Dinámicas latentes de Pakistán

Cada vez que los medios de comunicación nos sobresaltan con noticias como el asesinato de Benazir Bhutto, o con otras menos trágicas pero no de inferior repercusión -léase la proliferación nuclear llevada a cabo por el padre de la bomba nuclear pakistaní, A. Q. Khan, y las posibles implicaciones de elementos estatales-, uno no puede dejar de tener la impresión de que en Pakistán existen dinámicas ocultas terribles dispuestas a actuar entre bastidores e influir sobre el curso político del país.

El magnicidio recurrente no es patrimonio exclusivo de Pakistán. En la vecina India el Partido del Congreso perdió por los mismos métodos a su líder más carismático, Mahatma Gandhi, y a dos primeros ministros, Indira y Rajiv Gandhi. No obstante, mientras que en el caso de los Gandhi desde un principio se esclareció la autoría, en los de Pakistán la incógnita ha sido la norma. Cincuenta y siete años después del asesinato del primer ministro Liaqat Ali Khan, todavía sigue siendo un misterio las razones que lo motivaron. Como lo es la causa que produjo el accidente de avión en el que murió el presidente Zia ul-Haq, o el origen del incidente con la policía que en 1996 le costó la vida al hermano de Benazir, Murtaza Bhutto. Detrás de estos episodios, como de otros tantos que son producto de una cultura política de violencia e intolerancia, es fácil adivinar el maridaje entre el establishment secular y el islamismo ortodoxo, alianza fatal que traza sus orígenes modernos en el movimiento por la creación de Pakistán, durante el cual la Liga Musulmana apeló a los sectores fundamentalistas para aumentar su capacidad representativa. Un primer precio a pagar residió en el fracaso del presidente Ayub Khan al intentar eliminar el adjetivo "Islámico" de la denominación oficial del país. Desde entonces no ha habido dirigente, electo o no electo, que no haya perdido la oportunidad de realizar concesiones a las filas islamistas en aras de salvaguardar la continuidad.

Sin entrar a analizar quién mató a Benazir, la falta de transparencia en la investigación nos conduce a otro de los grandes problemas que tiene Pakistán, el de la mentalidad caciquil que impera sobre las relaciones de poder. Mentalidad por la cual los intereses personales de unos pocos, y su voluntad determinante, se anteponen a los procedimientos institucionales. Pakistán es un país con estructuras sociales atrapadas en un feudalismo endémico. La falta de funcionalidad democrática y la incapacidad de acomodar la diversidad cultural lo han mantenido anclado en formas de poder autoritarias que derivan de los intereses concurrentes de la aristocracia terrateniente, el ejército y los clérigos. Formas que reposan sobre una ideología despótica que ejerce el control sobre millones de hombres y mujeres que viven en la ignorancia, y que no se han beneficiado del crecimiento económico de los últimos años. Todavía hoy los jefes tribales de Baluchistán y la NWFP -los sardars y los khan-, y los grandes terratenientes del Punjab y el Sind, dominan los recursos económicos y políticos de Pakistán. Las reformas agrarias llevadas a cabo en los años sesenta apenas incidieron sobre las inmensas desigualdades, de modo que en la actualidad un 2% de grandes propietarios controla el 45% de la tierra cultivable. Junto a ello, la presencia prolongada de un Estado pretoriano, en connivencia con el islamismo, tampoco ha ayudado mucho al desarrollo de movimientos sociales reformadores capaces de erradicar este mal.

Benazir Bhutto, a pesar de su coraje manifiesto al desafiar al régimen militar de Zia y Musharraf, y de enarbolar las banderas del secularismo, feminismo y socialismo, no tuvo la disposición de romper con este patrón. Incapaz en su momento de renovar y democratizar la organización del Partido Popular de Pakistán, tampoco en su última voluntad pudo trascender el viejo orden tradicional del que ella provenía al nombrar a su esposo, Asif Zardari, heredero político del partido, y de este modo garantizar la continuidad del linaje dinástico sobre el patrimonio político familiar.

La erradicación del feudalismo caciquil, bajo su forma económica, política y cultural, requiere un esfuerzo decidido, constante y valeroso, en el que estén implicados todos los sectores de la sociedad, los privilegiados y los desfavorecidos. La sociedad pakistaní valora positivamente la democracia, pero también ha sido condescendiente con los abusos de sus gobernantes. Con la excepción de la secesión de Bangladesh, en pocas ocasiones ha articulado una respuesta colectiva capaz de alterar el statu quo. De algún modo hasta ahora se había limitado a resignarse cuando el ejército irrumpía para "acabar con la corrupción y el nepotismo de los políticos" -su justificación teórica-, y a conformarse cuando posteriormente no se retiraba en los plazos prometidos. Pero algo ha cambiado durante el último año, las continuas manifestaciones de los letrados, en protesta por la suspensión del juez Iftikar Chaudhry, han puesto en pie a la sociedad civil y han desterrado la apatía que parecía impregnar la vida social y política de un país donde los islamistas detentaban el monopolio de la movilización callejera. Cabe esperar que las tensiones actuales generen dinámicas constructivas capaces de llevar a cabo las transformaciones necesarias.

Eva Borreguero, directora de Programas Educativos de Casa Asia.