Dinamita 'pa' los pollos

Con menos éxitos discográficos que los andaluces de No me pises que llevo chanclas y no tantas pretensiones transgresoras como los madrileños de Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas, el grupo bilbaíno Dinamita 'pa' los pollos logró ocupar un espacio propio en esa etapa del pop español de finales de los 80 en la que daba la impresión de que la falta de calidad musical podía quedar compensada con una denominación original. Sin desmerecer ni su sonido híbrido entre el country y el rockabilly, ni sus letras tan ingenuamente dadaístas como la aquí reproducida, la notoriedad de los Dinamita llegó precisamente por eso. Tanto es así que su nombre adquirió pronto vida propia y se convirtió en el latiguillo de moda para zanjar cualquier discusión: «Oye, sabes lo que te digo: ¡dinamita pa los pollos!».

Sillas de montar calientes
cuando la puerta se abrió
y en vez de una vaca,
fue un pollo lo que salió.
Y los vaqueros enfadados
comenzaron a silbar
pero ninguno de ellos
lo consiguió montar.
Porque no es como todos,
Chicken Ranch.
Rancho de pollos.
Chicken Ranch.
(Rancho de Pollos, R. Mata 1987)

Una de las primeras personas a quienes yo escuché utilizar tal expresión fue Mario Conde y no es de extrañar que todavía la recuerde asociada a él, pues -al margen de que algún día será de justicia examinar el contraste entre el ensañamiento penitenciario del que ha sido víctima y la lenidad dispensada a otros mucho peores delincuentes, protegidos por el sistema- lo que en definitiva reflejaba la ocurrencia era el maridaje coloquial entre el pasotismo posmoderno y la rampante cultura del pelotazo. Era el clima de aquel momento en el que la España felipista se había convertido -según su propio ministro de Economía- en «el país europeo en el que se podía ganar más dinero en menos tiempo».

Nadie había oído hablar aún de la gripe aviar. Si en el debate de una transacción o una alternativa política alguien pedía «dinamita pa los pollos» es que se había acabado la fase de «marear la perdiz» y era hora de dejar de «creer en la cigüeña» y empezar a «cantar la gallina». Todo el mundo lo entendía. Invocar como razón última y solución final la «dinamita pa los pollos», suponía concluir que era tiempo de pasar de las palabras a los hechos, aunque fuera a base de tirar por la calle de en medio. Porque, en definitiva, en la vida empresarial como en la lucha antiterrorista, la grandeza del fin justificaba cualquier procedimiento.

Cambian las palabras, pero no las actitudes. En esta legislatura de pacifismo y amor a los animales que no militen en el PP la expresión ha caído en desuso, pero su espíritu perdura en los «como sea» del presidente Zapatero y sobre todo en el «¡vale ya!» de la fiscal del sumario del 11-M. No mentemos la soga en casa del ahorcado pero, ante algo de tanta trascendencia, dejémonos de pamplinas morales, escrúpulos intelectuales y zarandajas legalistas y antepongamos las carretas del pensamiento progresista y la verdad oficial a los bueyes del método analítico y el propio proceso penal.

Así sucede que desde el inicio de la vista oral más importante de nuestra Historia, puesto que la conclusión antecede a la premisa, buena parte de la prensa se comporta como si «imputados» fuera sinónimo de «culpables» e incluso hay reporteros fantásticos que describen con vigoroso dramatismo el deambular de una «bomba» rodante por las calles de Madrid -de Vallecas a Ifema, de Ifema a Vallecas- sin que nada ni nadie haya acreditado que la mochila en la que apareció de madrugada con los cables sueltos, en la zahúrda del falaz comisario Ruiz, llegara a formar parte de la carga ni de ese ni de ningún otro convoy.

Nada más mirarles a la cara, Pilar Manjón se ha apresurado a reconocer a los «asesinos» de su hijo con la misma celeridad y certeza con que el anciano Simeón reconoció entre los pañales a nuestro Salvador; y el ministro del Interior ha acreditado su formación universitaria como químico, estableciendo las conclusiones de los análisis periciales sobre los explosivos casi antes de que estos empezaran a llevarse a cabo. La perezosa superficialidad con que todas las televisiones de ámbito nacional están cubriendo el juicio ha completado la faena hasta terminar de crear una confortable sensación de profecía autocumplida que un apreciado colega resume con trivial socarronería: «Parece que vamos viendo muchos más turbantes que txapelas...». ¡Como si lo contrario hubiera sido en algún momento una posibilidad!

