Discriminaciones con apellidos

La población de color en Estados Unidos está representada por numerosas asociaciones que poseen una sensibilidad especial ante los casos de discriminación. De allí procede la expresión «discriminación positiva», una expresión confusa, que suena a enfermedad saludable o griterío silencioso, y que a los veteranos nos recuerda el eufemismo «democracia orgánica» con el que los asesores intelectuales de la dictadura de Franco nos quisieron convencer de que la democracia a secas era un desastre y que nosotros habíamos dado con la fórmula ideal.

A principios de los años ochenta, las asociaciones vigilantes de la discriminación mantuvieron una serie de reuniones con los dirigentes de las más importantes cadenas de televisión estadounidense para trasladarles un hecho incontrovertible: cada vez que en las series de televisión salía la gente de color, lo hacía en calidad de personas pobres, marginales, o como protagonistas de acciones delictivas. Al principio, los dirigentes de televisión (blancos) expresaron que ellos no hacían sino reflejar la realidad de la sociedad, y, en efecto, la población reclusa en Estados Unidos mantiene un altísimo porcentaje de personas de color. Replicaron los representantes de la población negra que aquello era una especie de círculo que se alimentaba a sí mismo, pero que también existían médicos, investigadores e incluso personas adineradas que eran negros.

Fruto de aquellos contactos fue el estreno en 1990, por la cadena NBC, de una de las series de más éxito mundial, «El príncipe de Bel-Air», en la que un chico negro, procedente de una familia modesta, se marcha a vivir con un tío rico, que vive en el exclusivo barrio de Bel-Air, en Los Ángeles. Se produjeron 148 episodios en seis temporadas y, aunque se retiró la serie en 1996, todavía está presente en muchas cadenas de televisión de medio mundo. ¿Contribuyó poderosamente a que la visión de la población blanca sobre la sociedad negra cambiara? Es imposible de saber. Desde luego, a quien promocionó fue al protagonista Will Smith, un rapero de gran éxito, que había ganado tanto dinero en los años 80 como había derrochado y que, cuando lo contrataron para la serie, estaba a punto de entrar en la cárcel, porque se le había olvidado pagar a Hacienda algo más de dos millones de dólares.

Estados Unidos es la cuna de la llamada discriminación positiva, y no todas las experiencias tuvieron el resultado esperado. Por ejemplo, la presión política sobre la UCLA porque no había alumnos universitarios negros concluyó en bajar el nivel de las pruebas de ingreso para que pudieran acceder estos alumnos de color que venían peor preparados. ¿A partir de ahí aumentó el número de alumnos negros en la Universidad? No, lo que aumentó de manera considerable fue el de alumnos coreanos y chinos, parece ser que debido a que vivían en familias estructuradas, donde el divorcio, los hermanos de diversos padres o el padre desaparecido no eran lo más frecuente.

En España los movimientos feministas presionan para que exista una discriminación positiva a favor de la mujer, y de ahí nacieron las cuotas en los partidos políticos. El problema derivado es que, antes, hombres y mujeres, cuando nos encontrábamos con una ministra o con un alto cargo en la Administración o en el partido desempeñado por una mujer, proyectábamos sobre ella una admiración añadida, porque nos constaba lo difícil que era para una mujer ser reconocida en los sectores profesionales. Sin embargo, ahora sucede todo lo contrario, y tanto hombres como mujeres nos preguntamos si esa chica estará en ese puesto porque se lo merece con creces o porque se ha aplicado la cuota y su posición es un resultado de la discriminación positiva. En este caso la discriminación positiva tiene un efecto perverso, que resulta humillante para la mujer con sobrados merecimientos.

Hasta no hace mucho esta política parecía exclusiva de los partidos de izquierda, pero como todo se contagia el PP ha caído en lo que piensa que es políticamente correcto, aunque en no pocas ocasiones lo que se denomina políticamente correcto se aleje del sentido común y avecinde en la tontería contemporánea. Fruto de ello es la obligatoriedad de incluir a mujeres en los consejos de administración de las empresas privadas. Que lo público –el Gobierno– se dedique a reglamentar lo privado es ya un despropósito, pero que pretenda regular los porcentajes de hombres y mujeres en las empresas que se juegan su privado dinero entra dentro de esta tendencia observada con benevolencia y que, al final, se vuelve en contra de la dignidad de la mujer.

Siguiendo el criterio de la llamada discriminación positiva podríamos argüir que desde el establecimiento de la democracia en España no ha habido ningún ministro cojo, es decir, que llevamos más de cuarenta años a lo largo de los cuales se ha podido demostrar que tanto el PSOE como el PP parece que tienen una inquina especial a los rencos.

El entusiasmo por solucionar problemas, en principio, es positivo, pero cuando al entusiasmo se le unen las prisas y se enfoca sobre problemas complejos puede haber resultados aparentemente brillantes al principio y bastante decepcionantes en el fondo. Por ejemplo, promulgar leyes para que los hombres soliciten permiso de paternidad, cuando su pareja haya dado a luz, puede parecer un avance gigantesco, pero, como por decreto no se puede ordenar que los maridos tengan ubres, no podemos decir que la medida haya encontrado un eco fervoroso. A no ser que los pediatras de todo el mundo, que recomiendan la leche materna, al menos durante los tres primeros meses de vida, sean todos una peligrosa pandilla de machistas. En contraste, una demanda explícita, como la existencia de guarderías infantiles en las grandes empresas o en los polígonos industriales y comerciales, sigue sin incentivos o regulaciones.

Existe enquistada en nuestra sociedad una discriminación hacia la mujer. Y hay machismo, claro, como hay maltratadores de mujeres, y asesinos. Lo mismo que existen feministas hipócritas y demagogas del feminismo, por la mañana, que usan las tradicionales armas de mujer por la tarde. Pero no creo que eso se cure sentando obligatoriamente en el consejo de administración a una mujer, salvo que sea una persona capaz de resolver problemas y solucionar inconvenientes. Y sea elegida por su capacidad. Y no un porcentaje, sino el cien por cien si así lo deciden los accionistas de las empresas. Nunca los gobiernos, porque podrían llegar a dictar cómo deben ser las series de televisión.

Luis del Val, escritor.

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