Dios sabe más que tú

En un reciente editorial de este periódico, muy justamente titulado Frenar la matanza, se decía, como corolario, lo siguiente: “El destino de un país como Egipto […]ha quedado primero al albur de unos ineptos políticos como los Hermanos Musulmanes y después de una casta militar autoritaria y cruel”. La llamada a frenar desde el exterior tanto derramamiento de sangre está encontrando la habitual respuesta de las grandes potencias: la parsimonia, la mística del comunicado, los meetings hasta el alba de los que nace, como mucho, el ratoncillo no de un embargo, sino de una restricción al envío de armas. Ni la Unión Europea, con la ineficacia global que la caracteriza, ni los Estados Unidos, atrapados en su propia geodinámica, se atreven a proponer a la ONU lo que sería única medida de contención y vigilancia: el envío in situde una misión de cascos azules, sobre todo si la Hermandad prosigue sus manifestaciones públicas. Ya sabemos cómo las reprime el ejército.

En España, mientras tanto, y hablo ahora no del Gobierno, sino de los medios de comunicación y la llamada opinión pública, parece haber acuerdo en condenar sin paliativos a los generales egipcios. Casi todo lo que uno ha leído en las últimas semanas está dirigido al repudio del golpe militar y sus mortíferas secuelas, con una tendencia —que el lamentable número de víctimas acampadas ha ido acrecentando— a olvidar la naturaleza y los objetivos de quien, en esta guerra abierta en Egipto mucho antes del 3 de julio, es el otro contendiente. Vistos por articulistas de opinión, lectores que escriben al director y editorialistas, se diría que los Hermanos Musulmanes, por el hecho de su resistencia numantina y el número de sus mártires, han ido adquiriendo el perfil de un grupo de visionarios descaminados que cometieron errores en la Administración del Estado (“ineptos políticos”) después de haber sido elegidos mayoritariamente en las urnas. La lista de dirigentes canallas y criminales electos democráticamente a lo largo del siglo XX en casi todos los continentes, incluido el nuestro, es demasiado larga para detallarla aquí.

Dos libros de actualidad podrían servir, a quien desee hacer un poco de historia y lea en inglés, a la hora de entender el origen y las ambiciones actuales de la Hermandad. El primero, de John Calvert, se titula Sayyid Qutb and the Origin of Radical Islamism, y en breve va a sacar una nueva edición, suponemos que ampliada, la editorial que lo publicó, Columbia University Press. El otro, muy reciente, lo firma James Toth y lleva por título Sayyid Qutb: The Life and Legacy of a Radical Islamic Intellectual (Oxford University Press).

Los dos estudios se centran, es fácil de entender, en la figura de Sayyid Qutb, a quien apenas se menciona hoy cuando se habla de la Hermandad Musulmana, fundada en 1928 por el más conocido Hassan al Banna. Pero éste murió, seguramente asesinado a instigación de los jefes militares de entonces, en 1949, y la moderación que le adjudican sus seguidores, alguno tan locuaz y tan ubicuo como su nieto Tarik Ramadan (famoso en Francia por sus dudas respecto a la lapidación de las adúlteras), habría quedado truncada dentro del árbol ideológico de la Hermandad. Qutb, erudito y poeta inspirado, como muestran las citas del libro de Calvert, traductor suyo al inglés, era un socialista romántico paulatinamente desbordado por el puritanismo islámico; a partir de la anexión israelí de Palestina en 1948 y del golpe militar de Nasser, con quien en un principio colaboró y después se enemistó, Qutb se unió en 1953 a la Hermandad, radicalizando un antiimperialismo de cuño religioso que, poco después de su adhesión al grupo, le llevaba a escribir que solo “los Hermanos Musulmanes pueden enfrentarse a los sionistas y cruzados colonialistas”.

El intento de asesinato de Nasser en 1954, que Toth insinúa que el Gobierno pudo atribuir falsamente a los Hermanos, llevó a Qutb a la cárcel, donde pasaría, con alguna breve liberación, el resto de su vida, antes de ser ejecutado por alta traición en 1966, meses antes de que Egipto, como fuerza dominante en el Oriente Medio, sufriera la humillante derrota en la guerra de los seis días. En esa década de encarcelamiento, Sayyid escribió poesía, narrativa biográfica y un comentario del Corán, formando también entre rejas las ideas esenciales de su credo político-religioso, que gira en torno al dominio (hakimiy-y-a), una apelación a que los ciudadanos se sometan, por encima de las leyes humanas, a los designios del Profeta, resumida en una especie de eslogan que hizo fortuna y no ha dejado de oírse hasta hoy siempre que se contraponen lo civil y lo teocrático: “¿Quién sabe más, tú o Dios?”.

Según documentan estos dos nada sectarios estudios, Sayyid Qutb habría sido el responsable de una purga de los liberales dentro de la Hermandad, y su belicoso ideario persistió tras su muerte en sus enseñanzas. El líder supremo iraní, Ali Jamenei, tradujo a Quth al farsi, el nuevo Estado de los ayatolás le conmemoró con una tirada de sellos postales, y Osama Bin Laden fue estudiante de Mohamed Qutb, hermano pequeño y seguidor ferviente de Sayyid en la escuela coránica que, exiliado de El Cairo, fundó en La Meca.

Movimientos guerrilleros islámicos que practican el exterminio, en Somalia, en Filipinas (el llamado Frente Moro) y Nigeria, se proclaman qutubistas. Y otro vínculo más pertinente aquí: el actual líder de los Hermanos egipcios, Mohamed Badie, ahora detenido, formó sus ideas junto a Sayyid Qutb cuando compartió la cárcel con él en los primeros años 1960. Badie y, también el presidente depuesto Mohamed Morsi, han expresado que la de Qutb es “la visión real del islam que buscamos”.

Esa visión que el Gobierno salido de unas elecciones quiso imponer parece perder relevancia por la violencia, terriblemente desproporcionada, de los militares comandados por Sisi. No la olvidan, sin embargo, los millones de ciudadanos, hombres y –prominentemente— mujeres jóvenes, que salieron a la calle en la primavera árabe egipcia pidiendo democracia frente a la cleptocracia en gran medida militar que apoyó tres décadas a Mubarak, pero también pidiendo modernización, secularización, libertad de culto o de descreimiento.

Ahora se encuentran atrapados entre dos males; de momento la mayoría apoya lo malo por conocer después de la pesadilla islamista ya probada desde que Morsi empezó hace un año a dictaminar y a prohibir. Y con mucho más que ineptitud, con deliberado intento de hostigamiento, de persecución y eliminación del disidente. Ante la queja pacífica que se llevaba oyendo en las calles de todo Egipto (por no hablar hoy de otros países como Túnez o Argelia), la única respuesta que estos santos varones gobernantes daban, ungidos de piedad, era siempre la misma: De tus derechos, de tus libertades, de tus modos de amar y de vestir, sabe más Dios que tú.

Vicente Molina Foix es escritor.

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