Digamos ¡basta!

Recuerdo cómo mi madre, una líder en su comunidad, fundó y participó en varios grupos de mujeres en nuestro pueblo desde donde luchaban para reclamar y defender sus derechos y los de sus hijas. A través de estas mujeres, la mayoría de ellas sin apenas recursos, aprendí a distinguir que una cosa son los derechos y otras las normas sociales que la cultura y la tradición imponen.

Las mujeres de mi pueblo, y mi madre era una de ellas, se organizaron para decirle “¡basta!” al patriarcado y a la violencia en la que vivían reclamando sus derechos para poder ir a la escuela o tener un trozo de tierra que cultivar.

Crecí viendo a mi madre acoger en nuestra casa a niñas pequeñas para evitar que fuesen forzadas a casarse. Pero las afortunadas eran tan solo unas pocas. Entre mis recuerdos más amargos se encuentra ver a mis amigas y a mis primas llorando porque tenían que casarse contra su voluntad con hombres a los que ni tan siquiera conocían y que, a menudo, eran mucho mayores que ellas.

Han pasado muchos años y los datos asustan: en todo el mundo, una de cada tres mujeres experimentará violencia en el hogar, violencia sexual u otras formas de violencia a lo largo de su vida. Por ser mujer estamos expuestas a la violencia sin importar la clase social, aunque la pobreza nos hace más vulnerables ante los abusos sexuales, el matrimonio infantil o los “crímenes de honor”. Las causas son muchas y complejas, pero sabemos que están radicadas en el trato desigual que hombres y mujeres recibimos.

Es más, cuando en una comunidad dan por hecho que los hombres tienen derecho a ejercer su poder sobre las mujeres y son considerados superiores socialmente, las violencias contra mujeres y niñas aumentan, dando lugar a una realidad en la que los hombres pueden maltratar físicamente a las mujeres o que el sexo sea un derecho del hombre en el matrimonio.

Vivimos según unos códigos sociales y absorbemos mensajes sutiles desde nuestro entorno familiar, de amigos y compañeros de trabajo; pero también desde los medios de comunicación, la cultura, la religión e incluso las leyes sobre lo que es y lo que no es apropiado hacer, decir o pensar. Y las mujeres siempre hemos estado atadas a estos convencionalismos. En nuestro mundo las normas sociales otorgan autoridad a los hombres sobre el comportamiento de las mujeres. Se fomenta la idea de que éstos tienen derechos sobre nuestros cuerpos, se difunden ideas perjudiciales sobre la masculinidad y se imponen rígidos roles que amplían la brecha de desigualdad de género.

Estudios realizados en India, Perú y Brasil relacionan la tasa real de violencia con el alto grado de aceptación por parte de la comunidad de la violencia en el seno del matrimonio. Otro estudio elaborado por las Naciones Unidas en Asia y Pacífico señala que, de media, hay un 42% más de probabilidades que los hombres que tienen actitudes discriminatorias basadas en el género acaben abusando de sus parejas.

El mismo estudio examinó la inclinación de algunos hombres a la violación. En la mayoría de los países que participaron en el estudio, el 70%-80% de los hombres que alguna vez habían forzado a una mujer o niña a mantener relaciones sexuales afirmaron haberlo hecho porque sentían que tenían derecho a tener sexo, sin importar si éste era consentido o no. Debemos gritar “¡basta!” para acabar de una vez por todas con las violencias que sufren millones de mujeres y niñas. Debemos trabajar codo con codo y apoyar los esfuerzos de tantas mujeres y hombres que combaten contra esta lacra en todo el mundo y apoyar a las organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, especialmente en el Sur, donde ya se están salvando muchas vidas.

Tenemos un gran reto por delante que empieza por nosotros mismos, cuestionando y cambiando nuestro comportamiento social y, después, concienciar a nuestras familias, amigos y compañeros de trabajo sobre el gran fracaso que es que exista tal desigualdad entre hombres y mujeres. Los Gobiernos y las instituciones públicas, así como el sector privado, deben garantizar que sus políticas aborden y no alimenten estas perjudiciales normas sociales.

¡Hay que actuar! Ninguna niña o mujer en el mundo debería tener que sufrir ningún tipo de violencia. Esta lucha ha de ser una urgencia para todos nosotros y nosotras.

Winnie Byanyima es directora ejecutiva de Oxfam Internacional.

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