Don de lenguas

En una tienda cercana a la Universidad de Princeton encontré uno de los más extraños inventos de la sociedad de consumo: un espray para hablar con acento irlandés. La propaganda dice que basta una aplicación para que la lengua pronuncie de otro modo, pero no especifica si es necesario saber inglés para que ocurra ese milagro digno de San Patricio.

¿Habrá muchos estadounidenses deseosos de cambiar de acento? «Una terrible belleza ha nacido», escribió W. B. Yates ante la independencia de Irlanda. ¿Podrá decirse lo mismo de un espray que altera la nacionalidad?

El inocente aerosol permite reflexionar sobre el atractivo de un acento levemente exótico. Lichtenberg observó que los errores del lenguaje nos molestan en los extraños, pero resultan encantadores en una hermosa extranjera. Hay errores que benefician.

En su obra de teatro Pygmalion, George Bernard Shaw confronta a un obsesivo profesor de fonética con una chica atractivamente inculta, incapaz de pronunciar «The rain in Spain falls mainly in the plain». Escena tras escena, la pedagogía se confunde con la seducción. Henry Higgings apuesta que puede hacer pasar a la florista Eliza Doolitle por una aristócrata. Pero el lenguaje no es un instrumento neutro: enseñarlo es un acto de conquista en la misma medida en que aprenderlo es un acto de liberación. Mientras más se domina un idioma, más opciones hay de complicarse la vida con él.

Generalmente, los acentos atractivos vienen de regiones pobres, pero pintorescas. Los que sufren pronuncian con más gracia. ¿Su entonación seductora se debe a la urgencia de superar la adversidad? ¿El dar-winismo produce acentos? Ciertas razas de perros solo sobreviven porque nos enternecen cuando son cachorros y soportamos su pésima conducta. De manera equivalente, los pueblos desamparados suelen hablar con la sugerente entonación de los que carecen de todo, pero son dueños del sol.

Irlanda imanta la imaginación norteamericana como una tierra de poetas, músicos, magos celtas, pelirrojas de peligro. El curioso espray que vi en la tienda no promueve ese folclore, pero es obvio que, si alguien se lo aplica, busca insuflarse otredad.

El oído parece tener su propia lógica. Las empresas de telemárketing suelen recurrir a acentos extranjeros para atraer clientes. A casi nadie le interesa que interrumpan su vida para venderle un plan de retiro o mariscos congelados. Sin embargo, si la molestia llega con agradable acento colombiano, se hacen excepciones.

Es posible que en el futuro los fabricantes del espray diversifiquen su oferta. No es lo mismo hablar como un irlandés que lleva demasiado tiempo en un pub que como un actor del teatro Abbey, un capitán de Ryanair o un flamígero sacerdote. Rebasado el ámbito de la lluviosa Irlanda, se podría pensar en esprays especializados en reproducir las líquidas eles catalanas, las atractivas supresiones andaluzas o la mullida doble ele argentina. ¿Llegará el momento en que podamos adquirir de un soplo un acento de hombre rico, pero culto y doctorado en Derecho?

Esta mixtificación tendría el efecto contrario a la Torre de Babel: diríamos lo mismo, pero en tono cautivador. Además, se podrían producir combinaciones a la carta. Por ejemplo, la voz de Miss Venezuela, pero en el tono rico en conocimientos de una bioquímica, con la amabilidad de quien dedica su tiempo libre a una oenegé y el temperamento de quien puede subir de tono para apoyar a un equipo de fútbol que por casualidad es el nuestro. ¿Será posible alcanzar la utopía de comunicación que no se base en el sentido, sino en la prosodia?

En la última entrega de los Oscar, El discurso del rey demostró que no hay efecto más especial que el idioma. La película trata de la importancia política de la pronunciación. El rey Jorge VI tiene un grave problema de Estado: es tartamudo. Para mantener la presencia de ánimo de Inglaterra en los albores de la segunda guerra mundial debe hablar con fluidez por la radio (nuevo medio de articulación de las conciencias). La trama de Pygmalion sobre la estratificación del habla se revierte: el rey necesita a un plebeyo que lo eduque.

Corresponde a la singularidad de un monarca hablar en el tono neutro de quien lo hace en nombre de todos. En cambio, el hombre común puede sonar atractivamente exótico con un espray adormecedor. Los fabricantes del acento irlandés instantáneo no parecen haber reparado en las consecuencias culturales de su invento.

Cuando alguien nos interesa, rara vez encontramos qué decirle. Si disponemos del timbre perfecto, poco importan nuestras vaguedades. Parafraseando a Roland Barthes, el «grano de la voz» se sobrepone al contenido.

En Hamlet, el rey es asesinado con un veneno en el oído. Una metáfora de las palabras: a veces intoxican por lo que dicen, a veces por el tono en que lo dicen.

Por Juan Villoro, escritor.

1 comentario


  1. "busca insuflarse otredad" dice....
    Mas bien parece que es un espray de broma. Es como si me compro un aerosol que pone "para hablar con acento andaluz". Me lo aplico y luego digo - "ozu, pue si que funsiona".

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