Diego Luna piensa que en México ‘hay que entrarle a los matices’

Diego Luna durante una protesta en agosto de 2019 con familiares de desaparecidos en México. Credit Mario Guzmán/EPA vía Shutterstock
Diego Luna durante una protesta en agosto de 2019 con familiares de desaparecidos en México. Credit Mario Guzmán/EPA vía Shutterstock

El despertar de la consciencia social de Diego Luna parece una película dirigida por Alfonso Cuarón. En realidad, es muy Roma.

Era 1988, tenía nueve años, su mamá había muerto y mientras su padre se pasaba los días trabajando en el teatro, a él lo cuidaba una mujer que a la vez era militante del Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional. Así que ella le contaba todo lo que no contaban en la tele, por ejemplo que por primera vez, desde que los mexicanos tenían memoria, se estaban viviendo unas elecciones en las que podría perder el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había gobernado el país durante casi seis décadas. “Fue mi primer contacto con un México hasta entonces desconocido para mí. Estaba con ella frente a la tele viendo cómo Cuauhtémoc Cárdenas subía en el conteo cuando anunciaron que se había caído el sistema. Al volver el sistema ya iba ganando el candidato oficial. El fraude estaba en marcha”.

El actor responde a mis preguntas desde un coche camino a una locación donde le esperan para seguir rodando con mascarilla una serie sobre el amor en los tiempos del coronavirus. No es un coche como el que conducían Julio y Tenoch, los personajes de Y tu mamá también, la película de Cuarón que llevó a la fama a Luna y a su mejor amigo, Gael García. En ella, Diego interpreta a un chico fresa que ve pasar impasible la tragedia de su país. Pero el verdadero Luna, cuando va en coche, suele estar atento a lo que pasa allá afuera.

Hace unos días estrenó Pan y circo, una serie de conversaciones con personalidades que se sientan alrededor de una mesa a debatir con él temas urgentes para México mientras comen. Es el tipo de activismo que le gusta hacer, asegura: “Poner preguntas al alcance de públicos cada vez más amplios”.

En América Latina hemos postergado conversaciones muy importantes por mucho tiempo. No siempre hemos sido capaces de debatir con amplitud de miras temas incómodos y dolorosos como la violencia de género, el racismo o la migración. Tener esas conversaciones es un paso necesario para resolverlos. La idea de la serie es convocar esa conversación en México, donde estos temas vitales se han vuelto una cuestión partidista.

“Hay una necesidad imperante de anular, de descalificar al otro. La gente a la que le gusta algo pone un like pero quien quiere denostar se da tiempo de escribirlo. Vivimos hoy en un México hiperfracturado, de una polarización brutal”, explica. “Tras las últimas elecciones se ha impuesto la idea de que o apoyas a este al cien por ciento y con los ojos cerrados o eres el enemigo. La posición de la gente que votó por este gobierno y, sin embargo, lo cuestiona, es muy incómoda, porque hemos caído en un nivel de discusión donde todo es blanco o negro. En un contexto así me queda claro que el programa tiene una pertinencia, porque quiere encontrar a las personas que sí están dispuestas a entrarle a los matices”.

Como suele pasar, las redes se dividieron ante el programa: la mitad opina que Luna es parte de una élite cultural que se cree que va a resolver el mundo con un plato de comida gourmet delante y en una plataforma de pago como Amazon. La otra mitad piensa lo que Lydia Cacho, periodista y activista contra la violencia de género, escribió en un tuit: “Solo Diego Luna fue capaz de sentar a la secretaria de Gobernación, escritores de izquierda, feministas sin recursos para sus refugios, jóvenes contra la violencia y promotores de legalizar las drogas. […] Eso es lo que añoramos: sentarnos a la mesa con una buena comida, mirarnos a los ojos e intentar resolver esta crisis”.

Luna es un hombre de izquierda y es una estrella de Hollywood, así que está acostumbrado a que le señalen sus supuestas contradicciones. Es un personaje de la saga Star Wars y uno de los principales activistas en defensa de la caravana migrante. Votó a AMLO y es hoy uno de sus críticos. “Lo pienso muchas veces”, contestó cuando en una conferencia alguien le preguntó que si no sentía que actuando en Narcos, la serie en la que interpreta al capo de las drogas Miguel Ángel Félix Gallardo, promovía la violencia entre los jóvenes.

