Distinguir entre las víctimas

Las conmemoraciones de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial y de la liberación de los nazis, que se celebran en Holanda invariablemente una detrás de otra los días 4 y 5 de mayo, este año se han visto enturbiadas. Una iniciativa quería hacer coincidir las ceremonias en el centro de Ámsterdam con un homenaje a los refugiados muertos. Dado que estaba previsto que la vigilia se celebrase en el recorrido por el que pasaría la tradicional “marcha silenciosa”, el alcalde de la ciudad desplazó la manifestación a favor de los emigrantes a un lugar apartado. En vista de lo sucedido, la organización CIDI (Centro de Información y Documentación en Israel) no quiso seguir adelante y suspendió todos los actos. Rikko Voorberg, uno de los organizadores, declaró que llevan tanto tiempo recibiendo insultos que ahora tienen miedo de sufrir agresiones físicas.

La cuestión de fondo sigue sin resolver. ¿La conmemoración de los muertos del presente debe formar parte del homenaje en memoria de los judíos, los gitanos y los luchadores de la resistencia asesinados? Desde hace décadas, cada 4 de mayo, la Casa Real, los supervivientes y diversos grupos judíos de toda la población les dedican expresamente un solemne homenaje en la plaza más importante de Ámsterdam con coronas, himnos, coros, la lectura de un poema y el discurso de un escritor célebre. La organización a favor de los refugiados quería aprovechar la atención de los medios de comunicación a las ocho de la tarde, cuando todo el país guarda dos minutos de silencio. También los emigrantes que cruzan en barco el Mediterráneo “mueren en su camino hacia la libertad”, argumentaban. Conmemorar la Segunda Guerra Mundial supone asumir también la responsabilidad por los refugiados.

En Holanda ha habido voces contrarias que han manifestado que confundir ambas conmemoraciones acaba por desvalorizar a ambas. Ahora que la memoria directa de los crímenes anteriores a 1945 está desapareciendo con las últimas víctimas (y los últimos criminales), no se deberían mezclar de manera arbitraria con todas las injusticias y todo el dolor del mundo. Además, no es lo mismo deportar a ciudadanos judíos de Holanda a Auschwitz para llevarlos a la cámara de gas que cruzar el Mediterráneo atraídos por el cebo de los traficantes de personas.

Las organizaciones a favor de los refugiados —no solo las holandesas— se niegan precisamente a seguir distinguiendo los delitos por tiempo, lugar y forma. Desde su punto de vista, los refugiados son los nuevos judíos, amenazados como ellos de muerte en masa. Es una manera de verlo, pero entonces habría que incluir a todos los que sufren en el mundo en el mismo sentimiento de compasión humana. En ese caso, este abarcaría tanto a las víctimas de las guerras de la droga en Centro y Sudamérica como a los que padecen el suplicio de los campos de trabajo de Corea del Norte, a los toxicómanos ejecutados en Irán, a los “blasfemos” ahorcados en Arabia Saudí, a los niños que mueren de hambre en Sudán del Sur y así sucesivamente.

El alcalde de Ámsterdam, Eberhard van der Laan, ha tenido el buen criterio de separar el recuerdo a la víctimas del nazismo del recuerdo a los emigrantes clandestinos. De lo contrario, las diferencias fundamentales quedarían desdibujadas. Ninguna de las víctimas trasladadas por la fuerza a un campo de exterminio antes de 1945 tenía la menor posibilidad de sobrevivir. Hoy en día ocurre lo contrario: la gran mayoría de los emigrantes que se embarcan son rescatados, y el Estado democrático del bienestar les concede derechos y les presta ayuda. A esto hay que añadir algo quizá aún más importante: quienes en el pasado ayudaban a los judíos se arriesgaban a ser ejecutados. ¿Acaso los que hoy prestan ayuda no se dan cuenta de que se están arrogando la falsa condición de héroes al ignorar las diferencias entre su cómoda existencia y el coraje de los miembros de la resistencia? El presidente austríaco Alexander van der Bellen cayó hace poco en la misma trampa mental al equiparar el hecho de llevar el pañuelo islámico con el de lucir la estrella judía. Esta clase de comparaciones, simple y llanamente, carecen de sentido.

Frente a esta turbina moral cada vez más extendida es importante distinguir cuidadosamente las historias de las víctimas. No todas las muertes y los asesinatos se pueden explicar, llorar ni relatar igual, metiéndolos en el mismo saco. Desde luego, no cuando se trata del Holocausto. El conflicto de Ámsterdam pone de manifiesto que, si todas las conmemoraciones son iguales, todas las causas también lo son.

Dirk Schümer es corresponsal de Die Welt.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *