en la campaña electoral precisamente para que el elector personalizara en él la oferta política que le hacía el Partido Popular. Ahí tiene la respuesta. Y es muy razonable pensar que, del mismo modo que los resultados de Podemos y Ciudadanos son el primer capítulo de una serie que terminará el próximo noviembre cuando se celebren las generales, los resultados del PP van a seguir la misma senda. Si el presidente del Gobierno y la dirección del partido pensaron que con los buenos datos que ofrece hoy la economía española y con la promesa de creación de tropecientos mil puestos de trabajo en el próximo año iban a llevarse al elector a la urna, ayer se vio que su cálculo era muy equivocado. Lo que está pasando en España desborda la concreción de la economía y tiene mucho más que ver con el rechazo de la población a una manera de hacer política y de eludir las responsabilidades por la corrupción. Y las respuestas hilvanadas por este partido en el tiempo de descuento es evidente que no han resultado creíbles para los ciudadanos. El partido en el Gobierno corre ahora mismo el riesgo cierto de sufrir el próximo noviembre lo que ya en su día describió muy certeramente Felipe González: podría morir de éxito.

Victoria Prego es Adjunta al Director de EL MUNDO.

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