Disparos feministas

En el Museo de Bellas Artes de Bilbao se exhibe, hasta el próximo día 9 de septiembre, la exposición titulada 'Kiss Kiss Bang Bang. 45 años de arte y feminismo'.

Las reivindicaciones iniciales de la llamada 'segunda ola del feminismo', que surge en Europa y Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, han conducido a la historiografía feminista a realizar durante los últimos años una impresionante labor de visibilización de las mujeres en todos lo ámbitos de la vida social pero, sobre todo, de denuncia del androcentrismo existente en todas las disciplinas, obligando en muchos casos a reescribir la historia. Pero no hay que olvidar que desde el Siglo XVIII ha habido mujeres que han denunciado la discriminación de que han sido objeto, ya fuera en el ámbito de las ciencias, de las artes o de cualquier otra disciplina.

Mucha gente considera '¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?' (Linda Nochlin, 1971) como el texto fundacional de la crítica feminista de arte, pero Linda Nochlin apenas apuntaba nada nuevo sobre la participación de las mujeres en el ámbito público. En 1928, Virginia Woolf había dicho que Judith (una hipotética hermana de Shakespeare), teniendo la misma capacidad intelectual y las mismas dotes que su hermano, jamás habría llegado donde llegó William, y explicaba por qué.

Es posible que ese artículo haya supuesto un antes y un después en el análisis del arte realizado por mujeres, porque desde esa década se han publicado en Europa y Estados Unidos numerosos ensayos sobre el tema. Cito a continuación algunos publicados en castellano: 'Frida Kahlo. Mujer, ideología y arte', de Eli Bartra; 'Mujer, arte y sociedad', de Whitney Chadwick; 'La carrera de obstáculos. Vida y obra de las pintoras antes de 1950', de Germaine Greer; 'Mujeres artistas de los siglos XX y XXI', de Uta Grosenick; 'Arte y feminismo', de Helena Reckitt y Peggy Phelan; 'Estética feminista', de Gisela Ecker (ed.); 'Amazonas con pincel', de Victoria Combalía, y 'Las olvidadas', de Ángeles Caso. Esas y otras obras confirman que la relación de las mujeres con el arte está hoy bastante documentada.

También es evidente, y esta exposición así lo confirma, que el discurso feminista ha impregnado el arte realizado por mujeres (sería interesante analizar si ese discurso también ha influido en el arte realizado por algunos varones). Pero lo que aún resulta problemático es definir el arte feminista. Según Eli Bartra, «el arte feminista es una creación con un contenido político distinto a otros, y que se enfrenta, por ello, con los valores de la ideología dominante». Bartra defiende que hay un arte feminista involuntario (o inconsciente) y otro voluntario (o consciente). El primero de ellos lo define como «aquél que de una manera u otra expresa la situación de opresión de las mujeres. Puede no impugnarla directamente, pero el hecho de expresarla sin reivindicarla o mistificarla es importante para conocer la realidad». El otro, en cambio, «representa una impugnación voluntaria de la realidad».

Está claro que en esta exposición hay una voluntad explícita de denunciar la situación de opresión de las mujeres. A pesar de ello, me surge una duda: ¿Es suficiente esa voluntad para calificar su arte como feminista? Pero hay otro aspecto de la muestra que me interesa destacar. El discurso que subyace en las obras expuestas está vinculado directamente con las tesis del 'feminismo cultural', variante estadounidense de lo que por nuestros lares se llama feminismo de la diferencia. El feminismo cultural tiene como objetivo revalorizar los roles o actitudes típicamente femeninas que han desarrollado las mujeres históricamente y que se han utilizado para discriminarlas; eso sí, propone hacerlo desde una visión femenina. Alice Echols define así el feminismo cultural: «Esa tendencia iguala la liberación de la mujer con el desarrollo y el mantenimiento de una contracultura femenina». Por otra parte, afirma que las feministas culturales, al poner énfasis en la construcción de un espacio de libertad feminista y una cultura centrada en la mujer, muestran un cierto esencialismo. Comparto sus tesis, así como esta definición de Linda Alcoff: «El feminismo cultural se sustenta en la creencia de que existe una naturaleza o esencia femenina (...). Para las feministas culturales el enemigo de las mujeres no es únicamente el sistema social, las instituciones económicas o una serie de convicciones desfasadas, sino la masculinidad en sí misma y, en ciertos casos, lo que es masculino desde un punto de vista biológico». De ahí que en muchos casos la biología de las mujeres (vagina, menstruación, etcétera) adquiera en esta exposición carácter predominante.

El feminismo de la igualdad (que hunde sus raíces en las tesis igualitaristas de la Ilustración) afirma que las diferencias biológicas no son fundamentales en la construcción de la masculinidad y la feminidad, ni justifican la discriminación que sufren las mujeres. El sexo es biología, pero el análisis de la opresión de las mujeres debe hacerse a partir del género, es decir, de la construcción social que ha llevado a hombres y mujeres a desarrollar distintos valores, capacidades y roles. El feminismo de la igualdad insiste en que las capacidades (intelectuales, afectivas y de todo tipo) de hombres y mujeres son iguales, y asegura que, si se han desarrollado de forma distinta, ha sido debido al sistema patriarcal (o sistema sexo-género). Cuando se habla de igualdad, por tanto, se habla del igual acceso de mujeres y hombres a todos los ámbitos de la vida social, cultural y política, y de igual responsabilidad en el ámbito privado, no de homogeneizar a hombres y mujeres, como afirman las feministas de la diferencia.

Hay, por tanto, un abismo entre el feminismo de la igualdad y el de la diferencia. Yo diría que son irreconciliables, porque, mientras el de la igualdad defiende unos valores que hay que universalizar, el de la diferencia hace hincapié en la biología. Así las cosas, resulta chocante y desconcertante la mezcla de textos de feministas que defienden la igualdad (Simone de Beauvoir, Celia Amorós, Amelia Valcárcel, entre otras) con textos de feministas que abogan por la diferencia (Valerie Solanas, Adrienne Rich, Luce Irigaray...), pero también confunde que los discursos del feminismo de la igualdad sirvan de apoyatura a obras creadas bajo el manto teórico del feminismo cultural. Es cierto que esa confusión existe actualmente en la sociedad, pero no se comprende que responsables de una exposición de estas características no tengan claros esos conceptos.

Probablemente todo lo expuesto aquí sea arte, y seguramente todas las artistas que han participado son feministas, pero sigue sin quedarme claro que ésta sea una exposición de 'arte feminista', como decía el comisario. Creo que el camino iniciado por la historiografía feminista hace más de treinta años tiene todavía un largo recorrido por hacer. Hay que seguir trabajando en la visibilización de más mujeres artistas (no olvidemos que estamos hablando fundamentalmente de Europa y Estados Unidos) y hay que analizar exhaustivamente todo el arte realizado por hombres y mujeres desde una perspectiva no androcéntrica. Pero, desgraciadamente, esta exposición no ayuda a ello.

Begoña Muruaga