Donald Trump, CEO de los EE.UU.

El presidente estadounidense es un personaje que no deja indiferente a nadie, y sobre el que se ha escrito mucho, pero como suele ocurrir en estos casos con bastante superficialidad. En los últimos años de mi estancia en Estados Unidos he tenido la oportunidad de participar personalmente en tres importantes eventos con Donald Trump. La primera vez fue con motivo de unas jornadas sobre energía. En esa ocasión, el presidente explicó sus razones para retirar a EE.UU. del Acuerdo de París sobre el clima. En noviembre de 2017 formé parte de la delegación de ejecutivos que le acompañaron en su histórica visita a China. En presencia del presidente Xi Jinping anunció su intención de resolver el problema de la desigualdad en la balanza comercial entre los dos países, ya que sabía, y así lo dijo, que el presidente chino no iba a hacer nada. A primeros de 2019, tuve la ocasión de participar en una reunión en la Casa Blanca junto con otros 10 líderes de empresas energéticas estadounidenses y conocer la opinión de Trump sobre política internacional y Europa.

Como en otros países occidentales, Donald Trump fue elegido presidente como consecuencia del hartazgo de la opinión pública de su clase política. En muchos lugares han surgido movimientos, de variado color político, alrededor de tres características: atacar a los políticos tradicionales por haberse alejado de los problemas de los ciudadanos, convirtiéndose en una «casta»; ofrecer soluciones sencillas a los problemas complejos que afectan a la sociedad y utilizar las redes sociales para propagar información no siempre veraz. Donal Trump es muy crítico con lo que él llama «Washington»; prometió hacer América grande de nuevo y gobierna usando Twitter. Podríamos decir que Trump es un populista, aunque no un populista más de los que pueblan la política, pero las razones por las que ganó las elecciones, y quizás podría ser relegido, no son las mismas que las que han aupado a otros.

No olvidemos que Trump es un empresario, lleno de éxitos y de fracasos, y por lo tanto una persona acostumbrada a dirigir sus propias empresas con un estilo que no es muy distinto al de otros líderes empresariales. Trump fue el CEO de sus propias empresas, por lo que estaba acostumbrado a decidir solo, sin ni siquiera tener un Consejo de Administración que le pudiera llevar la contraria.

Simplificando, podemos decir que los máximos ejecutivos de las empresas (CEOs) se sitúan entre estos dos extremos: aquellos que se colocan en la cúspide de su organización y desde allí comandan el grupo hacia el éxito, que siempre considerará como suyo, y aquellos que se colocan al servicio de la organización sacando lo mejor de ella para alcanzar juntos el éxito. Los primeros se mueven por intuiciones, toman decisiones de forma rápida e improvisada y su equipo está para hacer lo que le manden. Los segundos establecen una visión y con su equipo definen una estrategia, trazan un plan y lo ejecutan. No cabe duda dónde podemos ubicar la personalidad de Donald Trump.

Trump se expresa de forma coloquial, no es políticamente correcto, ni lo quiere ser; llama a sus interlocutores por su nombre, habla más que escucha y dice lo primero que se le viene a la cabeza. Se comporta como si Estados Unidos fuese su empresa, sin entender que el Senado y el Congreso norteamericanos son su Consejo de Administración. El presidente Trump nombró a algunos colaboradores muy buenos, como los secretarios Perry, Ross o Tillerson; pero ni los escuchaba ni les dejaba hacer.

El levantarse una mañana diciendo que quiere comprar Groenlandia, pedirle un favor personal a otro Jefe de Estado, tomar represalias contra quien él crea que no accede a sus peticiones o llevar una negociación al límite no son más que ejemplos de su forma de ejercer la presidencia como si fuese el CEO de su empresa. Pero si fuese su empresa sus decisiones podrían afectar a unas decenas de miles de personas, pero como presidente de los Estados Unidos sus decisiones afectan a millones de personas en todo el mundo.

En occidente tenemos un problema de liderazgo importante, no nos gustan ni los «antiguos» políticos ni los «nuevos». No sé cómo se resuelve el problema, pero sí sé que la sociedad debe ser consciente de él, y pensar, no una sino dos veces, en quién deposita su confianza.

He leído y escuchado varias veces que el presidente Trump está poniendo en riesgo la democracia norteamericana. Es cierto que el ambiente político en EE.UU. está muy enrarecido, pero la democracia estadounidense es muy sólida, sus instituciones funcionan y lo que es muy importante los fundamentos de su democracia no son puestos en cuestión por nadie, ni siquiera por Donald Trump. Por desgracia eso no ocurre en nuestra Europa.

Jose E. Gutiérrez Elso es expresidente y CEO de Westinghouse Electric Company.

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