Discurso frente a relato

Según dicen las estadísticas, en Estados Unidos el 80% de los casos de síndrome de Down que se diagnostican terminan en aborto. Al parecer, el porcentaje es similar en España, donde ya se acusa un importante descenso de afectados por el síndrome dados los efectos eugenésicos de este supuesto de despenalización del aborto. Otra de las situaciones que de nuevo hoy en nuestro país se cita para avalar la ampliación de la legislación del aborto son los embarazos de adolescentes. No sé cuáles serán los datos en EE UU ni en España, pero hay que pensar que también el porcentaje de estos embarazos voluntariamente frustrados será muy alto.

Sucede que la candidata a la vicepresidencia de Estados Unidos y actual gobernadora de Alaska, Sarah Palin, tiene un hijo con síndrome de Down, es decir, uno de los que se encuentran en ese 20% que son aceptados por sus progenitores. Pero, además, la hija de Palin, Bristol, de 17 años, se ha convertido en el tema de la convención republicana al conocerse que se encuentra embarazada de otro joven con el que tiene previsto casarse y tener al hijo que esperan, según confirmaron ante los delegados del Partido Republicano.

Sorprende que con estos antecedentes el embarazo de una hija adolescente se haya querido utilizar contra Palin para minar su credibilidad como mujer de fuertes convicciones religiosas, frontalmente contraria al aborto y representativa de la corriente conservadora dentro del Partido Republicano. Tal vez se pretendía exhibir el embarazo de su hija adolescente como la prueba del fracaso de Palin a la hora de educar a sus hijos en los valores que hace suyos. Si ésa era la intención de los detractores de Palin, la maniobra no sólo ha fracasado sino que ha dado la oportunidad a la candidata del 'ticket' presidencial republicano de ofrecer una prueba de coherencia personal de un extraordinario valor. Palin puede referirse a su hijo con síndrome de Down y a su hija gestante como la asunción de un compromiso consistente con sus convicciones frente a la opción del aborto. El riesgo en su familia por el momento sólo lo corre uno de sus hijos, que próximamente será enviado a servir con las tropas de su país en Irak.

Cuando se conocieron las primeras informaciones sobre las circunstancias familiares de Palin parecía que se abría una vía de agua letal en el cartel de esta política, cuya designación por John McCain para acompañarle en la candidatura no tenía una explicación clara. Poco después, cuando se empezaron a conocer los detalles de estas informaciones presuntamente tan perjudiciales para Palin, fue revelándose ante detractores y partidarios una imagen llamativa, una biografía interesante, un discurso conservador consistente y un estilo nada convencional. La intervención de Palin ante la convención republicana no dejó ningún resquicio sin explorar frente a Obama y Biden -ése sí un patricio demócrata demasiado clásico para aportar credibilidad a la idea de cambio-, presentó con habilidad pero con contundencia la crítica a sus adversarios, a los que desafió a confrontarse en el sentido más genuino y necesario de la dialéctica democrática.

El resultado es que hoy pocos ponen en duda que la campaña presidencial de los republicanos ha adquirido una proyección no prevista. McCain y Palin se han manifestado como un tándem capaz de hacer revivir la compleja pero poderosa coalición electoral que ha permitido ocupar la Casa Blanca a presidentes republicanos durante 20 de los 28 últimos años. Los pronósticos siguen siendo favorables a Obama, aupado sobre el formidable impulso de su mensaje de cambio y su extraordinaria capacidad de comunicación. Pero ya nadie niega que la batalla presidencial está mucho más abierta de lo que sugería la aparente debilidad de un personaje al que se pintaba como crepuscular por su edad -72 años- como John McCain frente al carismático Obama.

La asimetría de ambas campañas se ha acentuado después de las respectivas convenciones. Una asimetría que no se refiere sólo a las estrategias de comunicación sino que tiene que ver con la propia concepción del proceso democrático y con los términos en los que los candidatos piden la confianza de los votantes. Más allá de preferencias ideológicas, McCain, reforzado por la candidatura de Palin, ha ido articulando un discurso político consistente, con propuestas reconocibles, con valores de referencia identificados, con parámetros para medir sus responsabilidades ante los ciudadanos. Un discurso político que ha de demostrar capacidad para construir la mayoría necesariamente compleja y plural que se requiere para llegar a la Casa Blanca. No es fácil acomodar en una misma opción a conservadores libertarios y a evangélicos de activa militancia religiosa. Pero a la vista está que puede hacerse en un país en el que los grandes debates pre-políticos no se dan nunca por cerrados, sino que son alimentados y reabiertos continuamente por una sociedad civil dinámica y plural en ideas y militancias.

Mientras McCain apoya su estrategia sobre un discurso político cada vez más articulado, Obama insiste en hacer de su puja por la presidencia un gran relato, con todo el atractivo que viene demostrando, en el que lo simbólico -que en Obama es mucho- prima sobre la verbalización de propuestas políticas y en el que la brillantez retórica sustituye al discurso. Es posible que Obama sea el vehículo de entrada de la posmodernidad en la política americana a caballo del sueño de un país a la vez poderoso y amado. Y es posible que lo que hay de posmoderno en Obama -que no es todo, desde luego- haya sido definitivo a la hora de asentar las simpatías europeas en el campo demócrata, lo cual, por otra parte, no es muy difícil de lograr. Hace tiempo parece que en Europa, no digamos ya en España, el discurso político viene siendo desalojado del espacio público en beneficio de los relatos reconfortantes, autocomplacientes, de contradicciones exaltadas y valores coyunturales.

Javier Zarzalejos