¿Dilema de Obama en Siria?

Una vez Obama ha prestado juramento para un segundo mandato como presidente de EE.UU., afronta una prueba importante; podría aprovechar esta oportunidad y trazar su propia estrategia –teniendo en cuenta el cambio que tiene lugar en Oriente Medio– o bien servirse de tal estrategia para tender puentes con esta zona del mundo y modificar las relaciones de EE.UU. con Oriente Medio y el mundo musulmán. Pero Obama ha de presentar antes un plan claro porque la región ha cambiado de modo esencial.

La continuidad, no el cambio, será el rasgo definitorio de las políticas de Obama con relación a Oriente Medio. Desde el inicio de su presidencia, se ha mostrado reacio a usar la fuerza salvo cuando la seguridad nacional de EE.UU. se ve directamente afectada e, incluso en estos casos, ha decidido mantener un perfil bajo en lugar de proceder a una escalada. Siria es un buen ejemplo de ello. Pese a las presiones de políticos republicanos y al baño de sangre, Obama no ha atendido los llamamientos en favor de una intervención directa en Siria. En primer lugar, se ha comprometido a enviar soldados estadounidenses sólo en situaciones de riesgo y únicamente si los intereses fundamentales de EE.UU. se ven comprometidos. El Gobierno de Obama no aprecia que sus intereses vitales estén comprometidos en Siria, un país pequeño, pobre y sin impacto sobre EE.UU. Obama ha limitado la participación estadounidense en Siria a proporcionar apoyo político y financiero a la oposición y a emprender una “guerra por otros medios” contra el régimen de el Asad; es decir, una guerra económica.

En el rechazo de Obama a suministrar armas a la oposición siria hay algo más que política electoral. En un par de entrevistas, Obama aportó más razones para justificar sus reticencias. “En una situación como la de Siria, he de preguntar: ¿podemos hacer una diferencia en esa situación?”, dijo a The New Republic. El presidente dijo que ha de calibrar en la balanza el provecho hipotético en caso de quedar más atrapado en las arenas movedizas de Siria frente a la capacidad del Pentágono de prestar apoyo a las tropas que siguen en Afganistán, donde EE.UU. está retirando las unidades de combate tras doce años de guerra.

“¿Podría (la implicación de EE.UU.) desencadenar una violencia aún mayor o el uso de armas químicas? ¿Qué factor es susceptible de ofrecer una mejor perspectiva en relación con un régimen estable posterior a El Asad? ¿Cómo he de sopesar las decenas de miles de personas asesinadas en Siria frente a las decenas de miles de personas asesinadas en Congo?”, dijo Obama. Su principal preocupación es que la intervención de EE.UU. podría resultar contraproducente. “No hacemos un favor a nadie cuando no pensamos antes de actuar ni cuando emprendemos iniciativas sin haber pensado en todas las consecuencias”, ha declarado Obama a la CBS.

En respuesta a los críticos, como el senador republicano John McCain, que han cuestionado la decisión de Obama de contrariar las recomendaciones de su equipo de seguridad nacional, el secretario de prensa, Jay Carney, dijo que Obama y su equipo de seguridad nacional han procedido “con suma cautela” al sopesar los riesgos. “No queremos que ninguna clase de armas caigan en manos equivocadas y puedan poner aún más en peligro al pueblo sirio, a nuestro aliado Israel o a EE.UU.”, dijo Carney a los periodistas. “Hemos de asegurarnos de que cualquier tipo de apoyo que proporcionemos cambie algo en lo concerniente a la presión sobre el Asad”. Estados Unidos ha concentrado sus esfuerzos “en ayudar a la oposición a ser más fuerte y unida y a estar más organizada”.

Aunque la Administración Obama reitera que Asad debe renunciar, no tiene la voluntad o el deseo de intervenir militarmente por los temores a una escalada regional e internacional. Preocupa también a la Administración el auge de los grupos yihadistas radicales como el Frente Al Nusra, así como una repetición de los panoramas iraquí y libio. Obama ya había expresado su preocupación por el flujo de armas a manos de los radicales islámicos.