Olvídense: nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal no es la escaleta de rodaje de una película de Hollywood con guión de John Grisham. Es técnicamente imposible que en una vista oral sea condenado nadie distinto a quienes se sientan en el banquillo y ni los más viejos del lugar recuerdan una sentencia con absolución de todos los imputados y deducción de testimonio por los mismos hechos contra unos presuntos culpables alternativos. Pero la propaganda gubernamental primero concita su fantasma (los conspiranoicos tratan de probar que ha sido ETA) y luego lo disipa de un bufido con la torpe colaboración de Díaz de Mera (nada está probando que haya sido ETA, ¡ay de los conspiranoicos!).

Los únicos raíles por los que han vuelto a circular, y seguirán haciéndolo mientras dure el juicio, los trenes del 11-M, con toda su carga de maldad, misterio, drama humano e intencionalidad política, son los ya tendidos por la instrucción sumarial. Fueron Telesforo Rubio, Juan del Olmo y Olga Sánchez quienes trazaron los renglones torcidos del cuaderno. Para los magistrados, lo que no está en los autos no está en el mundo. Y aunque muchas cosas publicadas por EL MUNDO estén quedando corroboradas jornada tras jornada, testigo tras testigo, no existe otra Estación Término para este viaje sino la declaración de culpabilidad o inocencia de cada uno de estos acusados con nombre y apellido. Afortunadamente tampoco cabe ya más explosión que la de las expectativas que cada uno pueda haberse formado respecto a lo que el Tribunal considerará que son los hechos probados.

Sea cual sea la sentencia, las mías quedarán en esta fase satisfechas. En primer lugar porque al fin estoy viendo a una representación de uno de los tres poderes del Estado actuar con honestidad e inteligencia en pro del esclarecimiento de la verdad dentro de los límites de su competencia y eso reaviva mi fe en la Justicia y el Derecho. En segundo lugar porque sé positivamente que, en mayor o menor medida, el fruto de nuestros desvelos e inconformismos formará parte del relato del Tribunal y eso no lo podrá decir ningún otro periódico. Y en tercer lugar porque en todo caso no estaremos sino en el final del principio, pues incluso si los asturianos y los moros fueran condenados como autores, inductores y cooperadores de la masacre tendríamos por delante la ardua asignatura pendiente de intentar determinar las responsabilidades -no necesariamente penales- de quienes desde las Fuerzas de Seguridad y la propia Audiencia Nacional habrían permitido, por activa o por pasiva, que la tragedia se consumara.

No soy por lo tanto yo quien siente al día de hoy el hormigueo de la procesión de la incertidumbre recorrerle las entrañas. Tampoco podrá ser nunca el caso de esos loritos de repetición, de esos escribas mecánicos, de esos martillos de herejes a pilas, a quienes cada mañana el poder mete una moneda en forma de consigna en la ranura de la planicie encefálica. Pero, ay de los contados guardianes de la ortodoxia que cuando oyen escuchan, cuando leen comprenden y encima se saben el sumario. Son conscientes de que el gran pulso ante la conciencia del Tribunal se acerca y de que su músculo clave va perdiendo por momentos todo su vigor.

El problema de la tan a duras penas hilvanada tesis acusatoria de la Fiscalía es que en lo sustancial no puede ser mitad mentira y mitad verdad. O es cierto que los islamistas muertos en Leganés volaron los trenes con la Goma 2 ECO de Mina Conchita que les proporcionaron los asturianos o no lo es. En el primer caso -cooperaciones policiales al margen- quedará por determinar si Zougam fue tan estúpido como para proporcionar las tarjetas, colocar bombas en los trenes y sentarse a esperar su detención, pero poco más: la autoría del 11-M estaría judicialmente resuelta. En el segundo supuesto, en cambio, se podría llegar a condenar a los asturianos por tráfico de dinamita y a los islamistas por pertenencia a banda armada, por atentado terrorista -el rudimentario intento contra la vía del AVE en Mocejón- e incluso por el asesinato del geo Torronteras, pero muy difícilmente se podría sentenciar a ninguno de ellos por nada relacionado en sentido estricto con el 11-M.

¿Cómo es posible que pese a la reproducción masiva de sus rostros nadie haya reconocido ni a El Chino, ni a El Tunecino, ni a Lamari, ni a ningún otro miembro del comando, con la excepción del tres veces ubicuo Zougam, ni en la estación de Alcalá, ni en ninguno de los trenes? Es cierto que hay rastros de ADN de algunos de ellos en la furgoneta Renault Kangoo y en el Skoda Fabia, pero son tan sospechosas las circunstancias en que se obtuvieron estas supuestas pruebas que dudo mucho que bastaran por sí mismas para destruir la presunción de inocencia de nadie. No, en lo esencial todo el sumario pende de un hilo y ese hilo se llama Goma 2 ECO.