En Pan y circo pasan cosas que parecen obvias pero que no lo son para un programa de televisión. Por ejemplo que en una mesa de debate sobre violencia de género y feminicidio solo se sienten mujeres, como debe ser. O que en una sobre el aborto solo haya un hombre y que este sea un cura por el derecho a decidir. O que Luna apenas pronuncie palabra en esas mesas y su escucha atenta termine siendo el mejor posicionamiento. Que en la mesa de identidad y racismo, el periodista mapuche Pedro Cayuqueo le increpe a uno de los responsables del proyecto del Tren Maya que él, un hombre blanco, haya llamado racista a un indígena, que se le explique que el racismo inverso no existe, y que, sin embargo, el diálogo entre ambos continúe.

Diego les llama “accidentes a los que aspiramos”, son esos instantes mágicos en que la apuesta del programa ha funcionado, el conflicto ha ocurrido, las chispas han saltado, la emoción se ha instalado y el nudo finalmente se ha soltado. Como cuando en la mesa sobre violencia de género, una de las invitadas, Araceli Osorio, luchadora incansable y madre de Lesvy Berlín, una víctima de feminicidio, le dice en su cara sentidamente a una representante del gobierno “no nos llamaste a las víctimas, no nos buscaste”. Y que quizá, a partir de ahí, la promesa vana del Estado se pueda tornar algún día en compromiso real.

En la mesa de Diego Luna come una activista feminista que vive con su hija en Ecatepec, uno de los lugares más peligrosos para una mujer en México, pero no están invitados al ágape un provida o un negacionista del cambio climático. “Queremos voces muy distintas pero no tóxicas”, dice el anfitrión. Fue en la mesa de racismo en la que Luna se sintió más confrontado: “Al escucharlo pensé en lo frágil que soy en términos de confrontarme profundamente de verdad, en lo mucho que participo y me beneficio de este sistema racista. Me hizo pensar en todas mis relaciones, en mi vida de niño en casa de mi padre, en mi relación con la gente con la que he trabajado toda mi vida, con el público, con las historias que cuento”.

Le pregunto entonces si piensa que se ha beneficiado también del patriarcado. “No es que me haya beneficiado, el patriarcado ha definido mis alcances, mi existencia en términos totales”, anuncia casi a gritos. A Pan y circo le faltó un episodio, le digo, sobre las masculinidades o queda pendiente para una nueva temporada. “Cuando hablo con personas que viven en esa reflexión sobre la relación entre hombres y mujeres, y la forma de actuar masculina, me doy cuenta de que vamos por detrás”.

Le menciono otra vez Y tú mamá también. Dos amigos que se pasan la vida presumiendo de seducir mujeres tienen relaciones sexuales entre ellos y al día siguiente dejan de verse para siempre. Han pasado 20 años para los personajes de esa película, para Luna y los hombres de su generación. Le digo a Diego si no cree que estamos cerca de un mundo en el que esos amigos podrían seguir siéndolo después de su primera experiencia gay. “¿Dices que si se acerca un mundo donde Julio y Tenoch no hubieran tenido que separarse, donde hubieran tenido la madurez para acomodar esa experiencia? Claro que me lo imagino, y no solo me lo imagino: imagino vivirlo, vivir sin esa carga. Ver a mi hija y a mi hijo en un mundo como ese. En efecto, ese mundo está más cerca que lejos”.

Creo que esta última década ha sido determinante para madurar como ciudadanos en América Latina. Nos falta mucho todavía, pero las feministas, desde México a Argentina, hemos salido a la calle y nos hemos movilizado para exigir derechos; activistas indígenas han logrado resistir día a día al racismo y a la explotación de sus territorios. Cuando por fin estábamos abordando estos temas como sociedad, y poniéndolos en la agenda política, entonces nos vimos inmersos en esta crisis.

“Solo espero que la pandemia no apague todo eso que se había encendido. ¿Qué va a pasar con lo que destapó la marcha nacional de mujeres? ¿Qué va a pasar con todo lo demás? Hablábamos todos los días de esos cambios necesarios. Y de pronto llegó esto. A algunos les conviene mucho que ya no estemos en la calle”, advierte el actor.

México es el tercer país con más muertes por la pandemia y falta tiempo para recuperar ese impulso social, pero incluso en la crisis sanitaria, “pese a que ha traído muchas pérdidas y dolor”, me dice, “nos ha hecho una confirmación: nos hizo ver todo de lo que somos capaces, lo bueno y lo malo”. Queda por ver si vamos a ser capaces de mantener esa pequeña madurez que habíamos logrado, de ampliarla y llevarla mucho más lejos. De momento, conversar es un buen signo.

Gabriela Wiener es escritora, periodista y colaboradora regular de The New York Times. Es autora de los libros Sexografías, Nueve lunas, Llamada perdida y Dicen de mí.

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