Don Juan: «El pueblo tiene derecho a exigir de la Monarquía ejemplaridad»

Recibo incontables mensajes de personas que me preguntan qué opinaría Don Juan, el hijo de Alfonso XIII, el padre de Juan Carlos I, sobre la crisis que zarandea hoy a la Monarquía española. No voy a especular sobre la cuestión, pero sí dar respuesta, lejos de cualquier oportunismo, reproduciendo lo que escribí en 1994, hace 26 años, en mi libro Don Juan, páginas 429 y 430. No modifico una coma de lo publicado entonces, acentuando en negrita algunas frases.

LO QUE DON JUAN OPINARÍA

Símbolo de la unidad y la continuidad nacionales –se lee en Don Juan–, poder histórico para intervenir solo en casos de crisis extrema, con capacidad para el arbitraje y la moderación, porque el Rey, a diferencia de otros jefes de Estado, no ha sido elegido por una parte de los votos sino por la Historia, el pueblo tiene derecho a exigir de la Monarquía, según explicaba Don Juan, ejemplaridad. Ejemplaridad concorde, claro es, con los usos y costumbres de cada época.

Por razones personales, aseguraba Don Juan, admirador de la Corona británica y preocupado siempre por sus avatares, el actual Príncipe de Gales no puede convertir a la Monarquía en un problema más, porque la Institución es una plataforma para que, sobre ella y con respeto a la continuidad histórica, se solucionen los problemas de la nación. Si la Monarquía se convierte en un problema, en lugar de ser una solución, no tiene razón de permanecer, ni siquiera en Inglaterra, porque habrá dejado de resultar útil y lo mejor entonces es sustituirla, por mucha magia que tenga.

Con motivo del matrimonio astillado de Carlos y Diana, empalidecidos los días de lujo y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia todavía sin cicatrizar, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada, las cenizas sexuales se derramaron sobre la Monarquía más firme del mundo, que sufrió alguna fisura. Don Juan confiaba en la serenidad de Isabel II para no desvincular la Corona del sentimiento popular. La televisión, que ha transformado la política del último tercio del siglo XX, condiciona también la imagen de la Monarquía. La Familia Real, lo mismo en Inglaterra que en España o Noruega, es o debe ser, en cierta manera, la familia de todos los ciudadanos. Las hilanderas de la Historia, cuando alborea el siglo XXI, no pueden tejer otros tapices que los de la voluntad popular. Porque el Rey está para el pueblo, no el pueblo para el Rey. «Que el reinar es tarea –escribió Quevedo– que los cetros piden más sudor que los arados, y sudor teñido de las venas; que la Corona es el peso molesto que fatiga los hombros del alma primero que las fuerzas del cuerpo; que los palacios para el príncipe ocioso son sepulcros de una vida muerta, y para el que atiende son patíbulos de una muerte viva; lo afirman las gloriosas memorias de aquellos esclarecidos príncipes que no mancharon sus recordaciones contando entre su edad coronada alguna hora sin trabajo».

Hasta aquí, lo que publiqué hace 26 años, resumiendo el pensamiento de Don Juan. El exiliado en Estoril y defensor de la Monarquía parlamentaria contra la dictadura de Franco así pensaba sobre la Corona, asesorado en primer lugar por el Consejo Privado que presidía José María Pemán, y que estuvo formado por 72 personas; asesorado también por su Secretariado Político, con José María de Areilza al frente, con 12 miembros. Solo yo quedo vivo entre los que formaron parte de ambos organismos.

LA SITUACIÓN DE DON JUAN CARLOS

Juan Carlos I ha encarnado uno de los cuatro grandes reinados de la Historia de España, junto a los de Carlos I, Felipe II y Carlos III. Restaurador en 1976-78 de la democracia, la libertad y los derechos humanos, renunció a todos los poderes para asumir lo que el pueblo español le encomendó en la Constitución de 1978: el arbitraje y la moderación entre instituciones, porque para garantizar la neutralidad en la jefatura del Estado son muchos los catedráticos en Derecho Constitucional que consideran, en aquellas naciones con dinastías históricas, que el no depender de ningún partido político es un factor positivo para el ejercicio de la jefatura del Estado en los sistemas parlamentarios. Suecia, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Inglaterra, Japón, Australia o Canadá son buenos ejemplos de la eficiencia y la modernidad del sistema monárquico. Por supuesto que yo prefiero la República suiza a la Monarquía de Kuwait. Pero prefiero también la Monarquía danesa a la República de Pinochet; la Monarquía belga a la República de Maduro. Y nadie puede negar que, entre los países políticamente más libres del mundo, socialmente más justos, económicamente más desarrollados, culturalmente más progresistas, se encuentra los encabezados por Monarquías democráticas y, entre ellos, España.

Por supuesto que no voy a sumarme a las incontables insidias y descalificaciones que se han volcado sobre Don Juan Carlos en los últimos tiempos, sobre todo desde que se enfrentó con el dictadorzuelo venezolano en la Cumbre Iberoamericana de Chile con aquel inolvidable «¿Por qué no te callas?». La seriedad política exige, tras reconocer los excepcionales servicios de Don Juan Carlos al pueblo español, aguardar a lo que decida la investigación judicial ya en marcha y, después, acatar su sentencia. Así lo haré yo, manteniendo en cualquier caso mi reconocimiento y mi afecto por Don Juan Carlos, al que he tratado personalmente desde la adolescencia. Con él se está cometiendo una grave injusticia al lincharle públicamente sin detenerse en la presunción de inocencia. Lo preocupante y perturbador es hacer referencias al Rey que trajo la democracia a España sin referirse a sus servicios al pueblo español, como si se aprobaran las insidias, los bulos y las medias verdades.

Conviene decir con toda claridad que la campaña contra Don Juan Carlos no solo va contra el Rey padre. Sustancialmente está dirigido contra el Rey Felipe VI. Se trata ahora, en fin, de cerrar filas en torno a ese admirable Monarca que es Felipe VI, ejemplo de responsabilidad, porque es necesario mantener, con las reformas que procedan, la Constitución que ha proporcionado a España cuatro décadas de libertad, prosperidad y reconocimiento internacional.

Luis María Anson, de la Real Academia Española.

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