La ventaja de que el Tribunal haya convertido el laboratorio de la Policía Científica en el que tienen lugar los análisis en una especie de plató de Gran Hermano es que algún día podremos ver las muecas de estupor y de enfado que los peritos designados por el Cuerpo Superior de Policía y la Guardia Civil debieron esbozar en el momento de conocer el resultado de las pruebas cualitativas sobre los restos de los focos de los trenes. Concretamente, por usar las palabras de la más célebre letra de los Dinamita, «cuando la puerta se abrió y en vez de una vaca, fue un pollo lo que salió». Ese pollo se llama dinitrotolueno (DNT para los amigos). «Y los vaqueros enfadados comenzaron a silbar pero ninguno de ellos lo consiguió montar». Porque, se pongan como se pongan, el DNT no es un componente de la Goma 2 ECO y sí lo es de otros explosivos como el Titadyn o la Goma 2 EC.

Después de varios amagos a cual más grotesco de encaramarse a pelo sobre tan sorprendente animal, la célula gubernativa que -como sucedía en el encubrimiento de los GAL- maneja los resortes de la contrainformación, decidió intentar ensillarlo con la montura de la contaminación en fábrica. Uno tras otro los más osados gañanes de su cuadra periodística fueron poniendo el pie en ese estribo: resultaba que en la factoría de Unión Española de Explosivos se había producido en el pasado Goma 2 EC y el DNT había quedado en proporciones mínimas, como las detectadas en los restos de explosivo intacto custodiados por los Tedax, impregnando las perolas y fogones. Pero el pollo dio enseguida muestras de resistencia: ni en los controles internos de calidad ni en el análisis minucioso ordenado por la Fiscalía en 2005 había aparecido nunca DNT. Y cuando llegó la prueba definitiva -la remisión a los peritos de diversas partidas de Goma 2 ECO y su sometimiento a técnicas de envejecimiento para simular las condiciones del explosivo del 11-M- los atolondrados aspirantes a jinetes salieron disparados por el aire: ¿DNT en la Goma 2 ECO?, ni está ni se le espera.

La Fiscalía y sus mariachis tenían desde ese momento tres problemas, acrecentados por la falta de respuestas del patético Sánchez Manzano: 1) Dar al Tribunal una explicación verosímil sobre la vigorosa presencia de DNT, después de su lavado con agua y acetona, en todos los focos de las explosiones, distinta a la contaminación en fábrica. 2) Dar al Tribunal una explicación verosímil sobre el motivo de la contaminación con DNT de los restos de explosivo entero -Vallecas, Leganés, Mocejón, Kangoo- manipulados por los Tedax y la ausencia de tal sustancia en las demás muestras. 3) Dar al Tribunal una explicación verosímil sobre por qué el 11-M no se pusieron por escrito los resultados de los análisis de los focos y ni aquel día ni nunca hasta ahora se especificaron cuáles eran los «componentes de las dinamitas» genéricamente detectados.

Pero desde hace unos días ese empinado calvario se ha visto acrecentado por el descubrimiento de restos de nitroglicerina impregnando el polvo de extintor recogido en la estación de El Pozo. Otra vez «la puerta se abrió, y en vez de una vaca, fue un pollo lo que salió». Y es que la química tiene razones que el corazón no entiende. Nunca me cansaré de repetir que la cromatografía de capa fina no es de izquierdas ni de derechas y que la difracción con rayos X no está afiliada ni al PP ni al PSOE. Ocurre simplemente que la Goma 2 ECO tampoco tiene nitroglicerina.

La trascendencia de este último hallazgo se multiplica por el hecho de que el polvo de extintor fue el único resto que los Tedax no lavaron con agua y acetona y, al ser la nitroglicerina una sustancia extraordinariamente soluble, será fácil concluir que también estaba en los demás focos de los trenes, tal y como informaron Efe y Europa Press a primera hora de la tarde del 11-M y tal y como, inconscientemente, aseguró Sánchez Manzano a la comisión parlamentaria. Es decir, que el explosivo que estalló en los trenes tenía dos componentes -el DNT y la nitroglicerina- que no forman parte de la Goma 2 ECO. Y la detección de este segundo inutiliza la penúltima trinchera en la que podría haberse refugiado la versión oficial: la de que la contaminación se produjo de forma involuntaria en el propio laboratorio de los Tedax durante el análisis o almacenamiento de los restos. Porque, claro, si hubiera sido así, en el explosivo intacto también habría aparecido ahora nitroglicerina, además de DNT.

