Diez años de casi todo

Hace diez años la Guardia Civil ponía fin a 532 días de tortura. Después de horas y horas de trabajo paciente y concienzudo, los guardias civiles devolvían la libertad a José Antonio Ortega Lara y detenían a sus torturadores. Ortega Lara estaba en fase terminal, ofrecía la imagen escuálida de un judío recién liberado de un campo de exterminio, el aturdimiento de alguien que ha recibido un trato inhumano durante un tiempo interminable y un rictus de angustia.

El zulo en el que los torturadores de ETA tuvieron recluido a Ortega Lara, ¿durante 532 días!, era un habitáculo sórdido, de cuatro metros por dos, con una bombilla macilenta en medio, las paredes rugosas y llenas de humedad, una anchura que permitía casi tocar las paredes con los brazos extendidos. Un agujero para exterminar. Allí, Ortega Lara había colocado un asidero con la realidad: una foto de su familia, su mujer y su hijo, que había enmarcado con la penuria de unos restos de papel de aluminio. No es difícil imaginar las horas de observación que Ortega dedicaría a aquella foto salvadora. Cuando la Guardia Civil bajó al zulo -después de horas de intentar acceder, sin que los criminales fueran capaces de tener un segundo de piedad para su torturado y dijeran cómo se accionaba el mecanismo de entrada al agujero-, Ortega Lara estaba en tal estado de desesperación que no se fiaba de que fueran guardias civiles y gritaba, lleno de rabia, que le mataran, que acabara la pesadilla de una vez.

La alegría por la liberación de Ortega Lara, matizada por aquella cara de torturado, fue inmensa y breve. Los criminales secuestraron días después a Miguel Ángel Blanco, como una forma de tomarse la revancha ante el tremendo golpe recibido por parte de la Guardia Civil.

Si la derrota de ETA se ha ido fraguando por fases, el capítulo del secuestro, tortura y asesinato del joven Miguel Ángel Blanco fue uno de los episodios decisivos. Los etarras pensaban que podían hacer lo que les diera la gana ante un pueblo vasco al que creían domesticado por el miedo. Por eso jugaron fuerte y en vez de asesinar a Miguel Ángel nada más toparse con él, le secuestraron durante dos interminables días y formularon, antes de asesinarle, una petición tan imposible que no se creían ni ellos mismos.

En esos dos días, la sociedad vasca realizó el mayor ejercicio de democracia de su historia y se sublevó contra el terror y sus necesarios acompañantes de miedo y odio. Personas que nunca antes se habían manifestado contra la banda salieron a la calle, conscientes de que su movilización podía salvar a Miguel Ángel y temerosos de que si se quedaban en casa sería más fácil que lo asesinaran. El gran error de ETA fue no darse cuenta de que la sociedad vasca había cambiado y que, a base de llenar de muertes el calendario, los etarras habían logrado que la paciencia de muchos vascos se desbordara.

La gente se echó a la calle y venció el miedo a base de rabia. Mujeres que se ponían de rodillas en Ermua y gritaban : «ETA, aquí tienes mi nuca». Jóvenes que gritaban llenos del dolor. La movilización fue espectacular y emocionante, y puso en jaque el 'status quo' implantado por el terror durante años: unos matan, otros esperan ordenadamente a ser asesinados y, mientras, los nacionalistas moderados ocupan el Gobierno. Todo aquello se vino abajo gracias a la movilización ciudadana. ETA fue cuestionada, los vascos sacaron un inusitado músculo democrático y los nacionalistas moderados pensaron que la derrota de ETA podía acarrear la derrota política del nacionalismo.

A los movimientos cívicos y organizaciones que ya existían, sobre todo Gesto por la Paz y la AVT, se sumaron nuevas iniciativas ciudadanas capaces de poner en pie un discurso ganador de la libertad, un discurso que pretendía combatir todos los males provocados por la sociedad paralela del terror.

Fue uno de los peores momentos de ETA y uno de los mejores momentos para la lucha por la libertad. Después de aquello, los terroristas ya no volvieron a jugar el mismo papel en la sociedad vasca y muchos vascos vencieron al miedo.

Diez años después, los terroristas siguen intentando asesinar ante el hartazgo de cada vez más vascos. Ahora han puesto también en el punto de mira a nacionalistas como Imaz. La policía les detiene con las manos en la masa y una profunda sensación de aburrimiento, rechazo y hastío recorre la CAV y llega incluso a gentes que antes apoyaron la violencia. ETA sigue su declive, su aislamiento, gana nuevos rechazos y sólo la división de los demócratas les ofrece alguna fisura por la que intentar seguir incordiando. Miguel Ángel Blanco sigue muerto, sus asesinos están en la cárcel desde hace años, con larguísimas condenas por delante. Ortega Lara vive una libertad marcada por las angustias. Sus torturadores están en la cárcel, afortunadamente para ellos con un sistema de garantías como el que establece la Constitución española. Diez años después, cualquier persona con sentido común percibe que esto es un delirio, un disparate, algo anacrónico que, más pronto que tarde, concluirá definitivamente.

José María Calleja