“Hemos observado que elementos extremistas se han introducido en las filas de la oposición y convendrán ustedes en que una de las cosas que debemos evitar - sobre todo cuando empezamos a hablar de armar a la oposición– es poner indirectamente armas en los brazos de gente que haría daño a los estadounidenses o a los israelíes o participaría en acciones contrarias a nuestra seguridad nacional”, dijo Obama en noviembre.

Tras su ratificación como secretario de Estado, John Kerry reiteró la preocupación de la Administración por la presencia de facciones militantes islamistas en Siria. Afirmó que “se suscitan serias preguntas a propósito de la implicación de grupos terroristas con las filas rebeldes, como es el caso del Frente Al Nusra y Al Qaeda, y Estados Unidos se halla asimismo profundamente preocupado por las reservas de armas químicas de el Asad”.

En cuanto al camino a seguir, Kerry dijo que “estamos considerando los pasos que en su caso –diplomático, en particular– podrían adoptarse a fin de intentar reducir la violencia y hacer frente a la situación”. Traducción: Obama prefiere un acuerdo político que facilite la salida de el Asad del poder que un prolongado conflicto armado que pueda destruir el Estado sirio y también el tejido social del país. Los asesores próximos a Obama han mostrado su confianza en que la oposición realice importantes avances militares susceptibles de obligar a el Asad a renunciar sin necesidad de una intervención militar occidental directa. También han confiado en que Rusia cambie su postura con respecto a Siria y ejerza más presión sobre El Asad para que admita lo inevitable. Ninguno de estos enfoques ha dado frutos. El resultado es un estancamiento diplomático y político y un punto muerto militar. Está por ver si Obama modificará su postura e intervendrá directamente en el país devastado por la guerra en un futuro previsible a menos que suceda allí algo catastrófico, como sería el uso de armas químicas por parte el Asad. Por ahora, la matanza de Siria sigue sin luz al final del túnel.

De todas las explicaciones ofrecidas en relación con la renuencia de Obama a tomar un papel activo en la crisis siria, la más convincente se refiere a las lecciones que aprendió de Iraq. EE.UU. no debería enredarse militarmente en tierras lejanas, sobre todo en Oriente Medio, a menos que sus intereses estratégicos estén en juego y exista un relativo consenso internacional que pueda traducirse en una resolución del Consejo de seguridad de la ONU. Este es el quid de la cuestión.

Si bien Obama ha usado el poder duro y blando para mantener un rumbo estable de las cosas, no ha aprovechado el poder extraordinario de la presidencia ni ha utilizado plenamente los extraordinarios acontecimientos en Oriente Medio tras las revueltas árabes para lograr un cambio en las relaciones de Estados Unidos con la región. Aunque ciertamente ha cambiado su enfoque de forma notable con respecto al de Bush, Obama no ha llevado a cabo una política exterior con capacidad de transformación y se ha abstenido de desafiar el discurso dominante en Washington.

Su política con relación a Turquía ha reforzado los lazos con una potencia geoestratégica y geoeconómica en auge; su acercamiento a los musulmanes ha sido muy positivo, aunque se ha visto perjudicado por incoherencias; su política con relación al conflicto palestino-israelí es un estrepitoso fracaso, una víctima de la política interna y de la timidez; su política con respecto a Irán es una apuesta incierta que podría desembocar en una confrontación militar dada la reelección de Netanyahu en el cargo en Israel y sus estrategias de lucha contra el terrorismo han sido técnicamente exitosas pero a un alto coste humano y moral; su objetivo de retirar las tropas estadounidenses de Iraq y Afganistán ha rendido frutos y sus respuestas a las revueltas árabes han sido un poco de todo.

Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics. Autor de ‘Obama y Oriente Medio: ¿el fin de la importancia de Estados Unidos?’

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