Dime, ¿no es no?

Cualquier observador externo que analizase el deterioro del Estado español en las últimas dos décadas sacaría en conclusión de que está directamente relacionado con gobiernos del PSOE.

Durante la égida de Rodríguez Zapatero se exacerbó el secesionismo catalán, con el valioso protagonismo del PSC. No parece extraño que el «equilibrio» del partido híbrido PSOE-PSC fuese motivo esencial para reformar el estatuto de la Comunidad catalana, con claros indicios de inconstitucionalidad. Se perdieron los precarios flecos de la política exterior, se incrementó la indefensión de los ciudadanos con la reforma del Código Penal. La previsión y gestión de la depresión económica fue catastrófica, hasta el punto de que desde el exterior se le invitó a dejar el cargo de presidente. Pero

lo peor fue el sesgo ideológico que imprimió a su gestión, lesionando los consensos básicos de la Transición y utilizando el tópico guerracivilista como herramienta electoral para provocar crispación.

En 2014, Pérez Rubalcaba dejó la Secretaría General de un alterado PSOE y lo sustituyó un locuaz militante, Pedro Sánchez, que fue destituido en 2016 y, en 2017, mediante un constructo populista retornó a la Secretaría General, a la vez que restauraba la inquebrantable lealtad de la «militancia». El sesgo que desde entonces adopta el PSOE es de sumisión, con protagonismo exclusivo de su líder.

En 2014 se crea el partido Podemos, que se ubica en el extremo de la izquierda con los cánones del posmodernismo adaptando, de aquella manera, movimientos de Occidente como «Justicia Social», mezclándolos con la «corrección política» y empleando profusamente mecanismos de crispación social como la vuelta a la Guerra Civil de 1936 y la clara meta de abolir el régimen de 1978. Desde el PSOE se observa con recelo. El liderazgo de Sánchez en el PSOE, desde el principio es de absoluto personalismo, característica que mantiene en el Gobierno. Un rasgo importante de su quehacer, por su reiteración, es la incongruencia entre lo que predica y cómo actúa, lo que genera desconfianza. Tampoco es clara su ideología, aunque practica verbalmente la corrección política en su más alta expresión y demuestra reiteradamente su poca consideración institucional.

Es clara la conducta de «quien no está conmigo está contra mí», pero omite explicar el «para qué» hay que estar con él. Al no conocerse su proyecto político es difícil averiguar la finalidad de sus actuaciones. La tozuda apariencia es que el bien común pasa por su permanencia en el poder. Para ello, si hay que adaptar la realidad a su circunstancia se adapta, si hay que falsificar la Historia se falsifica, si la norma no conviene se cambia, si la cosa no va bien se transmite la responsabilidad a otro y así sucesivamente. Existe un paralelismo entre Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez y es su adanismo político, borrón y cuenta nueva, su poca experiencia de gobierno y su bajo sentido de Estado. Priman los personalismos y la conveniencia inmediata sin pensar en el futuro, si hay que decir al electorado que no pactará con determinado adversario, una vez celebradas elecciones, hace lo opuesto. No importan las consecuencias, el partido es el Estado.

La endogamia partitocrática lleva a la irresponsabilidad del gobernante, no hay trabas ni lealtades institucionales, el futuro ya vendrá, dediquémonos al pasado para destruir el presente. El presidente es una persona joven pero políticamente obsoleta, tenaz en actuaciones dignas de mejor causa, de ideología «flexible», polarizado, con experiencia en lo que debe hacerse en la esfera mediática y manifiestamente mejorable en los mínimos atributos necesarios para el desempeño del cargo. El apoyo de los separatistas a su investidura para un Gobierno de compromiso, alias «coalición», es claro ejemplo de que «el Estado soy yo». Demuestra desconocimiento de los asuntos propios de su cargo y mira la realidad con lentes de un socialismo de la primera mitad del siglo XX.

La mezcla de un demandante mundo digital con los usos políticos de hace un siglo, no representa un programa de futuro. El progresismo, que rechaza la verdad objetiva, busca la imposición de la identidad colectiva en vez de la individual, practica la imposición de sus criterios a toda la sociedad, convirtiéndose en una de las menos tolerantes y más autoritarias ideologías que se hayan producido. La versión española de esta «Guerra cultural» es confusa, demagógica y oportunista.

¿Qué parte del no, no entiendes?

Fulgencio Coll Bucher fue candidato de Actúa-Vox a alcalde de Palma de Mallorca.

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