Don Leopoldo se casa y don Felipe no se divorcia

Calvo-Sotelo contaba que, al poco de dejar el poder, asistió a una cena en la embajada estadounidense donde se homenajeaba al general Emilio Alonso Manglano. El embajador en el brindis, ¡qué pardillo!, lisonjeó al nuevo presidente: "Hay dos cosas por las que Felipe González podría entrar en la historia: haber metido a España en la OTAN y nombrado jefe del CESID (CNI) a Alonso Manglano".

Apurado el champagne, Calvo-Sotelo pidió la palabra y fue escueto: "Embajador, me alegra que me coloque en la historia porque fue mi Gobierno quien llevó a España a la OTAN y quien nombró a Alonso Manglano".

La tardía entrada de España en la OTAN obedecía a nuestra historia reciente. Franco no tenía quien le escribiera concluida la Segunda Guerra Mundial . Nos dejaron fuera de la ONU no porque España no fuera democrática, como discurseó ignorante y tendenciosamente Sánchez en la asamblea onusiana. La carta (constitución) de la ONU no menciona la democracia y las dictaduras florecían entre sus miembros; la execrable Unión Soviética fue fundadora de la organización. Para los vencedores de la guerra, Franco arrastraba un engorroso pecado original: había enviado a la División Azul a luchar junto a Alemania en el frente ruso. Esto era un baldón que los vencedores, especialmente la URSS, no estaban dispuestos a olvidar.

La lacra democrática sí que influyó para que en los años 40 nos vetaran del Plan Marshall y de la OTAN un pacto defensivo nacido para detener la voracidad de la URSS, hambre que le brota ahora a Putin.

El trasnochado matrimonio de España con la Alianza Atlántica se consumaría en 1982 con la UCD de Calvo-Sotelo, que había manifestado sin circunloquios en su toma de posesión su intención de desposarla. La boda fue agitada, polémica y con poco boato; la pretendida no era popular ni, para muchas fuerzas políticas, entre ellas el PSOE, virtuosa.

Avanzada la Transición, la cuestión de la OTAN, que no suscitaba apasionamiento de los españoles -una encuesta de 1978 mostraba una indiferencia aplastante sobre nuestra entrada, con más partidarios, curiosamente, que contrarios- se volvería divisoria y agria. En la primavera de 1982, cuando se consumaba nuestro ingreso, la situación había cambiado abruptamente. Calvo-Sotelo, que había dado un paso de trascendencia histórica flanqueado por el inteligente Pérez-Llorca, perdió la batalla de la imagen.

Fue tema de las elecciones de octubre del 82, que Felipe González ganaría arrolladoramente y en las que desparecería la UCD. El OTAN, de entrada no del PSOE caló en la gente. Una encuesta era reveladora: el 30% no se pronunciaba , el 13% estaba a favor y un 57% era contrario. ¿Qué había producido ese mudanza radical?

El PSOE, en año electoral, supo pulsar cuerdas adversas. El mensaje subliminal identificaba a la OTAN con el militarismo y, lo que es peor, la guerra. Parecía que España, abandonando nuestra bendita neutralidad, iba a ser más insegura, vulnerable. Felipe diría a Diario 16 que "en 1981 ningún país que no perteneciera a la OTAN entraría en ella", dio un mitin multitudinario en la Ciudad Universitaria y vimos a Solana, pecadillos de juventud, en la puerta de Exteriores arengando a los manifestantes: "¡OTAN no, bases fuera!".

Los medios de información se dividieron: Abc, La Vanguardia y el influyente Cambio 16 estaban a favor. Los extremos, El Alcázar y Mundo Obrero, en contra. Escorados un tanto en contra Interviú y El Periódico. El País parecía abrevar en esa misma agua: publicó una catarata de cartoons negativos de Máximo y editorializaba con afirmaciones pesimistas: "Se reducirá nuestro margen de maniobra internacional".

TVE, única existente entonces, causó estupor. Dio una imagen distante y aséptica, pero concluyó con un reportaje un pelín alucinante en el que el televidente obtenía la impresión de que la iniciativa de Calvo-Sotelo era muy peligrosa. Con secuencia final antológica: un orgía de misiles, llamas, hongos atómicos caían en diversas localidades mientras sonaba apocalípticamente el canto funerario Dies irae (parecía obra de un topo exaltado del PSOE o del PC).

Los debates en las Cámaras se desarrollaron en la no despreciable cantidad de 19 días y Calvo-Sotelo obtuvo la autorización: 186 favor y 146 en contra en el Congreso, 106-60 en el Senado.

Una vez en el poder, González tuvo que rebobinar y deshacer el entuerto. El primer aviso vino en 1983, cuando viajó a Alemania y manifestó que apoyaba el despliegue de los euromisiles americanos en Europa, desoyendo la opinión contraria de su ministro Morán. Baqueteado en Europa, donde debió oír especialmente en Alemania que no era muy consecuente solicitar la entrada en el Mercado Común y hacer ascos a la OTAN, y respetando su promesa, Felipe convocó el que sería un traumático referéndum (asistí a la entrevista de González con Schultz en Nueva York en la que expuso con convicción y firmeza su decisión).

La tarea era hercúlea: necesitaba desconvencer al votante de lo que lo había persuadido tres años antes: la señora OTAN poco fiable, casi tóxica, podía ser ahora una presentable y conveniente compañera. Nueva división en los media: sobre la conveniencia del referéndum (reprobado en Abc, Ya, La Vanguardia, Diario 16; un error para la Cadena Ser) y sobre el sentido del voto, (Abc quería la abstención; El País intentaba escabullirse aunque parecía decantarse levemente por el ; TVE, controlada ahora, se olvidó de su moralina antibloques y apoyó abusivamente el ).

El día del referéndum el nerviosismo del Gobierno era patente. A las tres se creía que se perdía. ¿Tendría que dimitir González? A las 17.30 horas Guerra telefoneó a Ordóñez: "Ahora se va ganando". La victoria del fue inequívoca y sorprendente: un 52,55% frente al 39,80%.

Todas las encuestas pifiaron clamorosamente: La Vanguardia, Diario 16, El País. Sólo acertó la revista Época. Hoy los sondeos son otánicos (el 83% de españoles está cómodo con la OTAN, Sánchez la ama). Moralejas: nada hay tan voluble como la opinión pública. Felipe fue valiente y creció como estadista. "¡Fue Leopoldo, estúpido!" (quien se ligó a la OTAN).

Inocencio F. Arias fue embajador de España.

1 comentario


  1. Arias tiene de Inocencio lo que González de pianista. Cómo se le nota la guasa almeriense.

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