Disonancia cognitiva y confort moral en el PSOE

Soy de los pesimistas-realistas que siempre creyó que el dialogo con independentistas, terroristas o contumaces comunistas era inútil. Después de lo de Alsasua considero que también es inútil dialogar con el PSOE: ha dejado de ser un partido socialdemócrata. A la par de Podemos, el PSOE ya solo es una secta populista. Del aval a feminazis e independentistas, al cobijo que suministra al guerracivilismo revanchista, pasando por una ausencia casi total de amor a España y a sus tradiciones más asentadas, no hay prácticamente nada en el PSOE que a día de hoy recuerde al partido que, para bien, cambió España en los primeros años de la gubernatura de Felipe González. La alianza del PSOE con Podemos, el independentismo y el feminazismo son palabras mayores. Se trata de dinámicas políticas dictatoriales, próximas a la tiranía, en las que el fin justifica los medios, invocadoras de textos sagrados transitados de popa a proa por fanáticas supercherías.

Con estos antecedentes, no es disculpable que el PSOE no atine a discernir qué está sucediendo. Menos disculpable es que, para seguir gobernando, persista en justificar alianzas estables con populistas, comunistas e independentistas. Pero, sobre todo, es incuestionablemente revelador de un disfuncionamiento sicológico –conocido como disonancia cognitiva, típica de las sectas, esto es, de los sectarios– que el PSOE se haya radicalizado tanto en los últimos años sin que se les caiga la cara de vergüenza a los militantes por ir de ganchete en tan solvente compañía. Y no se les cae, no, porque el odio al centro-derecha justifica todo.

La disonancia cognitiva –sustrato de una de las teorías más importantes de la sicología social del siglo XX– apunta al desencadenamiento de mecanismos síquicos para acomodar la contradicción entre las convicciones y lo que uno observa o práctica. Dorothy Martin, líder de la secta de los Seekers, radicada en Chicago, profetizó el fin del mundo para la noche del 21 de diciembre de 1954. No obstante, gracias a las privilegiadas relaciones que Martin decía mantener con los extraterrestres, los miembros de la secta se salvarían: un platillo volante vendría a rescatarlos. Innecesario precisar el resto. ¿De qué manera la patraña afectó creencias y convicciones de la mayoría de Seekers? Paradójicamente, reforzándolas en los sectarios que se habían implicado más a fondo. No muy distinta para todos los efectos es la actitud de los socialistas que, por puro oportunismo, propugnan el diálogo con los independentistas (recuérdese además los puentes tendidos perpetuamente a ETA) si bien que al constatar las contradicciones en que incurren se cargan de razón para evacuar el malestar que resienten ante la testarudez de hechos que los dejan en ridículo (como negar que Sánchez hubiese endosado rebelión a los independentistas catalanes).

En este contexto, qué puede decir cualquier observador, lucido y objetivo, ante las palabras del portavoz del PSOE en el Senado, Ander Gil: «Es una grave irresponsabilidad que las tres derechas vayan de la mano a Alsasua a avivar los conflictos y no a fomentar la convivencia». Difícil no diagnosticar que con elementos así el PSOE se ha convertido en una secta tan oportunista como extremosa. Leon Festinger se inspiró de los Seekers para ilustrar la teoría de la disonancia cognitiva. Según Festinger, la disonancia cognitiva designa el malestar resentido –en el caso que nos interesa, una especie de bochorno, mala conciencia o vergüenza difusa– cuando las convicciones o valores entran en contradicción manifiesta con los hechos observados o la forma de vida. El malestar que provoca la disonancia cognitiva lleva a buscar el confort síquico o moral mediante compensaciones, consistentes en añadir inconscientemente nuevos elementos en aras de reforzar las desestabilizadas convicciones, dotándolas de coherencia ciega pero eficaz en cuanto a la eliminación de la disonancia. Sea minimizando la importancia de los elementos disonantes («lo de Alsasua no fue una agresión política terrorista sino una reyerta entre borrachos») o mediante sesgos de confirmación aplicados a elementos simbólicos que por insustanciales que sean robustecen una visión del mundo que atenúa el coste emocional provocado por la disonancia cognitiva («todo va mejor en Cataluña desde que el PSOE gobierna abierto al diálogo»). Forma de irracionalidad que, por otra parte, no es intrínseca a las sectas sino común, en mayor o menor grado, a todos los seres humanos. La diferencia reside en que sectas y grupúsculos hipertrofian la irracionalidad con el uso y abusos de sesgos de confirmación.

Prueba flagrante de lo que precede es que, para no sufrir la disonancia cognitiva, de los viejos socialistas de bien que conozco el ochenta por ciento ya no vota PSOE. En las generales creo que no lo vota ni Guerra.

Juan José R. Calaza, economista.

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