La intensidad y los imprevistos de la acción de gobierno explican que los partidos políticos solo tengan tiempo para renovarse, si acaso, cuando pierden el poder. Entonces pueden optar por relevos generacionales, más anticuerpos contra la corrupción, tanteos demoscópicos, rostros nuevos o efectismos cosméticos, pero si no entran a fondo en el panorama de las ideas se irán anquilosando y olvidando el deber de superarse para estar a la altura de los tiempos. Sin ese componente, si la sustitución de Mariano Rajoy en el Partido Popular no pasase por una puesta a punto del utillaje intelectual imprescindible para entender los cambios de la sociedad y el cambio de época, la renovación sería un apaño, una oportunidad desaprovechada para ese reset estratégico que solo las ideas pueden perfilar para luego convertirse en práctica política y política práctica.
Cambios de paradigma como la desintermediación o la aceleración del tiempo en la vida pública tanto pueden llevar a la solución fácil de hacer política con la escuálida sustancia de un tuit como al reto fascinante de dar fluidez a un discurso político válido. Son encrucijadas que el PP necesitaría explorar. También a los partidos políticos les hace falta una dosis capital de meritocracia, además del sentido de la oportunidad, la intuición de los tiempos y la adaptabilidad pragmática para afrontar la realidad cambiante y ganar elecciones.
¿Perduran las guerras culturales o estamos ya de lleno en el eclecticismo buenista, en la relativización sistemática, incluso de la ética pública? En el caso del PP, repensar el centro-derecha seguramente requiere fusionar innovación y continuidad histórica. En tiempos de desmemoria, la buena política puede servir para contribuir a que las sociedades sepan de dónde vienen para entender hacia dónde van. Para reflexionar sobre la realidad, este siglo es vertiginoso. La tradición liberal-conservadora, basada más en la experiencia histórica que en abstracciones ideológicas, tiene márgenes de agilidad y consistencia intelectual para configurar respuestas a las incertidumbres. El temario es vasto y apasionante. Va desde el control de la inmigración a los abismos legislativos de la bioética, de un gran impulso tecno-científico con talento propio a una sociedad del bienestar que no caiga en la cultura de la dependencia, de una alerta permanente ante el terrorismo islamista a un sistema educativo riguroso y autoexigente que de nuevo ponga en marcha el ascensor social, de una sólida presencia como elemento imprescindible en las tomas de decisión de la Unión Europea a la prioridad de la libertad sobre el igualitarismo, de la transparencia de los gigantes digitales a un centro-derecha no confesional. En fin, de una estrategia de Estado en Cataluña a un incremento de la competitividad en los mercados, de la pertenencia por contraste con el globalismo.
Frente a la política del desarraigo y la desvinculación, la sociedad española necesita reencontrarse con sus logros históricos tanto como aprender de los errores. Ese es, por ejemplo, el sentido del moderantismo que tiene vigencia en los mejores momentos de nuestra historia. Frente al utopismo, al centro-derecha le compete recordar que las libertades son frágiles, precisamente ahora que aparece la tenaza entre las nuevas democracias iliberales y quienes cuestionan la democracia representativa desde los populismos reactivos. Por eso siempre acaban siendo fungibles las tácticas camaleónicas de los partidos atrapalotodo, carentes de una vertebración de ideas y de valores, sin una concepción consistente de la vida pública. Del mismo modo, de la experiencia histórica podemos aprender a desistir de los mimetismos que un día pueden ser los neocons y luego la Operación Macron, la liofilización de la identidad política o querer superar a la izquierda propugnando la cultura más progre.
En todo país alguien tiene que defender lo que Dominique Reyné llama el “patrimonio inmaterial” y que es todo el conjunto de experiencias intelectuales, creatividades, logros del arte, la España de las catedrales y de la Ilustración. Que los drones nos traigan a casa la compra del supermercado no es incompatible con transmitir a las nuevas generaciones el respeto por las tradiciones y la formalidad institucional. Ser leales a la continuidad histórica no es incompatible con los modos de la sociedad abierta. Tampoco el centro-derecha es incompatible con la imaginación política aunque a veces lo parezca.
Valentí Puig es escritor.