Don Juan, Franco y el Valle de los caídos

Hacía siglos que me había olvidado de Franco. Del todo. Y eso que viví, me crié y me formé bajo su férula y hasta tuve que estudiar el personaje por si en la oposición a diplomático nos salía algo relacionado con su trayectoria o su pensamiento. Hube incluso de dirigirle una solicitud para contraer matrimonio por querer hacerlo con extranjera. Durante años han existido, en muchos servicios diplomáticos del mundo, abundantes rémoras para matrimoniar con extranjeros por temor de que sucumbas a presiones o chantajes de otra potencia maligna.

No me acordaba de él, pero ahora nuestro Gobierno, con denuedo, me lo ha puesto delante. Me ha apetecido volver a los libros de Preston, Payne, Benassar, Crozier, Michel del Castillo, Nourry…. que como extranjeros tenían el suficiente distanciamiento para juzgar al personaje. No encuentra uno tiempo ni tampoco, en realidad, excesivas ganas de adentrarse en detalle en el tema, aunque la biografía de Castillo se lea en un momento, y por ello me pareció una suerte asistir a la presentación del libro «Don Juan contra Franco» (Plaza-Janés) del que son autores dos concienzudos periodistas, Juan Fernández-Miranda y Jesús García Calero. Me despertó el hambre de conocer años claves de nuestra historia.

El plato me ha gustado; el libro es riguroso, de claro interés y, sobre todo, ameno. Basándose en documentos encontrados recientemente -informes que los servicios de inteligencia de la Falange preparaban para Franco sobre la oposición monárquica-, los dos autores tejen un relato muy convincente de los altibajos que experimentó la relación entre Juan de Borbón y el Generalísimo, culminando con la desgarradora decisión del hijo de Alfonso XIII de enviar a estudiar a España a su heredero junto a una persona que cada vez era más evidente que no dejaría el poder.

Entre los muchos dilemas que el Conde de Barcelona tuvo que enfrentar -con unos asesores, Aranda, Kindelán, Gil Robles, Sainz Rodríguez, divididos sobre infinidad de temas; las intenciones de permanencia de Franco; la abortada alianza con la izquierda moderada, etcétera- quizás el más delicado fue ese de mandar a un Juan Carlos de diez años a formarse en España. De un lado, sería funesto que el futuro pretendiente hablase español con acento portugués, con lo que ello implicaba; de otro, significaba colocarlo bajo la influencia absoluta de Franco. La llegada de Don Juan Carlos, casi silenciada por la prensa del régimen, produjo la desazón de muchos monárquicos.

En el libro brotan otras cuestiones interesantes: el regalo que la Guerra Fría significó para Franco -las naciones occidentales prefirieron olvidar su pecado original-, la pérdida de poder de la Falange, la destrucción de la creencia de que sólo la izquierda conspiró contra Franco, los monárquicos también lo hicieron, el papel inteligente y valiente del Duque de Alba después de su hábil Embajada en Londres, las desconfiadas negociaciones Gil Robles-Prieto… Los autores deducen que a la larga Don Juan acertó. El libro es muy legible.

La matraca oficial de estos meses sobre el Valle de los Caídos me ha empujado también a conocer la basílica. Un día, infructuosamente, la cola era de kilómetros; otro, con desahogo. Impresionan ciertamente las dimensiones y el paraje, al parecer elección del propio Franco. A la salida quise comprar en la tienda algún libro reciente y pequeño sobre el dictador. Me apetecía dilucidar varias incógnitas suscitadas hace años intermitentemente: ¿era un dictador tan cruel y tan de «mesa de camilla que merendaba chocolate con soconusco mientras firmaba sentencias de muerte»? ( Umbral), ¿había logrado él que los franceses nos devolvieran la Dama de Elche después de que estuviera décadas exilada en Francia?, ¿era un mediocre en todo, como dice Vilallonga?, ¿ había ascendido meteóricamente en el Ejército por méritos propios o por intrigas palaciegas?, ¿cuántos judíos salvó de verdad en la II Guerra Mundial?, cifra ésta que no pude nunca aclarar a pesar de haber hecho mi tesina sobre el tema en la Escuela Diplomática.

Sorpresa. No encontré libro que me iluminara, porque en la tienda del Valle de los Caídos no hay un solo libro que trate de Franco. Lo que, en ese lugar, es curioso. Un avance precoz quizá de las leyes de memoria histórica que según Payne son «siempre nocivas, nefastas y destructivas».

Los instructivos Fernández-Miranda y García Calero podrían tal vez con objetividad y éxito ocuparse de alguna de estas cuestiones. Lo malo es que el talante oficial actual lo considerará políticamente muy incorrecto, casi fascistoide.

Inocencio F. Arias fue embajador de España ante las Naciones Unidas.

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