Domingo de Ramos en Francia

Los aficionados a la política comparada vemos venir las elecciones presidenciales francesas como el buen aficionado al fútbol espera el Mundial: con muchas ganas. Sólo la elección presidencial norteamericana puede rivalizar con la francesa en interés y colorido. Y aun así, las elecciones en Francia tienen el atractivo adicional de la doble vuelta, que ofrece dos jornadas electorales de ambiente muy distinto.

¿Qué pasará en Francia este Domingo de Ramos, primera vuelta de las elecciones presidenciales? No lo sabemos, pero en todo caso será una gran jornada ciudadana, alegre y relativamente despreocupada, porque el derecho de sufragio se ejerce en la primera vuelta libérrimamente y sin el peso de la responsabilidad. En efecto, las decisiones graves y solemnes se toman en la segunda vuelta, dos semanas después, de modo que ahora se puede votar con la alegría con la que antes se estrenaba la ropa en Domingo de Ramos, tradición española que también existía en Francia.

Es verdad que, por primera vez en diez años, el electorado francés parece tener alguna razón para la tranquilidad. Se dirá que la coyuntura internacional no ayuda, pero al menos en el palacio del Elíseo hay un presidente que lidera un proyecto político exitoso y que tiene muchas posibilidades de ser reelegido. Hay que recordar que en 2012 el presidente gaullista Sarkozy llegó a las elecciones en horas muy bajas y fue derrotado por el socialista François Hollande. Y en 2017 el presidente Hollande vio el panorama tan sombrío que renunció a presentarse a la reelección, algo absolutamente inédito en los anales de la V República.

En aquel momento pareció que el sistema político francés se acercaba al mexicano, en cuanto que los presidentes devenían de hecho inelegibles. Fue entonces cuando irrumpió en escena, y lo diremos con palabras de un malogrado poeta catalán, un atleta con paso adolescente. Emmanuel Macron lo cambió todo, empezando por algo muy importante en cualquier democracia: el sistema de partidos. Para hacerse cargo del cambio que Macron ha traído consigo, basta ver dónde figuran en la encuesta del grupo Ipsos correspondiente al 5 de abril los candidatos de los dos grandes partidos que dominaron la V República durante más de cuarenta años, entre 1974 y 2017: el partido gaullista (hoy llamado ‘Los Republicanos’) y el partido socialista. La candidata gaullista, Valérie Pécresse, ocupa el quinto lugar con un 8% de la intención de voto; y la candidata socialista, Anne Hidalgo, alcaldesa de París y de origen gaditano, aparece en décimo lugar, con un 2%.

El primero de la encuesta es el propio presidente Macron (27%) y los tres puestos siguientes están ocupados por candidatos de partidos extremistas: dos de extrema derecha (Marine Le Pen, 20,5%, y Eric Zemmour, 10%) y uno de extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon (16,5%). Que el 47% de la intención de voto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas corresponda a partidos extremistas es algo verdaderamente catastrófico. Ciertamente, el electorado francés tiene una capacidad muy elevada para el descontento y además, ya lo hemos dicho, la primera vuelta es el momento para todos los desahogos y las desinhibiciones, y los electores pueden saltar a los trapecios más altos sabiendo que cuentan con la red de la segunda vuelta para retornar a la sensatez.

Con todo, el éxito de las opciones extremistas es preocupante. El caso de la extrema derecha es particularmente llamativo. Cuando en las elecciones presidenciales de 2002 el candidato del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, consiguió pasar a la segunda vuelta, el sobresalto francés y europeo fue mayúsculo. El semanario británico ‘The Economist’ dedicó la portada al entonces líder de la extrema derecha francesa con un titular significativo: ‘La vergüenza de Francia’. Veinte años después, el Frente Nacional, que ha cambiado de nombre y presenta como candidata a Marine Le Pen, la hija de Jean-Marie, parece haberse instalado en el escenario político francés. Tanto es así que el electorado de la primera vuelta, que es el Mr. Hyde de Francia y siempre anda buscando emociones fuertes, se ha buscado otro candidato de extrema derecha, Éric Zemmour, quien, con más que probable inspiración en la historia de España, ha llamado a su partido ‘Reconquista’. Por lo demás, Zemmour es un periodista metido a político, y no es el único representante de la profesión en la derecha populista europea, porque ahí están Boris Johnson y Matteo Salvini para hacerle compañía.

En la extrema izquierda, Jean-Luc Mélenchon, líder de la ‘Francia insumisa’, propone una profunda transformación constitucional, que daría lugar a un sistema parlamentario corregido por mecanismos de democracia directa al estilo californiano, con referéndums para la derogación de leyes y la revocación de cargos públicos. La VI República de Mélenchon no estaría en la OTAN y sería de un laicismo radical, con abolición incluso del régimen concordatario residual que hoy tienen los tres departamentos de Alsacia-Mosela.

Frente a unas franjas extremosas tan crecidas, el único baluarte es el proyecto centrista y europeísta de Macron y su partido, ‘La república en marcha’. Las opciones centristas en política son frágiles e inestables y la que encabezó el presidente Valéry Giscard d’Estaing hace ya casi medio siglo no pudo consolidarse. Pero aquella era otra época, con un partido gaullista en su plenitud y un partido socialista en ascenso. Hoy el partido de Macron tiene mayoría absoluta en la Asamblea nacional y carece de rivales de solvencia probada. Por supuesto, habrá que ver qué ocurre este Domingo de Ramos. Pero cuando Mr. Hyde se retire y entre en escena el Dr. Jekyll, algo atribulado pero cuerdo, es decir, cuando llegue el 24 de abril y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, es deseable y previsible que el inquilino del Elíseo siga siendo Emmanuel Macron, y ello para el bien de Francia, de sus igualmente atribulados vecinos transpirenaicos, y del conjunto de la Unión Europea.

Leopoldo Calvo-Sotelo es jurista.

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