Diez lecciones que los aspirantes a político pueden aprender de lo ocurrido esta semana

1. Ata corto tu ego

Si tu ego no cabe en un almacén de Amazon o andas convencido de que los currículos de Aristóteles, Alejandro Magno y Roger Federer palidecen al lado de tus fascinantes andanzas vitales, matricúlate lo antes posible en un curso de autocontrol de las emociones. La alternativa es acabar como Ada Colau. Es decir, reivindicando frente a la prensa y entre grandes aspavientos tu condición de novia en las bodas, muerta en los entierros y crucificada en Semana Santa. Un papelón de escasa dignidad para alguien que aspira a un cargo público de relevancia.

2. No desenfundes la pistola si no vas a utilizarla

Si aún así eres incapaz de controlar tu sed de atención y te sorprendes a ti mismo, día sí, día también, contando frente a la prensa historias rocambolescas con el objetivo de convertirte en el protagonista de cualquier polémica que caiga a menos de 2.000 kilómetros de tu ombligo, intenta que esas historias no pongan en duda el prestigio y el buen nombre de personas o instituciones ajenas a esas mismas polémicas. De lo contrario, es bastante probable que esos terceros te exijan explicaciones públicas y te veas obligado a rectificar e incluso a pedir perdón por "el malentendido".

3. Recuerda: los delitos se denuncian

Pongamos que no has leído los dos primeros puntos de esta lista. Tu ego ha resultado más difícil de torear que un miura de 900 kilos de la ganadería Arranz y, en consecuencia, has dicho ser víctima de un intento de soborno a cargo de un villano X con la complicidad, consciente o inconsciente, de una institución Z. Pongamos como ejemplo hipotético la Universidad de Barcelona. Malas noticias. Sólo te queda envainártela y retroceder hasta tu madriguera.

Recuerda, en cualquier caso, que en el planeta Tierra, y salvo casos excepcionales, los ciudadanos de a pie suelen denunciar los delitos de los que son víctima pocas horas después de que estos hayan sido cometidos. Con más razón debería denunciarse de inmediato ese delito si ostentas un cargo público. Recuerda que aceptar un soborno es sólo levemente más grave, desde el punto de vista político, que abstenerse de denunciar un intento de soborno.

4. Procura no convertir comentarios anecdóticos en categoría

Un cargo público debería saber diferenciar los distintos niveles del lenguaje. No es lo mismo una amenaza de muerte a cargo de un tuitero adolescente con doce seguidores que una amenaza de Arnaldo Otegi o del imán de una mezquita salafista.

Dicho de otra manera. No es lo mismo un comentario altanero a cargo de alguien que pretende presumir torpemente de contactos, poder e influencia que un intento de soborno con cara y ojos a cargo de alguien que pretende obtener una contraprestación por tu parte. Y si no sabes distinguir ambas situaciones, consulta con alguien que sepa. "¿Eso era un soborno o una fantasmada?".

5. El sentimentalismo es pan para hoy y hambre para mañana

Recuerda aquella vieja historia atribuida a Nikita Kruschev. Cuenta esa historia que cuando Kruschev cesó en el cargo de primer secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, dejó escritas dos cartas para su sucesor en el cargo, Leonid Brézhnev. "Abre la primera carta cuando sufras tu primera crisis. Abre la segunda cuando sufras tu segunda crisis", le dijo Kruschev a Brézhnev.

Durante su primera crisis, Brézhnev recordó las palabras de Kruschev y abrió la primera carta. Esta decía: "Échame la culpa de todo a mí". Brézhnev obedeció, le echó la culpa de todo a Kruschev y salió inmaculado de su primera crisis.

Tiempo después, Brézhnev pasó por su segunda crisis. Abrió la segunda carta y esta decía: "Escribe dos cartas para tu sucesor".

En la política española, la primera carta es siempre Franco.

