Difícil Triunvirato

Los triángulos amorosos casi siempre acaban mal. Los políticos, peor. Sólo hay que acordarse de cómo acabó el de Cesar-Marco Antonio-Pompeyo. Todos muertos. Tras una guerra civil en la República Romana, que acabó con ella y dio vía libre al Imperio. Demostrando saber menos historia romana que española –que reproduce las tragedias de la mundial con enorme retraso y mayor amplitud–, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera se disponen a montar un triunvirato como próximo gobierno y a «no levantarse de la mesa hasta acordarlo», al decir de uno de los negociadores. Espero que lleven agua y víveres abundantes para no morirse de hambre y de sed. Pues la cosa no es fácil, sino más bien difícil, como ha reconocido el propio Sánchez. De acuerdo, lo que se dice de acuerdo, sólo están en una cosa: en lograr un «gobierno de cambio». Lo que significa en la práctica: echar al PP y a Rajoy del poder. Pero a partir de ahí, todas son discrepancias. Examinémoslas:

Podemos quiere cambiar no sólo el gobierno, sino también España. Concretamente, el modelo político, económico, social y territorial que viene teniendo desde la Transición. Quiere, según nos ha venido diciendo desde que saltó a la arena, una política «más participativa», más cercana a la «gente». Quiere una economía en la que los «ricos» –concepto en el que incluye desde la clase media alta a los ricos de verdad– carguen con más gastos del Estado y los trabajadores carguen con muchos menos, «al contrario de lo que viene ocurriendo», añaden. Quiere una sociedad más igualada, más participativa y una estructura territorial que refleje «realmente la pluralidad territorial de España». En realidad, quiere un cambio de sistema, algo que admite al definirse como antisistema. El primer problema que tiene este programa de máximos es que dentro del mismo Podemos hay dos tendencias no voy a decir opuestas, pero sí distintas: la de Pablo Iglesias, que no renuncia a ninguno de esos objetivos, sólo está dispuesto a discutirlos, y la de Íñigo Errejón, que está dispuesto a rebajarlos o aplazarlos. De momento, Iglesias se ha impuesto, eliminando al segundo de Errejón y asumiendo él las negociaciones. Pero éste es un pulso que tendrá que decantarse por uno u otro, al excluirse mutuamente.

Más incluso se excluyen los modelos de Ciudadanos y Podemos. Albert Rivera saltó a la arena política defendiendo la españolidad de Cataluña, que tanto el PP como el PSOE, necesitados de los votos de CiU para gobernar, no acababan de defender con la debida contundencia. Ello le granjeó las simpatías de muchos españoles de otras comunidades. Que, además, adoptase una línea política de centro, defendiera la economía de mercado, sostuviera que las buenas relaciones con Bruselas son cruciales para nuestro país, le hizo ampliar su electorado entre aquellos seguidores del PP descontentos con un aspecto u otro de la política de éste. Le valió también ser el primero al que se dirigió Sánchez en su intento de formar gobierno, confiando en ganarse con ello, siquiera, la abstención del PP en la votación de su investidura. Por desgracia para ambos, no fue así, por la sencilla razón de que el PP no se fía de Sánchez y empieza a no fiarse de Rivera. Teme que, al no tener los votos suficientes para gobernar, lleguen a un acuerdo ya con Podemos, ya con los independentistas, o con ambos, que lleve España justo al lugar opuesto al que dicen y al abismo económico en el que la dejó Zapatero.

Confirma sus recelos el haber visto a Sánchez dirigir sus carantoñas a Podemos al comprobar que su pacto con Ciudadanos no le bastaba para obtener la investidura. El paseíllo que se dio por la Carrera de San Jerónimo con Iglesias, con estrechón de manos final ante una nube de fotógrafos, confirmó que era más un montaje que otra cosa. Los amigos de verdad no se dan la mano ni necesitan llamar a los fotógrafos para confirmar su amistad. Es verdad que decidieron reunirse esta semana con Ciudadanos. Pero si están teniendo problemas para fijar la fecha del encuentro, podemos figurarnos lo que va a costarles ponerse de acuerdo.

Sobre todo, Rivera e Iglesias, porque Sánchez parece dispuesto a entenderse con ambos aunque defiendan cosas opuestas. Sin ir más lejos, sobre un referéndum en Cataluña. Ciudadanos mantiene que la soberanía nacional es indivisible, por lo que tal referéndum sería ilegal, como ya ha fallado el Tribunal Constitucional. Podemos sostiene que tal consulta, entra dentro del «derecho a decidir» de los pueblos sobre su futuro, como ocurre con el referéndum escocés. Olvidando algo tan importante como que, para eso, el gobierno de la nación tiene que aceptarlo, cosa que no ha hecho el español. También sobre la economía tienen diferencias irreconciliables, como sobre la justicia y sobre Europa. Y aunque Errejón es partidario de dejar a un lado las cuestiones en que discrepan, para concentrarse en las que están de acuerdo, no hay que olvidar que Errejón es sólo la «cara amable» de Podemos, como Iglesias es la «cara de perro», aunque forman parte del mismo equipo y los mismos fines. Es posible que Sánchez haya apostado a la caída en las encuestas de Podemos como ventana de oportunidad para que cambie de táctica, de objetivos y de liderato. Pero, hoy por hoy, no hay la menor señal de ello. Quien manda allí, es el de siempre, Iglesias, sin que nadie se atreva a plantarle cara.

Con lo que el triunvirato soñado por Sánchez tiene todo el aspecto de quedarse en espejismo. Como suele ocurrir cuando se intenta engañar a la realidad. A los hombres se les puede engañar, a la realidad, a los hechos, a los números, no. Y ni la realidad – un país que puede volver a la recesión de la que acaba de salir si se equivoca de nuevo de dirigentes–, ni los hechos –unos partidos emergentes con más diferencias entre sí que los tradicionales–, ni los números –el PSOE no reúne los votos necesarios para la investidura sólo con Podemos o con Ciudadanos–, avalan el sueño de Sánchez. Aunque no hay que descartar que, a la desesperada, visto que se echan unas nuevas elecciones encima, Sánchez decida echar mano del pacto de todas las izquierdas: PSOE, Podemos, Izquierda Unida, las mareas y otras confluencias, una paella valenciana, a la que se unirían gustosos los independentistas, que son los que más temen que el PP continúe en el gobierno. La incógnita, entonces, sería el Comité Federal del PSOE: ¿lo permitiría? Pienso que no, por la sencilla razón de que sería firmar la sentencia de muerte de un partido que lleva en sus siglas el nombre de «español» y se habría aliado con otro cuyo último fin es devorarlo.

Pero estas son elucubraciones lógicas. Y la política en España es más visceral que lógica. Aunque, miren ustedes por donde, la lógica está empujando a los partidos políticos a su pareja natural: PP con Ciudadanos, PSOE con Podemos. No es el triunvirato original de Rajoy: PPPSOE-Ciudadanos, pero se le aproxima. Casi mejor, ya les decía que los triunviratos no funcionan.

José María Carrascal, periodista.

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