Discriminar por razón de edad

En los últimos tiempos, el grado de aislamiento y el trato de las personas mayores se distancian de lo que sería normal en el cambio generacional. No se confía en su capacidad intelectual, ni, por tanto, se reconoce su autoridad y maestría. Se les considera amortizados, fuera de época. Su opinión no interesa, su consejo resulta para los jóvenes un freno que no están dispuestos a aceptar. Se les descalifica con frecuencia: cosas de viejos... O se les trata como a niños: cuidado que ya no tienes edad…, etcétera. Incluso se ha pretendido señalar en su automóvil con una M su ancianidad, bajo el manto de medida protectora, que supone realmente presunción de discapacidad.

El tratamiento humillante, que infantiliza a los ancianos, ha llegado hasta tal punto que se ha propuesto la limitación legal de su capacidad para otorgar testamento a partir de los 65 años, en prevención de que puedan cometer actos imprudentes. Con lo que se les privaría del poco poder que les queda, como el de disponer libremente de sus bienes.

Existen normas laborales discriminatorias por razón de edad. Se impone la jubilación forzosa a edad fija, que supone muerte civil, pues se priva a una persona no sólo de su actividad profesional sino de la vinculación social que el trabajo implica. El apartamiento se agrava en el ámbito económico y empresarial, pues a partir de los 45 años resulta difícil encontrar trabajo, a pesar de que hoy se puede considerar que es aquélla la edad en la se acumula más fortaleza y formación.

El trato diferenciado se percibe también en el ámbito sanitario, pues en ocasiones se considera que a partir de cierta edad se ha cumplido el ciclo vital, y se aligera la atención, obviando el principio de que el derecho a la salud y a la vida se tiene hasta la muerte. La discriminación sube de grado con la eutanasia activa, cuya propuesta, bajo el argumento de la muerte digna, podría esconder una finalidad torticera y paralela de facilitar una población joven y activa, con el peligro que supone y la consiguiente deshumanización.

A tal situación de aislamiento se ha llegado por diversas causas. En la familia existe una tolerancia excesiva hacia la infancia. Superada esa fase el interés personal de los jóvenes prima sobre la atención y proximidad afectiva con sus progenitores. En la enseñanza es llamativa la falta de respeto a los profesores, que suelen inhibirse ante la actuación rebelde e irrespetuosa de los alumnos. Ha habido una dejación de funciones que ha eliminado prácticamente el principio de autoridad; y los padres y profesores, lejos de hacer valer la ejemplaridad y su experiencia, aplican la regla de mínima intervención.

Desde otro punto de vista, conviene recordar que, hasta hace poco, los avances técnicos se producían a un ritmo lento, y su utilización requería un aprendizaje que se iba perfeccionando poco a poco con la práctica; entonces, las personas con más edad adquirían un plus de valoración dada su experiencia y mayor conocimiento. Pero la continua y rápida sustitución de las técnicas, a causa de su constante renovación, que exige empezar de nuevo, encuentra en los jóvenes una mayor facilidad de aprendizaje, y provoca el apartamiento de los mayores. Además, la agresividad de la competencia en el mundo empresarial hace que se valore especialmente la movilidad, el conocimiento de idiomas, el manejo de la informática, la facilidad para viajar, la mayor predisposición a la novedad y a aceptar trabajos de más riesgo.

Por otra parte, los cambios de modas y la oferta continua de nuevos productos encuentran entre los jóvenes un mercado fácil. Hasta tal punto que la fabricación y el comercio se orientan de modo principal hacia la juventud, que es la gran consumidora. El fenómeno del consumismo está muy relacionado con la mocedad, ávida de novedades, incluso aparentes, que el desarrollo tecnológico proporciona.

A la desvalorización de la ancianidad y trato desigual contribuye, también, la propia actitud de los mayores que sobrevaloran la juventud, imitándola hasta llegar a lo grotesco. De la imitación se ha pasado al reconocimiento de su superioridad no ya física sino intelectual. Se suele decir que «tenemos los jóvenes mejor formados de la historia». Lo que revela desconocimiento de lo que debiera ser una auténtica formación, que exige superar la técnica y mirar hacia la cultura ética, integral, humanística.

