Discurso político: guerra de metáforas

La agitación política de estos meses se está traduciendo, como no podía ser menos, en el lenguaje, compañero inseparable de la acción política. En el discurso de los políticos se libran hoy –quizá siempre ha sido y seguirá siendo así– las batallas decisivas de la vida pública. El fin al que todos apuntan no es otro que la persuasión; ojalá que no la seducción.

La realidad social es de enorme complejidad y de difícil comprensión para los no expertos. Pero es la gente de la calle la que, por otra parte, decide con su voto, o su abstención, quién legisla y quién gobierna. No cabe dimitir de la condición de ciudadano.

Los buenos oradores –especie en peligro de extinción– han sido amigos de las metáforas como recurso para persuadir. El dominio de la metáfora era, para Aristóteles, la marca del genio. Los «genios» saben explotar al máximo las posibilidades que encierra hablar de una determinada realidad, por lo general abstracta y compleja (la política, por ejemplo), en términos de otra que resulta concreta y familiar al no experto. Es lo que hacemos cuando hablamos de internet: empleamos palabras como archivo, fichero, papelera, portal, virus, subir y bajar, etcétera, para realidades un tanto incomprensibles y gaseosas.

Algunas metáforas resultan tan habituales, que han perdido su impacto inicial: a nadie sorprenden ya las expresiones que hablan de «recortes», de «apretarse el cinturón», de «no levantar cabeza» un partido en los sondeos, o de que «se dispara» el envejecimiento de la población. Quienes crearon esas metáforas o las emplearon oportunamente fueron capaces de expresar ideas de forma rápida, viva y efectiva. Necesitamos la percepción sensorial. Si comparamos las frases «el Gobierno recurre a los fondos de reserva de la Seguridad Social» y «el Gobierno echa mano de la hucha de las pensiones», comprobaremos que es más fácil de entender, imaginar y recordar la segunda, que logra materializar de forma contundente los vocablos abstractos de la primera. Nada tiene, pues, de extraño que los políticos, en sus estrategias persuasivas, hagan abundante uso de las metáforas y de otros recursos retóricos de parecido efecto.

Resulta interesante observar el contraste entre las metáforas, en sentido amplio, con que los distintos partidos se refieren a un mismo hecho. Me limito a leer los tuits de estas últimas semanas. Así, por ejemplo, para designar la abstención del PSOE en la investidura de Mariano Rajoy (PP), Podemos dirá que los socialistas «regalan el gobierno al PP»; o que Ciudadanos «apuntala a Rajoy». El PSOE, por su parte, afirma que el culpable de la investidura de Rajoy es Podemos, que «ha volado todos los puentes entre la izquierda española y le ha abierto la puerta al PP», y que «apretó dos veces el botón del no a un gobierno progresista», «reventando la alternativa de cambio», haciendo alarde de «postureo político». Para los socialistas partidarios de la abstención –palabra tabú en estos tiempos– la actitud de Pedro Sánchez y de sus partidarios (pactar con Podemos e independentistas) era un «atajo o truco» para echar al PP del gobierno, «sueños que se estrellan contra las matemáticas» parlamentarias.

Para el PP la abstención es «desbloqueo», «empezar a caminar», «respetar las urnas», porque, además, «solo colocar las urnas (para unas terceras elecciones) cuesta 130 millones».

Han trascendido, como se sabe, a la opinión pública algunas divergencias, en Podemos, entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Para el propio partido político, se trataba, simplemente, de «debates estratégicos»: «Es normal que una fuerza política tenga debates estratégicos». Para el PSOE, en cambio, se trata de un «debate estructural sobre qué quiere ser de mayor» el partido Podemos.

También florecieron abundantes metáforas en torno a la profunda crisis interna del PSOE, que se destapó abiertamente el día 1 de octubre. El propio presidente de la Gestora que se hizo cargo del partido, Javier Fernández, lanzó esta doble metáfora del campo de la arquitectura: «El edificio político del PSOE está muy dañado, pero conservamos el solar». No se quedaron cortos, en punto a imágenes literarias, otros líderes, que se expresaron en términos de «coser», «tender puentes», «reconstruir» el partido, «recomponerlo», «cohesionar, no inflamar», vivir la «fraternidad», «encauzar» el debate, «barajar» posiciones, etcétera. Desde fuera del PSOE, uno de los líderes del PP llegó a sentenciar, con un claro ejercicio de intertextualidad que habrá escapado a los más maduros: «Cuando un partido democrático se quema, algo nuestro se quema» (Feijóo).

Son diferentes maneras de enmarcar o encuadrar un determinado hecho. Maneras de enmarcar que implican, como se habrá podido ver, diversas valoraciones de los hechos y que apuntan a diferentes salidas a los problemas.

Como consumidores pasivos, que no impasibles, de discurso político, conviene hacer, de vez en cuando, un sano ejercicio reflexivo acerca de lo que dicen y lo que quieren decir los protagonistas de la cosa pública. O sea, que ojo con las metáforas, que las carga el diablo.

Manuel Casado Velarde, Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Navarra.

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