Domesticar el Salvaje Oeste de la innovación digital de la salud

Domesticar el Salvaje Oeste de la innovación digital de la salud

La tecnología digital está revolucionando nuestras vidas cotidianas. Dispositivos móviles monitorean nuestros movimientos, algoritmos de mercadeo orientan nuestro consumo y las redes sociales dan forma a nuestras visiones de mundo y opiniones políticas. Si bien esas innovaciones tienen sus ventajas, también conllevan importantes riesgos, como el potencial de ampliar las inequidades al interior de nuestras sociedades, una perspectiva particularmente preocupante en el tema de la salud mundial.

No es fácil sostener y ampliar la escala de las innovaciones de salud digitales. De las más de 600 iniciativas de salud móvil surgidas en las últimas décadas, muy pocas lograron producirse a escala, e incluso menos pudieron sostenerse. En todo caso, algunas iniciativas digitales de alto perfil –como MomConnect en Sudáfrica y Mobile Academy, TeCHO+ y ANMOL en India- pasaron, al menos parcialmente, de tener financiación de donantes a una estatal. Este cambio es parte de la ola actual de entusiasmo por el potencial de las nuevas tecnologías de mejorar los sistemas de salud y, a su vez, la salud misma. Refleja oportunidades clave de dar forma al sector de la salud digital de maneras que acaben por beneficiar a la sociedad entera.

Ya se están dando pasos para que las tecnologías digitales vinculadas a la salud se conviertan en una fuerza que marque la diferencia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció hace poco la creación de un Departamento de Salud Digital, junto con directrices sobre intervenciones de salud digital.

Más aún, algunas iniciativas que ya se han lanzado prometen bastante. Por ejemplo, los gobiernos de Ghana, Sudáfrica y Tanzania, entre otros, están aprovechando el casi omnipresente acceso a telefonía móvil para complementar las interacciones limitadas con profesionales de la sanidad con el envío de información de salud importante para los beneficiarios.

Las iniciativas centradas en equipar a los proveedores de salud con herramientas digitales –por ejemplo, en la India- permiten eliminar los farragosos registros en papel y mejorar el contenido clínico de la prestación del servicio (con algoritmos de respaldo a las decisiones, vídeos y otros materiales de apoyo a las interacciones entre paciente y proveedor). También se está en gestiones para usar la tecnología de cadena de bloques para dar seguimiento a los flujos de financiación y facilitar el pago oportuno de los trabajadores sanitarios de primera línea.

Sin embargo, no hay garantías de que las innovaciones digitales en salud traigan beneficios para todos. Por eso, antes de dar el vamos a cualquier nueva herramienta digital, resulta crucial ponderar a quién llegará, las motivaciones de los distintos involucrados en su desarrollo y despliegue, y las implicancias y costes de oportunidad para los usuarios y los sistemas de salud.

Comencemos por el alcance. Si un producto requiere un alto nivel de alfabetismo digital, puede que sea inaccesible para quienes ya carecen de acceso a la educación o la atención de salud, y acabaría por exacerbar y afianzar las desigualdades. Para optimizar el diseño, el alcance y la eficacia de los programas de salud digitales, primero es necesario alinear las capacidades de los usuarios y las exigencias tecnológicas. Estar abiertos a la innovación incluye un sentido de humildad sobre los límites de la tecnología y la urgente necesidad de reforzar los sistemas de salud de modo que lleguen a todos los miembros de la sociedad.

Luego está la pregunta de quién diseña y presta estos servicios, y quién es responsable de rendir cuentas por ellos. En el pasado, la innovación implicaba la colaboración entre gobiernos, donantes, ONGs y organizaciones de investigación. En la era digital, se han unido nuevos actores al proceso, como las operadoras de redes móviles y las compañías tecnológicas, cada uno con su propio lenguaje, agenda e incentivos. Sin mediación, esto puede llevar a una dinámica de poder distorsionada en que algunas iniciativas se vuelven “demasiado grandes como para fracasar” y los gobiernos tratan por todos los medios de ejercer una agotadora supervisión.

También es necesario considerar los efectos potenciales más amplios sobre los usuarios. Considérese el asunto de la privacidad de los datos. Los programas de salud digitales pueden implicar la recolección de enormes cantidades de datos personales. A medida que se reúnen, pasan por una serie de canales que los hacen cada vez más difícil de “des-identificar”. Esto puede originar importantes riesgos para la privacidad, agravados por la tentación de anonimizar y vender los datos de los pacientes. Si bien podría parecer una manera sencilla de generar más ingresos para sostener y ampliar los programas de atención de salud, la venta de datos privados va en sentido contrario a la construcción de confianzas en los sistemas de atención de salud.

Afortunadamente, algunos gobiernos reconocen esta realidad, y hay en camino iniciativas para mitigar los riesgos de violación de la privacidad de los datos. La Unión Europea ha sido líder en este respecto, con su Normativa de Protección General de Datos (GDPR), de reciente adopción. Varios países de bajos y medianos ingresos están siguiendo su ejemplo con sus propios estándares de privacidad de datos.

Pero regular las actividades ya existentes es solo el primer paso. Dada la imposibilidad de prever todas las maneras en que se podrían usar los datos en el futuro, se deben crear estructuras sólidas de gobernanza que promuevan la transparencia y la responsabilidad. De lo contrario, la innovación digital podría volverse rápidamente en un “Salvaje Oeste”, un ambiente sin ley en que la gente esté a merced del próximo innovador poderoso que llegue al pueblo.

El Sexto Simposio Global sobre Investigación de Sistemas de Salud, que se celebrará el año próximo, se centrará en el vínculo entre la administración gubernamental, la innovación y la rendición de cuentas. Solo mediante la evaluación lúcida de una nueva tecnología, que incluya quién responsable de ella y a qué grupos podría dejar atrás de ser implementada, podemos asegurarnos de que la revolución digital cumpla su promesa de mejorar la salud mundial.

Asha George is Chair of Health Systems Global and a professor at the School of Public Health, University of the Western Cape, South Africa. Amnesty LeFevre is an associate professor at the School of Public Health and Family Medicine at the University of Cape Town. Rajani Ved is Director of India’s National Health Systems Resource Center. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

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