Especial reflexión merece la tendencia que se observa en España a prescindir de los mayores para la actividad política. Tal apartamiento resulta sorprendente, pues es ésta la actividad humana que exige un conocimiento más profundo de la sociedad y de su funcionamiento, que se adquiere sobre todo con la experiencia de vida. Con la edad se acercan las posiciones y es más fácil llegar al acuerdo equilibrado que conduce a soluciones duraderas y a la paz social.

¿A qué se debe este fenómeno destacadamente español de los últimos años? El cambio de la dictadura a la democracia propició el apartamiento de las personas que habían colaborado activa o pasivamente con el régimen anterior. Por otra parte, la actuación de las personas que lideraron la Transición, en muchas ocasiones con abuso de poder y deslealtad, con errores graves de gestión y corrupción, desacreditó a los que, superada la juventud, fueron turnándose en el poder. No hicieron los cambios necesarios para que la Transición se transformase en una democracia avanzada, superando precisamente el estado de transición, que pretendieron sacralizar. Se obviaron principios básicos como el respeto a las instituciones neutras, y, en especial, el de separación de poderes con la práctica absorción del poder legislativo por el ejecutivo y la intromisión de éste en el judicial.

Este desgaste transicional ha provocado la irrupción de jóvenes en la vida política, con éxito creciente, debido al desencanto e indignación de un gran sector de la población a la vista del abuso y deslealtad democrática de los gobernantes; que se apoyaron en el tránsito democrático, y lo intentaron perpetuar sin realizar los cambios necesarios para corregir la insuficiencia derivada de su carácter transitorio.

Pero estos nuevos líderes, que han irrumpido en la política con ímpetu desmedido y que sorpresivamente han accedido a los cargos más importantes, están revelando tal inconsistencia y osadía que suponen un peligro para el equilibrio institucional propio de una sociedad avanzada. Esquivando la legalidad, sin prever las consecuencias destructivas, pretenden ignorar, saltar, el proceso de Transición, borrando la historia, sin reconocer que fue el cauce que condujo, durante largo plazo, a una razonable paz social y progreso. A partir del cual habrá que iniciar sosegadamente y no a cualquier precio y por cualquier medio un proceso de actualización y perfeccionamiento de las instituciones democráticas.

Los partidos tradicionales, para competir, también han echado mano de jóvenes que por su edad no pudieran relacionarse con los errores y la corrupción, presentándolos como los nuevos adalides de la regeneración, que aquellos partidos, renovados y arrepentidos, pretenden abanderar.

La incomunicación intergeneracional y la discriminación de los mayores en todos los ámbitos referidos ponen en peligro el equilibrio social, que requiere la aportación y sucesión integrada de las distintas generaciones; y podría ser caldo de cultivo de crisis sociales, económicas y políticas, pues aquella carencia facilita medidas agresivas y populistas con alta dosis de conflicto, que rompe la paz social.

El apartamiento de los mayores, además de la pérdida de potencialidad intelectual que implica, es una infracción grave de los principios de igualdad y libertad y afecta gravemente a la dignidad de la persona. Que existe día a día, segundo a segundo, hasta la muerte. La edad no puede convertirse en un parámetro para medir los derechos. Sólo la minoría de edad y el deterioro físico o mental puede provocar protección jurídica que limite su ejercicio. Fuera de estos casos, un sistema que deje fuere de la vida institucional o limite los derechos de la persona por la edad es injusto y regresivo.

En el momento actual la discriminación por edad supera cualquier otra, salvo la racial. Pero no se corrige, pues los mayores carecen de los medios y la fuerza que ha tenido, por ejemplo, la lucha contra la discriminación de la mujer. Pasa inadvertida, pues las personas mayores silencian su tristeza y se muestran impotentes. Su mirada hacia los jóvenes está cargada de ternura, pues entre ellos están los propios hijos o nietos. Y en el fondo inescrutable una cierta conciencia de finalización de su curso vital.

De ahí que la defensa de la plenitud de derechos y la eliminación de la discriminación por razón de edad sea una tarea básica de justicia, a través de una cultura ética, que es la auténtica, y una humanización progresiva de las relaciones sociales que integre a los mayores de modo respetuoso, armónico y eficaz.

Victorio Magariños es notario y académico.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *