Donald Trump contra la ONU

Donald Trump y Mariano Rajoy tienen algo en común: no soportan a la ONU. De forma vitriólica en el caso del magnate, de manera menos arraigada en el segundo. Corrían los inicios de 2003 y la mayoría del planeta se indignaba ante la inminencia de la orden de invadir Irak que el jefe supremo de la “nación indispensable” decretaría con la complicidad de los señores Blair y Aznar. Al mes siguiente, el señor Rajoy, vicepresidente del Gobierno, afirmaría: “Mire usted, que Irak tenía armas de destrucción masiva es un hecho casi objetivo. Tengo la convicción de que aparecerán” (27-04-03). Pero un mes antes, le embargó la imperiosa necesidad de dejar sentado su imprescriptible fervor multilateralista y proderecho internacional, para lo que no halló mejor aseveración que esta: “Si la ONU se muestra incapaz de que sus resoluciones se cumplan, es un órgano perfectamente suprimible” (17-02-03).

Existen más puntos de coincidencia entre ambos dirigentes. Por ejemplo, el cambio climático. El magnate —convencido de que se trata de una patraña de los chinos— dice que cancelará los pagos a Naciones Unidas y asegura que se gastan millones de dólares sin que se sepa quién y qué se hace con ellos. Como si el clima se pudiera compartimentar por Estados soberanos, hace gala de un ridículo nacionalismo climático y, ufano, proclama que “vamos a trabajar con nuestro propio ambiente”.

En octubre de 2007 Rajoy compartió el ridículo. Exhibió su escepticismo ambiental, al comunicar, impertérrito, que un primo suyo, catedrático en la capital andaluza, le había convencido: “Si nadie garantiza ni qué tiempo hará mañana en Sevilla, ¿cómo van a decir lo que va a pasar dentro de 300 años? Yo sé poco de este asunto, pero mi primo supongo sabrá”. Esperemos que hoy en día el señor Rajoy preste menos atención a tan sesudas opiniones familiares.

Ahora bien, la animadversión de Donald Trump hacia la ONU no tiene parangón. Es patente, creciente: “Las Naciones Unidas no son amigas de la democracia ni de la libertad. Tampoco de Estados Unidos y, desde luego, no de Israel” (21-03-16). No obstante, el magnate tiene posturas ambivalentes. En 2005, quiso intimar con Kofi Annan a propósito de la renovación del edificio onusiano y tras manifestar que ahorraría 1.000 millones, añadió: “Soy un gran admirador de la ONU y de lo que defiende” (testimonio ante el Comité del Senado para Asuntos de Seguridad Interna, Washington, 21-07-05).

Tal vez por no conseguir el contrato, el businessman inició una andadura de escasa simpatía hacia la organización. Hasta tal punto que el pasado septiembre un alto funcionario animó a esta a llevar a cabo en 2016 todo lo posible porque, en caso de victoria de Trump, “sabemos con quién habremos de enfrentarnos”. Por cierto, el rechazo del magnate puso en evidencia la estrecha relación de aquel con las autoridades rusas, que ese mismo mes presentaron en la ONU una queja formal por, según ellas, el maltrato al que el futuro presidente estaba siendo sometido.

Esta posición de Trump es lluvia sobre mojado, en nada ajena al Partido Republicano, quien ya en 1920, con mayoría en el Senado, vetó la incorporación de EE UU a la Sociedad de Naciones. Los competidores de Trump en las primarias fueron también hostiles a la ONU. Ted Cruz acusó entonces a Obama de querer “usar las Naciones Unidas para amordazar a EE UU y eliminar nuestra soberanía”. Todos herederos de presidentes republicanos que despreciaron a la ONU y conculcaron el derecho internacional. El presidente Ford denunciaba en 1974 la “tiranía de la Asamblea General” y John Bolton, embajador de Bush hijo ante la ONU, mantenía en 2005 que solo era válida si servía los intereses de EE UU. En marzo de 2003, Richard Perle, consejero de Bush, mientras los aviones norteamericanos machacaban Bagdad, decía que había que “dar gracias a Dios por la muerte de las Naciones Unidas”. Rand Paul, senador por Kentucky, manifestaba en 2015 que la disolución de la ONU le haría feliz y en junio del mismo año Mike Rogers, congresista por Alabama, presentaba una moción en la Cámara proponiendo la salida de EE UU de la organización.

Joseph Nye recuerda que “nuestra Declaración de Independencia expresó un decente respeto por las opiniones de la humanidad”. Y Winston Churchill advirtió en 1943 que para Estados Unidos “el precio de la grandeza es la responsabilidad”. Donald Trump: ¿respeto y responsabilidad?

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

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