División cronificada

En la capilla de la Universidad de Harvard se recuerdan los nombres de sus alumnos muertos en la guerra «para mantener la unidad de la nación», que así llaman a la atroz guerra civil americana. Al final pudieron decir United we stand (Unidos seguimos), pero al precio de centenares de miles de muertos. En Catalunya, después unas pacíficas elecciones celebradas en circunstancias excepcionales y con un récord de participación, tenemos que decir que seguimos divididos («divided we stand»). Cada vez más divididos en dos mitades que han endurecido su confrontación y sus agravios. Las heridas en la dignidad de cada una se han cronificado en el cuerpo social y serán difíciles de cerrar porque reflejan dos relatos antagónicos.

El aumento de la participación no ha resuelto el empate. Con cerca del 82%, los cuatro o cinco puntos adicionales no han cambiado que el independentismo consiga el 47,4%, prácticamente el mismo porcentaje que en el 2015. Lo que demuestra que no existían mayorías silenciosas, pero que siguen sin existir mayorías para la ruptura. A pesar de todo lo ocurrido, desde hace tres años hay dos millones de personas que apoyan a fuerzas políticas que tienen como objetivo irrenunciable la independencia, y no parecen importarles sus ya evidentes dificultades políticas y económicas. Pero también es significativo que el partido modal, el más votado, sea un partido claramente opuesto a ella. Y si después de la fallida independencia de fin de semana surgieron dudas sobre si se había actuado sin la mayoría social necesaria, el resultado ratifica que sigue sin haberla.

El independentismo vuelve a tener la mayoría parlamentaria para formar gobierno, con la ventaja de que la CUP tiene menor capacidad de condicionarlo. Pero desde 1999 esa mayoría parlamentaria es el resultado de la prima que el sistema electoral da a las zonas menos pobladas, no de una mayoría social en votos. La división territorial del país es evidente.  Junts per Catalunya obtiene el 40% del voto en las zonas menos pobladas y solo el 20% en el Barcelonès, mientras que Ciudadanos gana en las 10 ciudades con mayor población de Catalunya.

Este espectacular resultado no le permitirá a C’s gobernar porque en un sistema parlamentario gana las elecciones el que consigue los apoyos parlamentarios suficientes para su investidura. Puigdemont, fuerte en su triple victoria frente al 155, frente a ERC y a su propio partido, puede hacerlo. Pero no deja de ser cierto que ha obtenido menos votos y escaños que Arrimadas, y por ello ninguno puede cantar que ha conseguido plenamente la victoria.

El independentismo ha resistido a pesar de que se han podido constatar las falacias de su relato (una independencia sin costes económicos, aceptada por la UE e internacionalmente reconocida). La fidelidad de sus votantes se debe al efecto rebote contra la represión, la intervención del 155, el poderoso argumento de la reposición del Govern legítimo y las actuaciones judiciales. Pero el independentismo unilateral ha despertado un sentimiento de rechazo en muchos otros catalanes y consolidado un amplio espacio identitario antagónico que hasta ahora no se había expresado, contenido por elementos de transversalidad política .

Ciudadanos ha representado el sentir de muchos catalanes que se han considerado menospreciados. ¿Y cómo no iba a ser así cuando se les ha dicho por las más altas autoridades del Parlament y del Govern que los que no votaban independencia no eran catalanes, o que si los independentistas no ganaban sería un problema para la dignidad de Catalunya? De forma expresa y explícita se les ha expulsado del cuerpo social y su voto ha sido un voto de enérgica protesta. ¿Se atreverá la señora Forcadell a volver a decir que 1,1 millones de votantes de Ciudadanos no son catalanes?

Esta extrema polarización explica el pobre resultado del PSC, igual que la ambigüedad les ha pasado factura a los comuns, que pasan a la irrelevancia después de haber pretendido ser los árbitros. La estrategia del PSC de atraer al nacionalista moderado, sin aumentar los recelos de los que en el 2015 desertaron para engrosar el voto de Ciudadanos, no era una operación sin riesgo. Los resultados lo demuestran, ni siquiera la mayor participación permite al PSC obtener los votos que tuvo en el 2015 sumados a los de la extinta Unió.

Y, sin embargo, hay que hacer todo lo posible para evitar que esta división enraice definitivamente en los espíritus y haga imposible la convivencia. Es una receta segura para la frustración y la recesión económica. No es imposible evitarlo. En Quebec lo consiguieron, pero les costó 20 años y han pagado un coste muy alto. Esperemos que a nosotros no nos cueste tanto.

Josep Borrell, expresidente del Parlamento Europeo.

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