Dictaduras seculares

Por José María Carrascal (LA RAZON, 04/05/04):

Seculares o militares, que en el mundo islámico van a resultar lo mismo. No olviden ese concepto. Oirán hablar mucho de él en los próximos meses, e incluso años. «Dictadura secular». Con énfasis en lo segundo, en la separación de iglesia y estado. Pero sin poder desprenderse de lo primero, de la dictadura, del régimen autoritario, pues lo uno no funciona sin lo otro. Es la lección que están aprendiendo a la carrera los norteamericanos en Iraq. La letra con sangre entra.

Los norteamericanos, Bush y sus asesores para ser exactos, cometieron innumerables errores en Iraq. El primero, invadirlo bajo falsos supuestos. En Iraq no había armas de destrucción masiva ni aquello era un nido de fundamentalistas islámicos. Era una dictadura brutal, con su propio pueblo especialmente, que había tenido armas químicas, pero no había podido seguir desarrollándolas por el estricto control internacional a que estaba sometido. En cuanto a los fundamentalistas, Sadam había tenido buen cuidado de enviar a sus clérigos a la cárcel, al exilio o a la tumba. Sus relaciones con Al Qaida están todavía por demostrar, como esas armas. El segundo error de la administración Bush fue creer que con ganar la guerra bastaba. Los hechos han demostrado que lo importante es ganar la paz, y para eso no tenían nada previsto. Por último, su tercer y más grave error fue creer que podía establecerse una democracia en un país musulmán en seis meses. Que bastaba la ocupación militar, el nombramiento de un gobierno interino, promulgar una constitución y celebrar elecciones para que Iraq se convirtiera en «el faro de la democracia en el centro del mundo islámico». Un año y quinientos muertos después comprueba que todos esos supuestos eran erróneos y que no sólo no ha conseguido sus objetivos, sino que está más lejos de ellos que nunca. Iraq se ha convertido en un foco de terroristas, el fundamentalismo islámico está sacando bazas diarias de allí y las posibilidades de establecer una democracia en las actuales circunstancias son prácticamente nulas. Las retiradas que la administración Bush ha tenido que hacer en los diferentes campos —el diplomático, el político, el militar— atestiguan el fracaso de su plan para Iraq. Han tenido que pedir ayuda a la misma ONU que despreció; ha tenido que olvidarse de los exilados que quería poner al frente del país y ha tenido que echar mano de un general de Sadam para salir del formidable dilema en que se encontraba en Faluya. Pues su situación no podía ser peor: si asaltaba la ciudad, arruinaría sus últimas posibilidades de ganarse a los iraquíes. Si no la asaltaba, los insurgentes obtenían su primera gran victoria sobre los ocupantes. Para salir de esta ratonera ha venido en su ayuda el ex jefe de la 38 división iraquí, general Jasim Muhamed Saleh, que se ha comprometido a imponer orden en la ciudad, al frente de lo que se ha llamado «Brigada de Faluya», compuesta por antiguos oficiales y soldados suyos. No hay garantía de que tenga éxito, pero es la única salida a una situación insostenible.

Lo que nos lleva a una serie de conclusiones que de haberse alcanzado hace un año, o mejor, hace algunos, nos hubiera ahorrado muchos desengaños, muchas tristezas y muchas vidas. La primera es que la implantación de la democracia en un país que nunca la ha tenido no puede hacerse ni por decreto ni de la noche a la mañana. Si ese país es islámico, menos todavía, ya que el islamismo choca con varios supuestos de la democracia tipo occidental, comenzando por la separación de la iglesia y el estado, mientras en el islam, iglesia y estado vienen a ser lo mismo. La segunda, que el tránsito del estado teocrático, en el que los clérigos no se limitan a mediar entre los ciudadanos y Dios, sino también dictan leyes y las hacen cumplir, o sea, son legisladores y jueces, al democrático tal como nosotros lo entendemos, no puede hacerse de un salto. Se necesita una sociedad civil, laica, formada, dispuesta a asumir su protagonismo social, en vez de dejar que otros la conduzcan. Y ese tipo de estamento civil, que corresponde con la clase media, no existe en la inmensa mayoría de los países subdesarrollados, al no existir las condiciones materiales para ello, ni en los musulmanes, regidos por la ley del islam. El único estamento que existe en ellos capaz de enfrentarse a los clérigos es el ejército. Los militares son los únicos que tienen el peso, la voluntad y las armas para ello. La clase media apenas existe, o prefiere continuar con la norma del islam, que favorece a los hombres, y la clase intelectual está perseguida, hallándose buena parte de sus miembros en el exilio. Sólo el Ejército puede ser un contrapeso a la influencia de la religión. Lo hemos visto en cuantos países islámicos han procedido a «laicizarse». Desde el Egipto de Nasser a la Argelia actual. Han sido los soldados, los generales exactamente, quienes han establecido, no una democracia, pero sí una «dictadura laica». Un paso adelante en la modernización de esos países. ¿Pero, me preguntarán ustedes, no era Sadam un militar? Sí, pero era también un megalómano sádico y brutal, que no buscaba la modernización de su país, sino dar rienda suelta a sus fantasías e instintos. Lo que Iraq necesita hoy es alguien con la suficiente autoridad para restablecer el orden y conseguir que vivan juntos tres pueblos que se odian. Y eso no se consigue con una constitución y unas elecciones, por limpias que sean. Se consigue con patrullas armadas que garanticen la seguridad en las calles, los negocios, las escuelas, los hospitales, y con alguien al frente en quien todos vean un juez imparcial. No sé si el general Saleh, u otro de sus colegas, será ese hombre. Pero lo que sí sé es que Bush, con todos sus dólares y potencial de fuego, no lo es. Cuanto antes comprenda que la democratización de Iraq va para largo y pasa por una etapa de dictadura secular, mejor para todos, él incluido.