Pero si te ves obligado a recurrir a una segunda carta, no se la atribuyas jamás a tus hijos. Si un día te sorprendes a ti mismo colgando en alguna de tus redes sociales una carta de ese tipo, considéralo como la señal de que has llegado a un punto de no retorno político y de que la única opción correcta a tu alcance es la dimisión.

6. No aceptes cargos sin haber sometido tu historial a una revisión a cargo de tu peor enemigo

Es una sana costumbre habitual en la política americana: someter los currículos de los aspirantes a un cargo público de relevancia, y muy especialmente los de los candidatos electorales a la presidencia de los EEUU, a un escrutinio exhaustivo por parte de equipos de especialistas que vamos a calificar, sin rodeos, de buscadores de mierda.

A falta de presupuesto para pagarle a media docena de buscadores de mierda, examina tu propio currículo con la misma fiereza con la que examinarías el de tu rival político más odiado. Sabemos que la vida de un medrador de la política profesional es dura y no deja tiempo para la investigación, pero si dudas de la limpieza de ese título o de ese cargo al que accediste con una facilidad excepcional y dedicándole sólo una pequeña parte del esfuerzo que otros dedicaron a ello, quizá te sea difícil soportar el escrutinio de la prensa en un futuro. Adelántate a lo inevitable.

7. Compárate sólo con personajes históricos que no tengan una fundación destinada a proteger su buen nombre

Puestos a ponerte mesiánico, escoge mesías lo suficientemente alejados en el tiempo como para que no quede nadie en el planeta dedicado a la defensa de su memoria. Es decir, alguien que te pueda afear el morro que le has echado comparándote con él cuando tus valores son exactamente los opuestos a los que defendía él.

8. Asume el planeta en el que vives

Los ejércitos existen por (muy) buenas razones. Hay guerras justas. Hay Estados gamberros. Las bombas matan. Esas mismas bombas son fabricadas y vendidas, también, por empresas nacionales. Empresas en las que trabajan miles de ciudadanos también nacionales.

Cualquier político con responsabilidades de Estado debería asumir las anteriores verdades inescapables de la realidad política y abstenerse de hacer demagogia con temas bastante más complejos que los lemas contra la guerra garabateados en la carpeta de un adolescente.

9. No eleves el listón del estándar moral hasta alturas que no seas capaz de saltar

Abstente de llamar "indecente" a otros políticos o de exigirles la dimisión a partir de estándares éticos y políticos que tú, en su misma posición y sometido al mismo nivel de escrutinio, no serías capaz de alcanzar.

No te conviertas, en fin, en una Asia Argento de la política. Ten en cuenta que 1) a nadie le gusta un inquisidor, y 2) si de algo van sobradas las sociedades modernas es de paja, antorchas y aspirantes a turba linchadora.

Es incluso probable que tus rivales ni siquiera necesiten inventarse nuevos pecados: la originalidad suele escasear tanto que lo más probable es que recurran a los viejos éxitos y te echen encima la misma basura, exacta, que tú echaste sobre ellos. Sé previsor.

10. Recuerda, la oposición contraprograma. No riñas a la prensa por ello: eso sólo lo hace Trump

Si, a falta de capacidad parlamentaria para desarrollar un programa por otro lado inexistente, diseñas una gigantesca cortina de humo consistente en desenterrar a Franco, entiende que tus rivales políticos o mediáticos puedan contraprogramar tu día grande, el de la votación en el Congreso de los Diputados, con un escándalo quizá menor, pero con gran capacidad de distracción.

Si eso ocurre, lo último que debes hacer es reñir a la prensa por haber dedicado buena parte de su espacio a hablar de tu escándalo en vez de lo que a ti te interesaba en un principio. En primer lugar porque es hipócrita abroncar a terceros por haber caído en la trampa de tus rivales en vez de en la tuya. En segundo lugar, porque en una democracia el presidente del Gobierno no decide la línea editorial y la agenda de los medios privados. Punto.

Cristian Campos

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