Divisas en guerra

Quienes más ajetreados habrán estado con la reunión del denominado G-20 en Seúl son los policías coreanos. Ya es tradicional. Cuando los grandes y poderosos de este mundo se reúnen atraen, como un pastel a los niños, a todos quienes están en desacuerdo con el actual sistema económico y la distribución mundial de la riqueza que comporta. A veces sus protestas exceden de los límites que permite el orden público, por lo que los guardianes de la seguridad suelen emplear métodos contundentes para dispersar sus manifestaciones y poner sordina a sus exclamaciones. La policía surcoreana es muy expeditiva y los medios de comunicación han recogido algunas imágenes de choques no precisamente versallescos entre ella y los denominados alternativos.

Son tres los problemas que preocupan, y han pretendido resolver en una reunión de dos días, a los 20 grandes de este mundo. Me detendré en el primero de ellos, el de la denominada guerra de divisas, que, de no apaciguarse, puede llevarnos a un rebrote proteccionista y a un descenso en los intercambios internacionales, con las consecuencias negativas bien conocidas en la actividad económica.

Desde hace tiempo se acusa a China de mantener artificialmente baja la cotización de su moneda, el yuan o renminbi, frente al dólar, lo que favorece a sus exportaciones y explica el fuerte superávit de su balanza comercial. Expertos estiman que la sobrevaluación se acerca nada menos que al 20%. Al no surtir efecto las presiones de Estados Unidos sobre Pekín, el Congreso norteamericano contempla la posibilidad de imponer un fuerte arancel a la entrada de productos de origen chino en el país. El riesgo de la medida es una subida del IPC estadounidense, habida cuenta de la dependencia que muchas empresas yanquis tienen de suministradores chinos. La divulgación de las cifras del mes de octubre, que muestran un crecimiento del 23% de las exportaciones del país asiático respecto del mismo mes del año anterior, no habrá hecho sino añadir leña al fuego.

Un nuevo frente está abierto. Los denominados países emergentes, encabezados por Brasil y Turquía, consideran lesiva para sus intereses la política norteamericana que frena toda subida del dólar respecto de sus respectivas monedas y justifica, en su opinión, la erección de barreras protectoras, esta vez a la entrada de capitales a corto plazo atraídos por las buenas perspectivas de sus economías y los elevados tipos de interés que pueden conseguir en comparación con los que privan en sus países de origen. Recientemente, la decisión de la Reserva Federal norteamericana de inyectar 600.000 millones de dólares en la economía para favorecer su actividad y, simultáneamente, mantener en mínimos los tipos de interés ha exacerbado las protestas y el tono de las voces que exigen contramedidas más vigorosas.

Ante este preocupante panorama se oyeron algunas propuestas. La que más decibelios consiguió antes de Seúl fue la avanzada por Timothy Geithner, el secretario del Tesoro norteamericano, cuya influencia no es preciso glosar. Consistiría en imponer un límite máximo al saldo, positivo o negativo, de la balanza exterior por cuenta corriente de todo país. En concreto sería el 4% de su PIB. Quien alcanzara ese límite estaría obligado a reabsorber el superávit o el déficit. En el primer caso -saldo positivo- debería tomar medidas para estimular el consumo interior y así reducir las exportaciones. Y viceversa. De ser negativo, sería el ahorro lo que debería estimularse para limitar el consumo interior y así dar impulso a las exportaciones.

La propuesta estuvo encima de la mesa en torno a la que se sentaron los 20 países reunidos en Seúl. La primera crítica oída a la propuesta hacía referencia al importe del límite. Tomemos el caso de Francia. El 4% de su PIB es de 80.000 millones de euros. Su actual déficit por cuenta corriente es de 50.000 millones de euros y ya cunde la preocupación entre los responsables políticos del país vecino, que lo consideran insoportable. Habría que rebajar sustancialmente el límite. Pero, como siempre, la dificultad de la medida reside en el diseño del mecanismo que debería denunciar las transgresiones de la norma y penalizar a quienes no actuasen diligentemente para corregir las desviaciones. Es un problema de gobernanza que, como sabemos, afecta a todo el orden económico, y político, mundial. De todas maneras, era dudoso que la propuesta, retocado o no el límite, prosperara. Más bien, su aplicación será tan descafeinada que seguiremos con la espada de Damocles del rebrote proteccionista sobre nuestras cabezas.

Lo único seguro es que los agentes del orden surcoreanos estarán muy contentos al haber podido retornar a su horario normal de trabajo tras unos días cargados de horas extraordinarias. Habrán suspirado satisfechos al ver embarcar en sus aviones privados o por las puertas de vips a los poderosos, y a los alternativos en las latas de sardinas que suelen ser las aeronaves de las líneas low cost. Y Seúl habrá recobrado la normalidad.

A. Serra Ramoneda, presidente de Tribuna Barcelona