Sólo les queda ya una última «silla de montar caliente» que intentar enjaretar al pollo desbocado, pero es tan inverosímil que casi da vergüenza describirla. Es la teoría de la macedonia de explosivos que tendría como premisa que los asturianos además de Goma 2 ECO entregaron a los moros unos cuantos cartuchos de Goma 2 EC como los que luego la Guardia Civil encontró abandonados y semicaducados en Mina Conchita. Los islamistas habrían hecho después empanadillas de dinamita mezclando una y otra sustancia y por eso los análisis detectan ahora componentes que sí forman parte de la Goma 2 ECO -el nitroglicol, también presente en el Titadyn 30 de Cañaveras- y componentes propios de la Goma 2 EC. Pero esta fantasía choca con al menos dos evidencias difícilmente soslayables. Por un lado está el hecho de que todos los envoltorios de cartuchos que se encontraron en Leganés eran de Goma 2 ECO y no había ninguno de Goma 2 EC. Por otra parte es elocuente la disparidad entre el explosivo intacto y los restos del que estalló en los trenes: nadie hace sándwiches de jamón y queso, para poner luego todo el jamón en un sitio y todo el queso en el otro.

Siento tener que extenderme tanto y llevar las cosas hasta el borde mismo del absurdo, pero creo que hemos alcanzado al fin el más terrible corazón de las tinieblas. Doy por hecho que en esta Semana Santa todo serán maquinaciones y espero que los mecanismos de custodia de lo analizado sean totalmente impermeables. Han hecho bien en todo caso los peritos de las partes en comunicar al juez Bermúdez por escrito sus últimos hallazgos: hasta seis pruebas distintas han confirmado que en el foco de El Pozo aparecen los mismos componentes que en ese Titadyn 30.

Por todo ello, si no surge ningún elemento nuevo y el informe final es el compendio de lo hasta ahora descubierto, el dilema para el Tribunal va a circunscribirse entre comprar la lata de macedonia de explosivos o absolver a los imputados de su intervención en la masacre del 11-M, a menos que alguien pueda acreditar que los islamistas tenían otras vías de suministro distintas a la de los asturianos.

Soy consciente de que este desenlace no sólo dejaría sin resolver el enigma de la autoría del 11-M sino que también iluminaría con la más macabra de las luces todo el entramado de pruebas indiciariamente falsas urdido en torno a la Goma 2 ECO de Mina Conchita. Ya no estaríamos ante la nada original práctica policial de facilitar el procesamiento y condena de unos culpables, reforzando el caudal probatorio con un poco de atrezzo y guardarropía. Ni siquiera ante el supuesto de que se estuvo dando hilo a la cometa a un grupo trufado de confidentes que en el último momento se les fue a la Policía, la Guardia Civil y el CNI de las manos. No, si en los trenes no estalló Goma 2 ECO -sola o en compañía de otros-, el atrezzo y la guardarropía incluiría a los propios asturianos e islamistas que habrían sido utilizados como pantalla para que otros cometieran los atentados, bajo la protección de los miembros de los Cuerpos de Seguridad que con pleno conocimiento de causa habrían participado en la diseminación de unas pruebas falsas -y en la neutralización de cualquier pista alternativa incluidos los vínculos entre ETA y los islamistas-, necesariamente preparadas de antemano.

Yo no digo que esto es lo que ocurriera, pero sí que este es el abanico de opciones que nos ofrecen la lógica y la ciencia. Admito que estamos asomándonos a un abismo tan insondable e infernal que casi preferiría que se descubriera una modalidad políticamente correcta de Goma 2 ECO que también tuviera nitroglicerina y DNT. Pero como molecularmente eso es imposible no quisiera estar en la piel de un Tribunal que en la duda no podrá dejar de ponderar el hecho de que la única razón por la que ni hace tres años ni ahora se han podido hacer análisis cuantitativos definitivos sobre lo que estalló en los trenes es porque altos responsables policiales se han empeñado en impedirlo.

En todo caso aquí seguiremos, mientras la mente aguante, sin rendirnos ni a la intemperante pereza del «¡vale ya!», ni al implacable pragmatismo de la «dinamita pa los pollos». Más que nada porque las pobrecitas 192 aves apioladas brutalmente al servicio de una conspiración política -¿o no fue eso el 11-M?-, nuestros inolvidables santos inocentes, tenían todas y todos nombre y apellido.

Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO.