Diego San José y la memoria histórica

La exclusión callejera que se prepara en Madrid, con una larga lista de vías urbanas afectadas, se apuntaló inicialmente en un supuesto informe universitario, no exento de polémica en cuanto a su autoría, que resultó poco riguroso, con numerosas lagunas y errores. O sea, inválido. ¿Por qué no se contó con la Real Academia de la Historia? No encuentro respuesta objetiva.

Es sectario entender que una llamada Ley de Memoria Histórica sobre actos de la guerra civil y la posguerra condene al olvido en el callejero madrileño a quienes fueron asesinados antes de iniciarse, como el diputado José Calvo Sotelo o, sin que tuviesen intervención alguna en ella, como el padre Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana y Santo desde 2003, las mártires Concepcionistas, los mártires de la Ventilla, los mártires Maristas… Son sorpresas, entre tantas, de los anunciados cambios.

En la lista de nombres condenados al destierro figuran no pocos intelectuales que ya recibían consideración pública como tales antes de iniciarse la guerra civil. Juzgarlos por militancias políticas y no por sus obras resulta tan absurdo como lo sería admirar o ignorar a Alberti atendiendo a su filiación ideológica y no a su deslumbrante poesía. Los creadores de la cultura son patrimonio de todos. Las calles de Madrid recuerdan a personajes de siglos pretéritos que en vida fueron adversarios; los civiles a menudo se detestaban y los militares, además, se hacían la guerra. Hoy comparten callejero Góngora y Quevedo, Sagasta y Cánovas, Narváez y Espartero.

Se insiste en que la Ley trata de restañar heridas, y ello no puede conducir a abrirlas en sentido contrario. No descubro tampoco ese espíritu de reconciliación en el nuevo impulso a la llamada memoria histórica que propuso Pedro Sánchez en el discurso de su fallida investidura. Me temo que no ha leído la Ley y debería hacerlo. El recientemente desaparecido profesor Alejandro Muñoz Alonso y yo fuimos ponentes de aquella norma en el Senado y la estudiamos con detenimiento.

Lo lógico, lo objetivo y lo que respondería al supuesto espíritu de la Ley sería sumar y no restar, singularmente cuando hablamos de intelectuales. Deberían incorporarse al callejero madrileño nombres de escritores y artistas olvidados. Muchos de ellos fueron silenciados y sufrieron lo indecible por sus ideas.

Uno de estos olvidados es Diego San José, periodista, escritor, historiador, estudioso del Siglo de Oro, cronista señero de Madrid, nacido en 1884, creador prolífico de una obra eminente. Escribió medio centenar de novelas de gran éxito, no pocas en las leídas colecciones Los Contemporáneos, La Novela Corta y La Novela Semanal. Sus narraciones históricas, más de una quincena, fueron también celebradas, sobre Felipe I I, el Siglo de Oro y el siglo XIX, con atención singular al tortuoso reinado del felón Fernando VII. Como autor de teatro escribió nueve obras entre textos originales y adaptaciones de clásicos. Su producción poética se derramó en varios libros, fue autor de la zarzuela La ventera de Alcalá y hasta se le debe el popular villancico Arreborriquito.

Como periodista publicó miles de artículos y su nombre se hizo popular. Colaboró en numerosos periódicos: ABC, «El Globo», «La Noche», «La Mañana», «El Imparcial», «El Liberal», «El Heraldo» y Blanco y Negro, que llegó a dirigir. Era un hombre de izquierdas y en 1931 se identificó con el nuevo régimen republicano pero nunca militó en partido político alguno. A primeros de abril de 1939 fue desalojado de la redacción de «El Heraldo» y poco después detenido. No había hecho nada deshonroso ni a su juicio punible y pensó que no tenía motivos para el temor. Sin embargo fue enviado a prisión y un consejo de guerra lo condenó a muerte. Gracias a la intervención del general Millán Astray, su amigo y admirador, vio conmutada la pena de muerte por la de cadena perpetua.

Desde la cárcel de Porlier fue trasladado a la prisión de la isla de San Simón, en Redondela, y de allí al penal de Vigo. Contó su peripecia como preso, con tino y excelente prosa, en De cárcel en cárcel que vería la luz después de su muerte. Tras cinco años de reclusión fue liberado, pero su nombre se desterró de los periódicos. Continuó publicando esporádicamente con seudónimo gracias a algunos buenos amigos. Una de sus últimas obras editadas, Estampas nuevas del Madrid viejo, es una muestra relevante de su hacer como historiador. Falleció en 1962, en Redondela. Dejó inéditos ochenta libros. Siempre fue demócrata y republicano sin partido. Preservó su libertad más allá de las rejas que lo cercaron; en sí mismo. Fue un hombre cabal, un español afirmativo, un escritor de buena ley.

Si se destierra el sectarismo, el rigor hará justicia a intelectuales que merecen un recuerdo en las calles de Madrid después de tanto sufrimiento y tanto olvido. Como Diego San José, un paradigma.

Juan Van-Halen, escritor. Académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.

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